El presidente Illa ha reaparecido tras las vacaciones en una reunión de dos días con el Consell Executiu y los delegados territoriales, en la población de Arnes, en Tarragona. La cita era la rentrée política, de esas que sirven más para hacerse ver que para resolver nada.
Y no ha empezado bien, porque Illa —que tiende a confundir la seriedad de funeral con el rigor— se despachó con una intervención, con el trasfondo de los incendios forestales en España, absolutamente terrible:
“En Cataluña —dijo— hay demasiados bosques. Los ciudadanos creen que hay pocos bosques en Cataluña. No. Es más, hay demasiados bosques en Cataluña”. Y recordó que casi dos terceras partes del territorio son bosques. Por eso, propugnó el decrecimiento de la masa forestal y advirtió sobre los riesgos derivados de su acumulación. Reclamó un cambio de paradigma, orientado a reducir el crecimiento de los bosques y a impulsar las actividades económicas vinculadas a las zonas forestales.
La ocurrencia, seguramente improvisada o mal aconsejada, quería sonar a diagnóstico de actualidad.
Es cierto que este verano los incendios han golpeado con fuerza en España —Galicia, Castilla y León, Extremadura— y quizá alguien creyó que convenía al presidente subirse a esa ola de preocupación. Pero Illa, que ya nos dejó un recuerdo amargo como ministro de Sanidad en la época de la COVID, eligió el peor camino: confundir conceptos, banalizar cifras y, de paso, insinuar que la solución es reducir árboles.
Los bosques no son superficies forestales
La confusión principal es de bulto. El presidente afirmó que casi dos terceras partes de Cataluña son bosque. Es falso. Confundió “bosque” con “superficie forestal”, que no son lo mismo.
Cataluña tiene 3,2 millones de hectáreas; de ellas, alrededor de un millón son verdaderos bosques, es decir, terreno ocupado por árboles. El resto lo forman matorrales, prados, terrenos baldíos. Todo eso entra en la categoría legal de “forestal”, definida por la Ley Forestal de 1988, aprobada por consenso y que tuve el honor de presentar cuando era conseller d’Agricultura. Pero no son bosques. Lo mínimo que se le exige a un presidente es saber distinguir entre un encinar y un erial.
Si miramos el conjunto de España, la comparación todavía es más ridícula. La superficie arbolada de Cataluña representa menos del 10% de la de todo el Estado. Aquí el bosque ocupa un tercio del territorio, mientras que en España roza el 60%. ¿Demasiados bosques? ¡Qué ciega y peligrosa es la ignorancia! Y además, buena parte de ese crecimiento forestal se debe al abandono de los cultivos, un fenómeno que dista de ser positivo.
La contradicción resulta grotesca. Por un lado, todos hablan de plantar árboles: en las ciudades, para reducir el calor; en el campo, como créditos al carbono por el carácter de sumidero de los bosques para la economía verde. Y por otro, el Presidente nos dice que hay demasiados árboles y que conviene estimular la economía recortando superficie boscosa. ¡Qué error, qué inmenso error! Te deja con la intranquilidad del nivel de nuestro gobierno.
Incendios: lo que falla no son los bosques, sino los planes
El error no es solo conceptual. Es también estratégico en relación con el problema que está detrás del planteamiento de Illa: los incendios forestales.
Cataluña dispone desde finales de los años ochenta de un sistema de prevención y lucha contra incendios que ha funcionado bien. El programa Foc Verd —diseñado y puesto en marcha en 1987 desde el Departament d’Agricultura— se basaba en una idea sencilla: la rapidez de detección y la velocidad de intervención. Apagar un fuego cuando aún es un foco.
Ese modelo, perfeccionado durante años, nos ha permitido limitar muchos incendios reduciendo el número de hectáreas quemadas. Si se observan las series estadísticas españolas, se percibirá la singularidad catalana: muchos incendios declarados, pocas hectáreas quemadas. Eso es el “Foc Verd”.
Pero lo que no tenemos es una estrategia eficaz contra los grandes incendios, esos que se extienden con frentes de decenas de kilómetros, los llamados —de manera discutible en términos académicos— de “sexta generación”, que arrasan miles de hectáreas.
Desde 1999 la Generalitat dispone de un plan elaborado con rigor por equipos técnicos y científicos (el Institut del Medi Ambient, Ibering, el CREAF, y expertos como el doctor Jaume Terradas) en el que participé en la dirección cuando hacía diez años que había dejado el Departamento de Agricultura: el “Pla d’Actuació Contra els Grans Incendis Forestals”. Ese plan proponía una “guerra de posiciones” contra los grandes incendios: perímetros de protección prioritaria, gestión preventiva del territorio, organización y gestión de los bosques. Era un trabajo sólido, serio, listo para aplicarse. La Generalitat lo guarda en un cajón.
El resultado es el vacío actual. Cuando los fuegos son pequeños, sabemos responder. Cuando crecen, quedamos desarmados. Y ahí está el peligro: un incendio que venga del otro lado de la frontera —como ocurrió en el Alt Empordà— o que se descontrole en una comarca puede arrasar decenas de miles de hectáreas sin que tengamos un plan operativo claro.
Por eso, lo primero que debería hacer Illa no es predicar contra los bosques, sino desempolvar aquel plan de 1999, revisarlo, actualizarlo y aplicarlo. Hay conocimiento, hay experiencia, hay técnicos preparados. Falta voluntad política.
Lo que necesitamos: gestión forestal y visión de futuro
Y esa es la primera cuestión: el plan contra los grandes incendios. Pero existe otra, decisiva: la gestión forestal.
Los bosques son mucho más que un paisaje: son un activo económico, ecológico y climático de primer orden. Capturan carbono, regulan el agua, sostienen la biodiversidad, proveen materiales renovables. Constituyen, en tiempos de emergencia climática, un capital insustituible. Cada vez más empresas los ven como un recurso estratégico: biomasa, madera, restauración hidrológica, créditos de carbono. Lo que debe hacerse no es reducirlos, sino gestionarlos bien y poner en valor sus potencialidades.
En definitiva: que el presidente deje tranquilos a los árboles. Y, ya que tanto le gustan los planes y las reuniones, empiece por uno que existe, probado y olvidado: el plan contra los grandes incendios. Y desarrolle otro: la gestión del millón de hectáreas de árboles de Cataluña en el siglo XXI. Sánchez, que tanto insiste en la emergencia climática, tiene aquí y en esto su piedra de toque. (Por cierto, si los responsables de la Generalitat no encuentran el Plan, encantado de facilitárselo).
Que el presidente Illa deje tranquilos a los árboles. Y, ya que tanto le gustan los planes y las reuniones, empiece por uno que existe, probado y olvidado: el plan contra los grandes incendios Compartir en X