¿Será Armenia la víctima colateral de la próxima ronda de choques militares entre Rusia y Ucrania?
Con todas las miradas puestas sobre la esperada contra-ofensiva ucraniana, Azerbaiyán y Turquía, dos estados de habla turca, esperan cobrarse una venganza definitiva contra Armenia.
Como Converses explicaba hace unos meses, la vieja fiebre antiarmenia que ha caracterizado a la política turca y que es responsable del primer genocidio del siglo XX sigue viva.
Desde diciembre de 2022, la única carretera que mantiene conectada la región del Nagorno-Karabaj habitada por los armenios, Artsakh, y que oficialmente es parte de Azerbaiyán, se mantenía cortada por supuestos manifestantes ecologistas.
Esta arteria terrestre, conocida como el Corredor de Lachin, lleva, pues, meses siendo practicable sólo por las fuerzas de mantenimiento de la paz rusas y los convoyes humanitarios de la Cruz Roja.
El motivo alegado de la protesta ecologista era que la población de armenia contaminaba las aguas del Nagorno-Karabaj debido a sus actividades mineras. Sin embargo, los analistas de la región han apuntado rápidamente que los manifestados disfrutaban de un apoyo público inaudito en un país donde los movimientos de protesta son aplastados regularmente por el régimen autocrático que gobierna desde el fin de la Guerra Fría.
Según Tom de Waal, investigador del think tank Carnegie Europe, es “evidente que [los manifestantes] habían sido enviados por el gobierno de Bakú”.
Cuatro meses y medio después de haber iniciado el bloqueo, los manifestantes anunciaron la semana pasada su fin.
Pero la retirada del movimiento supuestamente ecologista no significa el fin de la pesadilla que viven los armenios de Artsakh, ya que Azerbaiyán anunció que instalaría un punto de control permanente para evitar que tropas y municiones armenias sean introducidas en el enclave.
Mientras, Europa y Estados Unidos, pero también Rusia, han apuntado que este nuevo checkpoint supone una violación del acuerdo de alto al fuego que Armenia y Azerbaiyán firmaron bajo la mediación de Moscú tras la guerra del 2020 en la que Armenia perdió importantes parte de su territorio en disputa.
El 28 de abril, la Ministra de Asuntos Exteriores de Francia, Catherine Colonna, visitó Armenia y advirtió del riesgo de una “limpieza étnica” de armenios si el acceso al enclave no se restablecía de inmediato. Francia es uno de los aliados tradicionales de Armenia y uno de los países europeos que más desconfían de Turquía y sus socios.
Por su parte, la Unión Europea aprobó en enero una nueva misión civil que debe patrullar las fronteras entre Armenia y Azerbaiyán. Compuesta por un centenar de observadores, se trata de una fuerza no armada y comandada por un oficial de la policía alemana.
La sola potencia amiga de Armenia que dispondría en principio de medios militares para disuadir un nuevo ataque azerí es Rusia. Pero desde la invasión de Ucrania, Moscú ha desviado todos sus esfuerzos hacia la «operación militar especial» de Vladimir Putin, ofreciendo una oportunidad de oro que los hábiles dirigentes turcos no han dudado en explotar.
Así, en los últimos meses se ha observado que la menguante fuerza de paz rusa está retrocediendo a lo largo de la línea que debía patrullar ante la presión militar de Azerbaiyán. El objetivo último de Baku e indirectamente de Turquía parece ser la expulsión definitiva de la presencia armenia de la región disputada.
Con todas las miradas puestas sobre la esperada contra-ofensiva ucraniana, Azerbaiyán y Turquía, dos estados de habla turca, esperan cobrarse una venganza definitiva contra Armenia Share on X
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