Tanto la DANA de Valencia como los grandes incendios de Los Ángeles o las lluvias torrenciales que acompañan a muchos frentes de precipitación, forman parte del mismo fenómeno para el que los gobiernos no se han preparado. Esto no es algo reciente, sino que se remonta a muchas décadas atrás debido a las tareas pendientes en materias básicas.
Nuestro país dispone de una buena estrategia de lucha contra los incendios forestales desde la segunda mitad de los años 80, cuando se planteó el programa «Foc Verd«, que modificó sustancialmente el enfoque de estas actuaciones.
Se basaba en principios como la rápida detección, la intervención inmediata y el control del territorio. Sin embargo, como se advirtió en su momento y se ha reiterado hasta el olvido, este sistema es eficaz siempre que el incendio no alcance grandes dimensiones sin estar controlado. Esto puede ocurrir porque fallan las primeras fases de detección e intervención o porque el fuego penetra desde otro territorio, como ya ha ocurrido desde el lado francés.
En estos escenarios, el sistema actual no funciona y es incapaz de controlar grandes superficies forestales. Requiere otro enfoque basado en infraestructuras que rompan la continuidad del bosque, con cortafuegos y mosaicos que tengan dimensión suficiente y que no sean causa de una erosión irreversible. Esto debe llevarse a cabo mediante plantaciones de baja combustibilidad que frenen la propagación del fuego.
La disposición de módulos forestales significa limitar el espacio máximo que pueda quemarse en la peor hipótesis y ordenar el territorio con las obras necesarias para conseguirlo. Este enfoque es la base para evitar grandes incendios.
En el pasado existieron planes en ese sentido que nunca se realizaron. Tampoco se ha avanzado en algo fundamental: la lucha contra la erosión. Aunque la pérdida de un bosque es terrible, con los años puede recuperarse; pero la erosión, que implica la desaparición de la capa de suelo fértil, es una pérdida irreparable.
También existe un gran déficit en obras de infraestructura hidráulica, con décadas de retraso, que contribuirían eficazmente a evitar los peores daños cuando las precipitaciones son intensas. Si en Valencia se hubieran realizado las obras previstas en el barranco del Poyo, todo habría sido muy diferente y para bien.
Hoy es más acuciante que nunca estar preparados para las lluvias destructoras, las sequías extremas y los grandes incendios forestales. A pesar de sus diferencias, la sequía y la lluvia torrencial son dos extremos que obedecen a una misma causa: el aumento de la temperatura de la atmósfera. A mayor calentamiento atmosférico, más agua se almacena en el medio atmosférico, lo que en determinadas condiciones contribuye a la sequía y, en otras, provoca precipitaciones torrenciales. La atmósfera cálida roba agua líquida de los ecosistemas y la almacena en forma de vapor. Por cada grado centígrado de calentamiento, la capacidad de la atmósfera para retener humedad aumenta un 7%.
Mientras, los ecosistemas y paisajes, humanizados o no, sufren una gran sequía. Existe una alta variabilidad hidroclimática con transiciones rápidas de condiciones secas a muy húmedas. En el clima mediterráneo, que ya tiene una tendencia natural en la sequía y en la torrencialidad, esto multiplica sus efectos.
De ahí la prioridad absoluta si no queremos seguir registrando daños abundantes, quizás no tan trágicos como los de la DANA de Valencia, pero sí económicamente perjudiciales Es necesario un plan integral para Cataluña y, de hecho, para todo el territorio mediterráneo, que combine medidas para paliar los efectos de estas catástrofes.
Sólo que se realizara en un tiempo razonablemente breve lo previsto desde hace décadas en materia de obras hidráulicas, prevención de incendios forestales y lucha contra la erosión, ya se habría dado un paso de gigante para evitar estas catástrofes anunciadas .
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