Extremadura nunca tiene especial relevancia en la política española. Ni su dimensión demográfica ni su peso económico le dan juego, pero eso no quiere decir que en determinadas ocasiones no tenga significación política lo que ocurre en esta comunidad autónoma.
Es el caso actual. El PP hizo un buen resultado empatando en escaños, 28, en el que era un feudo del PSOE. Pero la cifra resulta insuficiente para conseguir la presidencia sin el apoyo de Vox, que está presente con 5 escaños, por tanto, desde una posición menor, pero estratégica. El éxito de la presidenta popular, María Guardiola, ha sido, por tanto, notable, pero no lo logra porque no obtiene el apoyo del partido que está a su derecha.
Guardiola hizo una campaña donde señaló con alarde y como advertencia hacia Vox que nunca transigiría en las que eran sus líneas rojas: la defensa contra la violencia de género, el aborto y el feminismo. No le bastó con pensarlo, sino que lo dijo y lo remarcó.
El resultado ha sido que en la primera de cambio, pese a que PP y Vox tienen más diputados, la presidencia del parlamento ha sido para una socialista y la mayoría de la mesa corresponde al PSOE ya UP. Lo que significaría una importante limitación si Maria Guardiola acaba siendo presidenta, porque es atribución de la mesa establecer el orden en el que se debaten las leyes.
A consecuencia de este hecho, el discurso de Guardiola se ha endurecido aún más en relación con Vox afirmando que en el PP caben todos, pero no Vox. Ciertamente, lo de hacer amigos no parece ser el punto fuerte de la candidata popular. Y, por tanto, a menos que haya un cambio radical de escenario a estas alturas todo apunta a que habrá que repetir las elecciones , lo que no pasaría hasta pasado el verano con todos los riesgos que ello conlleva.
La cuestión está abierta y sirve para Extremadura y para toda España. ¿Qué incentivo tiene Vox, que sigue siendo un partido de doctrina más que de poder, para votar al PP? En el caso de Extremadura, ¿qué incentivo le da Maria Guardiola? La respuesta es que ninguna. Y para pactar son necesarias ventajas y también inconvenientes para ambos lados. Debe haber un motivo para realizar el pacto que sea visto como necesario por ambas partes. Si esa condición no se da el resultado es lo que estamos viendo en Extremadura.
El escenario español está claro. Todas las encuestas, menos la del CIS y con un ligero matiz la del diario El País, dan la mayoría absoluta al bloque formado por el PP y Vox, al tiempo que se señala que el PP solo difícilmente podría gobernar. En algunas encuestas le otorgan más escaños que al conjunto de PSOE y Sumar, pero en otras no, y en todo caso si quisiera ir a esa solución en minoría, debería contar al menos con la abstención de Vox. Eso si no ocurre, cosa más probable, que la suma de prácticamente todos los demás partidos donde tienen un gran peso los independentistas y nacionalistas catalanes y vascos además del BNG, hagan incluso imposible esa opción de gobernar como minoría más votada.
Desde esa perspectiva el PP necesita a Vox, pero entonces su campaña de devorar el sanchismo deberá ajustarse a los puntos de vista que su significado tiene para el partido situado a su derecha. Si no es así, la sombra que hoy se cierne sobre Extremadura podría darse sobre toda España al día siguiente de las elecciones de julio.