La capital de Cataluña presenta muchas fortalezas, pero también algunas debilidades muy peligrosas como la progresiva degradación de la ciudad. Pero hay una muy concreta que Colau rechaza contemplar y que no está en la agenda política de ninguno de los partidos. Son los aspectos relacionados con su dinámica demográfica.
Ahora que se conmemoran los 30 años de los Juegos Olímpicos y se echa la vista atrás, vale la pena fijarse en la población. En 1992 había 1.643.542 habitantes. Ahora, en 2021, hay 1.660.314. Es decir, sólo ha crecido la ciudad en 17.000 habitantes; y de hecho ha perdido 4.000 respecto al 2020; es la tragedia de la covid. Al mismo tiempo, la población ha envejecido de forma muy notable. Hay muchas más personas mayores de 65 años que de 0 a 15, concretamente 351.986 (2020) contra 218.273. Barcelona sufre una fuerte pirámide invertida.
A medida que retrocedemos en la edad, cada vez encontramos a menos individuos, y a la inversa. Éste es un problema muy grave desde todos los puntos de vista y además comporta exigencias diferentes que no están contempladas por Colau. Una mayor y mejor atención para la gente mayor, que además cada vez más vivirá sola. No sólo porque su pareja ha fallecido, sino porque la abundancia de los divorcios en edades más prematuras se acabará notando. En Barcelona viven más de 70.000 personas de 85 años y más. Es muchísima gente.
El índice de envejecimiento, que relaciona el grupo de 0 a 15 años con los mayores, presenta un índice de 161,3 y es con diferencia el mayor del Área Metropolitana, solo se acerca L’Hospitalet con 134 y Badalona con 115. El índice de sobreenvejecimiento, que es la relación entre la población de 85 y más y la de 65 y más, crece a un ritmo de 1,6 puntos porcentuales por año en los últimos 4 años; esto significa una multiplicación de las personas de mayor edad más necesitadas de atención. La mediana de edad es muy alta, de 43,5 años, y la media es de 44,39 años, son cifras difícilmente compatibles con la imagen de una ciudad abocada al boom tecnológico porque a medida que crece la mediana de edad en un conjunto humano, la capacidad de innovación se reduce.
Entre 2015 y 2019 Barcelona perdió a 10.400 personas porque murieron más de las que nacieron y esta cifra se vio compensada por el saldo migratorio. Y ésta es otra dinámica a considerar, porque, al igual que el envejecimiento, la falta de niños y jóvenes tiene consecuencias de carácter cultural, social y económico.
Cuando se realizaron los JJOO en 1992, la población extranjera era solo el 1,4% del total. En 2021 se acerca a ser una cuarta parte (22,4%) y crece y sustituye a la población autóctona de forma acelerada por el doble procedimiento del déficit vegetativo y la continua llegada de más inmigrantes. Las consecuencias de este hecho son múltiples. Señalamos ahora solo una por su actualidad, la del debate sobre el catalán en la escuela.
Es evidente que existiendo el mismo esfuerzo y el mismo marco legal en 1992 que hoy en día, el catalán necesariamente retrocede porque no es lo mismo que haya 1,4% de población inmigrada que un 22,4%. Ni la procedencia de sus padres, ni sus entornos culturales, básicamente o latinoamericanos, magrebíes, africanos o del lejano oriente, son propicios a contemplar el catalán como una necesidad, al margen de las dificultades naturales que toda persona llegada a una nueva sociedad tiene para aprender la lengua de ésta, más en este caso que son dos. Pero una de las dos, el castellano, es la propia para la población hispanoamericana o es la que permite trasladarse de Barcelona a otros puntos de España sin problemas. Por tanto, la dinámica migratoria presiona en contra de la normalización lingüística del catalán, incluso en la escuela. Su aprendizaje será más difícil, pero sobre todo la lengua de relación será fundamentalmente el castellano.
Carece de familias con hijos, población envejecida cada vez más numerosa de mayor edad y viviendo sola y un continuado proceso de sustitución de población autóctona por inmigrada.
Ésta es una radiografía básica que ni el gobierno municipal ni la propia Generalitat contemplan. La razón fundamental no es que no represente problemas múltiples e importantes, sino que es ideológica. No es políticamente correcto abordar la cuestión de la descendencia en las familias, de la natalidad, de la soledad y del proceso de sustitución que se va operando, que en el caso de Barcelona es tan intenso que en 30 años la población inmigrada ha crecido más de 21 puntos.