El Parlament de Catalunya no sale del pozo del descrédito. Ya apuntamos la información sobre el asunto del pleno dedicado a las brujas. Pero a diferencia de otras cuestiones, el escándalo por este hecho no ha amainado, sino que sigue vivo. Es lógico. Mucha gente no entiende que, habiendo tantos problemas como tiene el país, las personas, se dediquen plenos a rescatar el buen nombre de las brujas, por lo que hemos pasado del negro al blanco.
Y si en otros períodos las brujas eran mal vistas, ahora el Parlament de Catalunya las ha convertido en heroínas del país, hasta el extremo de reclamar que las calles lleven sus nombres. En concreto, como un catálogo de moda, hay disponible un índice con 300 nombres de mujeres acusadas de brujas para rebautizar las vías de Catalunya.
Es extraordinario el esfuerzo y el empleo de nuestros diputados en acciones perfectamente inútiles que conducen a reinventar nuestra historia porque quieren reescribirla. Es evidente que se cometieron muchas tonterías hace cientos de años con muchas de estas mujeres, pero también es cierto que una parte importante de ellas formaban parte de una cultura oscura y supersticiosa que había que superar. Fíjese en el detalle de que los siglos con mayor persecución de brujas no corresponden a la Edad Media, sino que sobre todo son del período ya moderno que arranca en el siglo XV y que se extiende hasta el XVII.
También es un hecho que la mayoría de estas persecuciones fueron llevadas por la gente del pueblo. En total se considera que a lo largo de 300 años fueron acusadas de brujería 800 mujeres y no todas ellas fueron condenadas ni mucho menos. Ninguna persecución es justificable, pero es evidente que tampoco ha constituido algo que representara una devastación extraordinaria, como el Parlament ha querido presentar.
Las reacciones en contra han llevado a que La Vanguardia dedicara uno de sus comentarios editoriales señalando que era muy discutible que “un debate de estas características llegue al pleno del Parlament. No es ésta sin duda una preocupación de la ciudadanía en un contexto en el que todavía la pandemia tiene un fuerte impacto social económico”. Señala que tenía otras opciones para tratar el tema, como eran las comisiones, y nosotros añadimos si era necesario tratarlo.
Es terrible ver cómo el Parlamento de Cataluña se dedica a rescatar las acusaciones sobre 800 mujeres de las cuales unas 300 debían estar muertas a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, y que al mismo tiempo sigue ignorando proceder de manera similar con los cientos de jóvenes trabajadores y estudiantes asesinados por su condición de católicos pertenecientes a la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña durante la Guerra Civil.
Es evidente que en Cataluña está desplegada una fuerte guerra cultural que quiere reescribir el pasado y que dicta censura y reprime en función de si es políticamente correcto o no en el presente. Y esa guerra cultural que va creciendo, introduce un nuevo elemento de conflictividad y división, que se añade a los que nuestro país viene sufriendo desde hace años con el proceso y sus derivadas.
Mientras, las grandes cuestiones que deberían ser objeto de atención y debate, permanecen al margen de la agenda política y de la atención de nuestros gobernantes y de los partidos políticos.