Tesla es una destacada empresa de primera línea y alta tecnología dedicada a la fabricación de coches eléctricos. Sus vehículos, hasta ahora producidos solo en los EE. UU., son una referencia incuestionable en el mercado de este tipo de automóviles.
Hace pocos días, los medios de comunicación nos informaron de que Tesla había escogido Alemania para localizar su primera planta europea. Un hecho de máximo interés económico y tecnológico, porque representa en su fase de pleno desarrollo 6.000 puestos de trabajo altamente cualificados. La decisión se atribuyó, con razón, pero no toda la razón, por la elevada capacidad y fiabilidad de la industria alemana, y por tanto de sus trabajadores y especialistas.
Pero lo que no se ha dicho es que esta no era la única elección del fabricante norteamericano. Al principio contemplaban dos posibilidades, la que finamente ha tenido lugar, y otra que de entrada presentaba muchos atractivos y que era Cataluña, porque unía la existencia de una fuerte base industrial, en la que la industria auxiliar del automóvil tiene mucho peso, a unos niveles salariales muy inferiores a los alemanes, y una buena conexión con Europa, terrestre y marítima.
El primer factor que hizo tambalear esta opción potencial fue la situación política de Cataluña. Y lo que definitivamente la dejó fuera de juego fueron el potencial de los disturbios que se han repetido y que han hecho recordar al observador externo la experiencia de 2017. Es muy sencillo: una empresa industrial que depende de suministros externos no puede situarse en un país en el que en varias ocasiones a lo largo del año se cortan las carreteras y autopistas y se impide el tráfico de ferrocarriles.
Hay en todo esto una reflexión a hacer por parte del gobierno de Cataluña y de las instituciones económicas, cámaras de comercio, Círculo de Economía, organizaciones empresariales, que está lejos de haberse hecho. Hace falta un informe técnico riguroso e independiente de cómo pueden afectar estas expectativas a la inversión en Cataluña. Y aquí hay que remarcar un concepto clave en la economía: las expectativas. El futuro no se puede prever con certeza y por tanto las decisiones se toman en función de aquello que se cree que puede suceder, y esto son las expectativas. Y el enquistamiento del proceso político catalán, las proclamas guerreras de Torra, la existencia de los CDR y el Tsunami Democràtic, y el inflamado discurso de Puigdemont y su Consell per la República, lo que hacen es contribuir a crear un marco de referencia en el que el conflicto en la calle está permanentemente presente.
Las recientes declaraciones de Torra pidiendo “altos niveles de sacrificio” para lograr la independencia iban a remolque de la visita a Cataluña y las entrevistas hechas a Paul Engler, autor de Manual de desobediència civil. Engler, entrevistado en un digital independentista, afirmó que «si los catalanes queréis ganar tenéis que polarizar más, escalar mucho más y aceptar altos niveles de sacrificio«. Torra, por su parte, formuló con relación a estas palabras que son «unas reflexiones que todo el independentismo tendría que escuchar atentamente».
La tesis de Torra, de Engler, de Puigdemont, de Toni Comín y de otros muchos, es que este discurso, polarizar, escalar, apretar, es pacifista porque evidentemente no hay agresión armada. Pero esto no significa que no sea violento y que no perjudique gravemente a las expectativas de la inversión privada en Cataluña. Es violento en la medida en que por la fuerza impide ejercer los derechos básicos reconocidos de los ciudadanos de trasladarse libremente y en condiciones seguras, y también de los tratados de la Unión Europea que garantizan la libre circulación de mercancías. Que la violencia no sea armada no significa que no exista.
Por lo tanto, el problema de Cataluña, que el caso de Tesla puede ilustrar, como posible pérdida de 6.000 puestos de trabajo, no es solo el hecho material del alboroto, sino que una vez que este ha sucedido, se reiteren una y otra vez, y por parte de las más importantes autoridades del país, la necesidad de que se continúen produciendo y que se suba el listón del conflicto, es decir, de la alteración de las condiciones normales de vida.
Por lo tanto, que nadie esté tranquilo con el Mobile World Congress, porque si bien la realización del año que viene obviamente está asegurada por cuestión de fechas, y evidentemente los organizadores no crearán alarma que frustre su éxito, anunciando un futuro traslado a otra ciudad, lo cierto es que de seguir el clima actual, la continuidad de este importante congreso está literalmente colgada de la incertidumbre.
Pedir «altos niveles de sacrificio» significa golpear una y otra vez la economía catalana y en consecuencia el futuro de nuestro bienestar.
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Cuatro fabricantes de automóviles que tenían intención de establecerse en Cataluña han cambiado de opinión en el último momento. ¿Qué han visto, qué les ha asustado?