Circunstancias extraordinarias han llevado a que las elecciones en País Vasco y Catalunya se celebren en un intervalo de tiempo tan breve que nunca se había producido antes. Este hecho permite constatar lo diferentes que son las estrategias de ambos países.
En el País Vasco, y desde el inicio de la transición, el Partido Nacionalista siempre tuvo claro que su finalidad era recuperar la excepcionalidad vasca, concretada en la generalización del concierto económico y su actualización.
El concierto significaba que las diputaciones recaudaban los impuestos y después traspasaban al gobierno español la cuantía proporcional pactada que correspondía a la cuota que el País Vasco debía asumir de los gastos del estado. Este último factor era el llamado cupo y ha sido determinante porque es el que en realidad regula los grandes beneficios que hoy tiene el País Vasco.
La comparación con Navarra lo hace evidente. Ambas comunidades tienen concierto, pero la ganancia per cápita que genera el cupo vasco es claramente superior al navarro. Este sistema determina la bilateralidad económica; es decir, las negociaciones directas entre el gobierno vasco y el gobierno español, con el hecho adicional de que quien controla el flujo fiscal es el vasco, lo que significa que, en caso de conflicto, la sartén por el mango siempre está en manos de Vitoria. Ahora, esa bilateralidad, el PNV quiere extenderla al campo político.
En el caso de Catalunya, todo ha sido muy diferente. En la transición y el proceso de negociación del Estatut la mayoría de los diputados catalanes estaba en manos de socialistas y comunistas, mientras que CDC, y más UDC, quedaban relegados a una posición secundaria.
Rechazaron el concierto porque lo consideraban «reaccionario» y formaba parte de un pasado inservible, el mismo que en las constituciones catalanas
Por ello, cuando los diputados debatieron el proyecto de Estatuto de Autonomía, la iniciativa del prestigioso economista y dirigente convergente Ramon Trias Fargas de establecer el concierto en Catalunya fue claramente derrotada, porque estuvieron frontalmente en contra el PSC y el PSUC, el partido comunista catalán, que después se transformaría en IC y más tarde sus restos se reencarnarían en los Comuns de Colau. Rechazaron el concierto porque lo consideraban «reaccionario» y formaba parte de un pasado inservible, el mismo que en las constituciones catalanas.
Todo esto sucedía a pesar de que, en términos históricos, los derechos de Cataluña eran de un rango muy superior a los del País Vasco, que, en definitiva, siempre habían sido 3 provincias sin una clara articulación entre ellas, pertenecientes al reino de Castilla y que disponían de unas excepcionalidades concretas que eran los fueros.
De hecho, ni siquiera el vasco era entonces una lengua común porque las variantes dialectales hasta su reciente unificación en el vasco moderno tenían importantes diferencias. Compartían, eso sí, una misma tradición, pero ésta no se expresaba en una unidad política formalmente concretada.
El caso del catalán era diferente. Desde siempre ha constituido una unidad política y no la excepción a un régimen común, como eran los fueros, sino que disponía del marco constitucional propio y específico para el conjunto del país. Por tanto, tenía lógica que, debidamente actualizado aquel precedente, fuera la expresión de la vía autonómica que diera lugar a un régimen económico y político claramente diferenciado.
Los vascos se mantuvieron en la línea de la diferencia y la excepcionalidad
No fue así, el tren pasó y después ya ha sido imposible volver a cogerlo. Aquella estratégica convergente frustrada dio paso a una opción posibilista de obtener todo lo posible en el marco de la Constitución y la negociación con el gobierno español. Mientras que los vascos se mantuvieron en la línea de la diferencia y la excepcionalidad, la cuerda catalana se quebró y surgió la ola independentista hoy muy dejada.
Trasladado todo esto a la situación actual, el planteamiento vasco vuelve a ser muy concreto, muy claro, y tiene la ventaja de que ya ha sido pactado por Sánchez, aunque ya se sabe que los acuerdos con Sánchez tienen un valor muy relativo.
Lo que ahora quiere el PNV es extender la bilateralidad económica a la política. Establecer unas relaciones entre gobierno vasco y español totalmente blindadas, de modo que las competencias no puedan ser afectadas por las leyes españolas en ningún caso, y en caso de conflicto, la cuestión no sea resuelta por el Tribunal Constitucional, a quien consideran parcial, sino que existiría una tercera instantánea que denomina comisión arbitral. De esta forma se completaría el régimen confederal entre el País Vasco, aquí en España, que ya existe en el ámbito económico.
Los partidos nacionalistas catalanes se pierden en el ámbito de las formas y de los sentimientos, y mientras tanto no nos movemos de sitio
En el caso catalán, la cuestión está mucho más verde. Primero, porque se ubica en un ámbito de formas y no de contenidos. Aún están reclamando un difícil, por no decir imposible, referendo pactado y, en todo caso, de vez en cuando, se saca a pasear la amenaza de la acción unilateral, sabiendo que tiene muy poco recorrido. Los partidos nacionalistas catalanes se pierden en el ámbito de las formas y sentimientos, y mientras tanto no nos movemos de sitio.
El resultado es que, una vez más, como casi siempre, el PSC vuelva a ganar en Catalunya, lo mismo que, recordémoslo, salió adelante la LOAPA que, de no prosperar fue gracias al TC y que habría representado una lapidación insoportable de la autonomía catalana.
El planteamiento vasco vuelve a ser muy concreto, muy claro, y tiene la ventaja de que ya ha sido pactado por Sánchez, si bien ya se sabe que los acuerdos con Sánchez tienen un valor muy relativo Share on X