El gobierno catalán no ha empezado con buen pie. Y no se trata sólo de grandes cuestiones políticas, como las dificultades para la concesión de los indultos o el hecho de que el socio privado de ERC, la CUP, haya atacado ya el primer día. Hay más cuestiones que, si acaban expresando la visión que tiene Aragonès de lo que es gobernar, no iremos bien. Son cuestiones simbólicas, pero los símbolos tienen mucha importancia, más en el caso de Cataluña, porque nuestra supervivencia como pueblo ha dependido de ellos en buena parte.
Los medios de comunicación han ido llenos de la crítica al ridículo de cómo fue cantado el himno nacional por Magalí Sare. Ni el tono, ni la letra con su impresentable Segadoras, cumplió con la debida consideración con un símbolo nacional tan preciado como el canto de Els Segadors. El ridículo viene del hecho adicional de que «segadoras» designa, no a una mujer que hace la siega, sino a las máquinas que la llevan a cabo. Los comentarios han sido demoledores: Quim Monzó, Susana Cuadrado, Joan Lluís Bozzo, Salvador Mas, Edmon Colomer, y un largo etcétera. Si esto es lo que Aragonès entiende por un gobierno feminista, el fracaso está asegurado.
Tampoco parece una gran idea que la foto del gobierno se haga en medio de la Plaza de Sant Jaume como si fuera una concentración. Si el nuevo gobierno no tiene una expresión algo más formal, todo continuará similar al de hasta ahora, algo de andar por casa y no el gobierno de la nación. Entre la Barcelona cutre que está diseñando Colau y las innovaciones banales con que ha comenzado Aragonès, la vía institucional catalana expresa muy mal el rango que querríamos para nuestro país.
Y también en este comienzo inadecuado pesa la negativa a dar cumplimiento a las muchas peticiones que ha recibido para que rectificara las palabras de Rufián como portavoz de ERC en el Congreso, con las que ridiculizaba a los católicos. Demasiados primeros pasos defectuosos para un presidente que no lo tiene nada fácil.