Pedro Sánchez al límite: por qué su Gobierno ya no puede sostenerse

Pedro Sánchez se aferra al poder, pero los síntomas de agotamiento de su Gobierno son ya imposibles de disimular. La situación recuerda cada vez más al final del largo mandato de Felipe González: un Ejecutivo que ya no gobierna, que apenas resiste el día a día, sostenido únicamente por las peculiaridades del sistema institucional español.

En España, a diferencia de otras democracias parlamentarias, no existe una moción de censura dirigida simplemente a derribar al Gobierno en ejercicio. Aquí, para censurar al presidente, es obligatorio presentar a un candidato alternativo con mayoría parlamentaria, lo que convierte la operación en una tarea mucho más compleja.

Tampoco existe la moción de confianza como herramienta activa del Ejecutivo para legitimarse ante el Parlamento, ni los ministros reprobados están obligados a dimitir. Todo queda en manos del presidente del Gobierno, una anomalía que tiene sus raíces en la Transición, cuando el objetivo era blindar la estabilidad del sistema frente a partidos todavía débiles.

El resultado, décadas después, es un sistema cada vez más alejado de los principios de la democracia representativa. España se ha convertido en una partitocracia en la que el Ejecutivo puede mantenerse sin tener en cuenta el Congreso ni el Senado. Y Sánchez parece decidido a agotar su mandato, confiando en que el paso del tiempo le devuelva una correlación de fuerzas más favorable.

Pero la realidad lo desmiente. No hay gobierno viable cuando la mayoría parlamentaria está fracturada en lo esencial: la política exterior y de defensa. En cualquier otro país europeo sería impensable que un Gobierno no pudiera presentar presupuestos de defensa —por segundo año consecutivo— y recurriera a trapicheos financieros para sortear el Parlamento. En las actuales condiciones, Sánchez no puede cumplir con los compromisos adquiridos con la OTAN ni con la Unión Europea.

La situación se agrava por la deriva internacional del presidente

En su reciente viaje a China, Sánchez pretendía reforzar su perfil exterior. Pero en lugar de proyectar liderazgo, ha quedado retratado por la desconfianza que genera entre las cancillerías europeas y la firme advertencia que le lanzó el secretario del Tesoro de Estados Unidos: explorar alternativas comerciales a Washington, dijo, sería “cómo cortarse el propio cuello”.

A esto se añaden tensiones institucionales de alto voltaje: choques entre Congreso y Senado, enfrentamientos entre el Supremo y el Constitucional, una Fiscalía cuestionada, y un clima político en el que cada decisión del Ejecutivo se basa más en el trapicheo parlamentario que en una estrategia de gobierno.

Mientras, los grandes problemas nacionales siguen sin respuesta: política migratoria, natalidad, vivienda, financiación autonómica, la precariedad juvenil o el estancamiento de la renta per cápita. Cada día perdido por sostener un Ejecutivo agotado es un día que España deja de avanzar.

Sánchez puede intentar resistir, pero ya no gobierna. Y el país ya no puede permitirse simplemente aguantar.

La situación recuerda cada vez más al final del largo mandato de Felipe González: un Ejecutivo que ya no gobierna, que apenas resiste el día a día, sostenido únicamente por las peculiaridades del sistema institucional español Compartir en X

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