A mediados del mes de septiembre se anunció que el 4 de octubre, memoria de san Francisco, el Papa firmaría en Asís su encíclica Tutti fratelli. Estamos a la espera. Antes de conocer sus mensajes más importantes, quizá podamos recordar algo de lo que dijeron Pablo VI en Populorum progressio (1967) y Benito XVI en Caritas in veritate (2009). Éste recordaba que el desarrollo propuesto en Populorum progressio respondía a una vocación cuyo centro es el amor. Si no nos aproximamos al desarrollo como una invitación fraterna que supera el orden material, si no buscamos las causas del subdesarrollo, sus retrocesos, sus tardanzas, sus límites, en las dimensiones antropológicas esenciales, difícilmente haremos algo por el desarrollo. En el orden de la voluntad y de la afectividad profunda, las personas se desentienden con frecuencia de los deberes de la solidaridad. En el orden del pensamiento, las personas no siempre saben orientar adecuadamente el deseo.
Para alcanzar el desarrollo hacen falta «pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo». ¿Buscamos un «humanismo nuevo»?
Pero, aún hay más. El lento subdesarrollo tiene una causa más importante aún: «la falta de fraternidad», no sólo entre las personas sino entre los pueblos, como señalaba Pablo VI; Benito XVI añadía una pregunta: ¿podrán lograr la fraternidad las personas alguna vez por sí solas? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos.
No es difícil señalar, pues, las tres claves: solidaridad (Juan Pablo II), reflexión profunda (Pablo VI, clave renovada por Benito XVI) y fraternidad (anunciada por Papa Ratzinger y ahora parece que confirmada por Papa Bergoglio).
“La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación trascendente” (Benito XVI en Caritas in Veritate 19).
En un momento especialmente intenso en que vivimos una mundialización orientable éticamente en varias dimensiones, sabemos que antes de acometer esa misión, hemos de poder fundar la verdad de la persona. Estamos acabando el ciclo de un humanismo antropocéntrico y del geocentrismo iniciado hace 500 años. Hoy sabemos a dónde nos han traído. La tierra, la hermana tierra, nos sustenta y nos sostiene, pero ya le cuesta “aguantarnos”. A nosotros, personas, no nos queda otra posibilidad que rebelarnos contra el humanismo inhumano. Ni la tierra es el centro del universo, ni el hombre es el centro de la humanidad.
El verdadero humanismo, el nuevo humanismo, al que reiteradamente se refirieron Pablo VI y Benito XVI, es un humanismo teocéntrico, personalista, comunitario y peregrinante en una sociedad plural, secular e intercultural con una creciente relación interreligiosa, pero no una sociedad metodológicamente agnóstica. En el cambio de época que vivimos los “pensadores de reflexión profunda” han de pensar este mundo “etsi Deus daretur”, como si Dios existiese (pues existe).
Si no avanzamos en el redescubrimiento inquietante, aunque gozoso y prometedor, de ese «humanismo nuevo», difícilmente seremos más hermanos, aunque estemos más cerca unos de otros.
La cercanía es ambivalente o ambigua, como acabamos de vivir este año con la pandemia que aún nos acompaña. La cercanía, la interacción, la conexión, los intercambios frecuentes y rápidos pueden provocar y conseguir lo mejor de nosotros mismos, pero también pueden hacer aparecer lo peor. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (Benito XVI en 2009). Para ser más hermanos, todos hermanos, todos responsables de todos, debemos reconstruir la gramática ética común y volver a declinar conjuntamente las tres palabras: solidaridad, reflexión profunda y fraternidad.
Si no avanzamos en el redescubrimiento inquietante, aunque gozoso y prometedor, de ese «humanismo nuevo», difícilmente seremos más hermanos, aunque estemos más cerca unos de otros Share on X