Después de unos días de tregua, la actualidad de Gaza viene marcada por el regreso de las operaciones militares de Israel. El sábado 2 de diciembre, el ejército israelí pidió a los residentes palestinos evacuar ciertas zonas del sur de la franja y dirigirse hacia los centros de acogida en Rafah, en el extremo sur de ésta.
Israel parece dispuesto a proseguir con las operaciones militares e ir expandiendo el control que ejerce sobre el terreno en Gaza. Los logros relativamente rápidos y con un número de bajas propias contenidas, que ha logrado durante las dos primeras semanas de asalto terrestre al norte, le alientan a proseguir con su avance.
Por su parte, el grupo terrorista Hamás ha perdido numerosos comandantes y miles de combatientes, así como un gran número de túneles y refugios. Pero seguro que ha aprovechado los siete días de tregua para reorganizarse y recuperar parte de la fuerza perdida.
Con el regreso a las hostilidades, Israel demuestra, una vez más, estar dispuesta a hacer frente a una guerra larga. El hecho de que aceptara abrir las negociaciones por la liberación de los rehenes se explica, pues, no por una voluntad de acabar con las hostilidades, sino para aliviar la presión de la opinión pública israelí.
Sin embargo, la pregunta esencial de lo que piensa hacer Israel para evitar el renacimiento de Hamás sigue sin respuesta. A medida que la destrucción y muertes de civiles palestinos aumentan, las protestas internacionales y el precio de la reconstrucción de Gaza también lo hacen, de forma directamente proporcional.
Un precio por reconstruir Gaza que no puede estimarse tan sólo en dólares o euros, sino también en prestigio político perdido por Israel frente a los numerosos estados árabes a los que se había empezado a acercar estos últimos años.
Hamás ha conseguido ciertamente reubicar la cuestión palestina en la agenda de los países árabes, pero podría pagarlo con el precio de su propia existencia. Una prueba más de esta resolución es que, más allá de las operaciones sobre el terreno, Israel está actualmente recogiendo inteligencia para eliminar a los dirigentes de Hamás en el extranjero.
En una perspectiva más general, todavía no existe la menor esperanza de resolución política de la situación entre Israel y Palestina.
En Gaza, parece difícil que Hamás pueda volver a gobernar. De entrada, Israel no lo aceptará y los donantes internacionales lo pensarán dos veces antes de entregar más fondos a una organización que ha demostrado desviarlos, al menos en parte, para armarse. Los propios palestinos no parecen entusiasmados con la idea de que los mismos que han conducido a la actual situación vuelvan al poder.
En Cisjordania, la Autoridad Palestina ha perdido su credibilidad y se le acusa de corrupción e ineficacia. En la propia Israel, los días de Benjamin Netanyahu parecen estar contados tras su fracaso clamoroso por no ver venir los sangrientos ataques del 7 de octubre. Pero su probable sucesor, Benny Gantz, no parece tampoco dispuesto a realizar concesiones a los palestinos.
En ninguno de los grupos implicados hay figuras que destaquen por su potencial a la hora de encontrar una salida a la situación de crisis permanente que podría instalarse en Tierra Santa una vez el grueso de las operaciones militares de Israel finalice, y esto independientemente de su desenlace. La única vía que puede tener cierto recorrido es una doble mediación de Estados Unidos y Europa, por un lado, y de los países árabes por otro, que ejerzan presión respectivamente sobre Israel y los grupos palestinos más relevantes.