Hay palabras que acaban convirtiéndose en dogmas, y dogmas que terminan actuando como martillos. El feminismo que gobierna hoy en España -tanto desde la Moncloa como desde la plaza Sant Jaume- ya no es una reivindicación, sino una herramienta de poder. Un mecanismo de polarización. Una identidad impuesta. Y, sobre todo, una política que el ciudadano joven rechaza cada vez más.
Las encuestas lo muestran con una claridad irrefutable: las generaciones que tienen el futuro delante rechazan de manera creciente el feminismo punitivo, aquel que convierte a los hombres en sospechosos automáticos y que fundamenta su discurso en la queja, el victimismo y la opresión sistémica. Es un rechazo que no se basa en la negación de los derechos de las mujeres –que nadie discute– sino en la sensación de que esta ideología ha traspasado todo límite de justicia y proporcionalidad.
Pero a pesar de esta evidencia, los gobiernos siguen suministrando dosis tras dosis de inyección ideológica, como si el problema fuera la insuficiencia, no el exceso. La razón es estrictamente política: Sánchez no gobierna para ampliar mayorías, sino para consolidar un bloque minoritario, fiel y movilizable, aunque sea a base de cálculo, polarización y confrontación permanente.
es necesario proteger el presente, aunque se arruine el futuro.
Esta estrategia incluye dos pilares electorales: una parte de las mujeres, aquellas que aún se adhieren al discurso de opresión institucional, y los pensionistas, a los que se les ofrecen concesiones insostenibles que tensionan las finanzas de la Seguridad Social y condenan a hijos y nietos a un futuro sin pensiones dignas. Pero la lógica electoral es implacable: es necesario proteger el presente, aunque se arruine el futuro.
Mientras, el feminismo oficial se ha ido desinflando en la calle. Las manifestaciones institucionales del 25 de noviembre de este año, tanto en Barcelona como en Madrid, han pasado prácticamente desapercibidas. En Barcelona, la convocatoria más multitudinaria apenas superaba al millar de personas: una cifra ridícula frente a las riadas de tiempos precedentes. Y esto ya dice mucho. La sociedad ha dejado de responder a la llamada, pero el poder no toma nota.
Se alimenta el feminismo punitivo al tiempo que se facilita, indirectamente, el crecimiento de Vox
Da igual. Los gobiernos continuarán insistiendo en esta línea porque consideran que electoralmente es rentable. Se alimenta el feminismo punitivo, al tiempo que se facilita, indirectamente, el crecimiento de Vox, que capitaliza el rechazo a un discurso que ningún otro partido se atreve a cuestionar frontalmente. El Partido Popular, mientras, intenta navegar entre dos aguas, a menudo con más miedo que convicción.
Sin embargo, el feminismo no solo está dividido, sino fracturado, entre aquellas que rechazan a las mujeres trans —a las que niegan la condición de mujeres— y aquellas que las convierten en iconos. Pero en ninguna de las dos corrientes existe un interés real por las embarazadas, las madres o las menores, que sufren con mayor intensidad la violencia sexual. Este vacío revela que el objetivo nunca ha sido la protección, sino la batalla cultural.
El nombramiento de Teresa Pérez Amato como nueva fiscal general del Estado
En este contexto, el gobierno ha decidido culminar su ofensiva simbólica con un gesto que define toda una época: el nombramiento de Teresa Pérez Amato como nueva fiscal general del Estado. No porque destaque en excelencia jurídica, ni por una trayectoria excepcional, sino porque lleva muchos años de profesión, es “progresista y feminista” y porque forma parte de la órbita de sus predecesores, García Ortiz y Dolores Delgado, dos figuras que han dejado a la Fiscalía con la credibilidad dañada.
La prensa, incluso la favorable, coincide en la misma descripción: Pérez Amato es miembro de la misma constelación ideológica que sus antecesores, una constelación que ha gobernado la Fiscalía con partidismo, controversia y episodios que han hecho ruborizar incluso a los juristas más moderados. El juicio reciente a García Ortiz fue escandaloso: un fiscal subordinado jerárquicamente al acusado ejerciendo, en la práctica, de abogado defensor. Y todo esto porque que el fiscal general hubiera dimitido.
Hasta el punto de llegar a proponer, en un caso concreto, que el silencio del acusado -un derecho protegido por la ley- fuera considerado indicio de culpabilidad
Pérez Amato, además, ha construido buena parte de su carrera en el ámbito de la violencia de género, y lo ha hecho con un celo doctrinario que asusta. Hasta el punto de llegar a proponer, en un caso concreto, que el silencio del acusado -un derecho protegido por la ley- fuera considerado indicio de culpabilidad. Es decir: si eres hombre y te callas, eres más culpable. Ya no existe el principio básico de no autoincriminación. Existe la presunción inversa: presunción de culpa.
Ahora esta misma persona será la número 1 de la Fiscalía, y todos los fiscales tendrán que obedecerla. Porque la carrera fiscal no es un lugar de disidencia: es una estructura jerárquica en la que mandar significa establecer el tono, el enfoque y la presión interpretativa sobre miles de casos.
el feminismo punitivo no sólo se mantiene, sino que se intensifica
Con su nombramiento, el gobierno envía un mensaje meridianamente claro: el feminismo punitivo no solo se mantiene, sino que se intensifica. Y los hombres —todos, indistintamente— pasan a ser una categoría sospechosa, un sujeto político a vigilar. Una pieza más en el mostrador de la polarización. Una herramienta para cohesionar bloques.
Así vamos. Y así quieren que sigamos. Entre dogmas, cálculo e ideología. Y, sobre todo, cuatro tazas de feminismo.
Una fiscal general que quiere convertir el silencio del acusado en atisbo de culpa: mala noticia para la justicia. #Derechos #Legalidad Compartir en X





