«No me da pena tu tiro en la nuca»

El rap es un género musical peculiar. Un híbrido, que surge del “recitado rítmico de las letras, que no se cantan”. Podríamos decir que mezcla poesía (de mayor o menor calidad), ritmos y un fondo musical como acompañamiento. (“el rap”)

Aparece en los Estados Unidos hacia la mitad del siglo XX, asociado a minorías raciales afroamericanas, aunque poco a poco se extiende por todo el mundo, sin distinción de razas o culturas.

Normalmente sus letras tienen un componente social de denuncia. De hecho, surgió en zonas marginales como expresión de rebeldía, con letras agresivas, una especie de grito contra la injusticia y la desigualdad. Contra el racismo y cualquier clase de discriminación.

Hay que ser generoso por tanto al interpretar sus letras dentro del ámbito artístico, y entender que estamos en el ámbito de lo metafórico. Algo así como una serie de ficción realista, que pretende reflejar la realidad, pero no por ello deja ser ficción.

En ese contexto, podemos hacer un esfuerzo para entender frases como las que ha escrito Pau Rivadulla, conocido artísticamente como Pablo Hasél, en las que, por ejemplo, amenazaba al alcalde de Lleida:

“…malnacido, te mereces un disparo, te apuñalaré, te arrancaré la piel a tiras

O al exlehendakari vasco:

 merece que explote el coche de Patxi López

A los políticos de uno y otro bando:

no me da pena tu tiro en la nuca, socialista, (…), no me da pena tu tiro en la nuca, socialisto

Hemos de aceptar que él, u otros artistas de su estilo, vilipendien a las mujeres, (o a los menores, o a los colectivos de una raza o religión determinada):

“…vete a comer pollas, zorra hija de la gran puta” (con perdón).

Vamos a confiar en que tenemos una sociedad lo suficientemente madura y tolerante como para soportar ese tipo de versos en un estilo musical como el rap que parece que lo aguanta todo. Vamos a promover las reformas penales necesarias  para despenalizar, o al menos suprimir la prisión ante esas conductas. He escrito varias veces al respecto en este mismo blog.

Pero cuando en 2007 un famoso cantante de cuyo nombre no quiero acordarme montó un lío considerable en un avión porque al parecer él y sus amigos habían bebido demasiado, se enfrentó a la tripulación y obligó al comandante a volver al aeropuerto de origen donde fue detenido por la Guardia Civil por el altercado, a nadie se le ocurrió inundar las calles de manifestaciones de protesta. Como estas que hemos visto estos días en muchos lugares de España, especialmente en Catalunya, en las que se han infiltrado grupos de vándalos que han destrozado comisarías, comercios, semáforos, señales y contenedores.

Ser artista no te da inmunidad para delinquir, para agredir, para evadir impuestos (¿hacemos una lista?), para saltarse la ley, en definitiva.

Pablo Hasél no merece la cárcel por sus letras (quizá más bien merecería el olvido o cuando menos la indiferencia). Pero sí por agredir a periodistas, a testigos en un juicio, o por no abonar las multas que le impusieron precisamente para que no ingresara en prisión. O por cualquier otro delito por el que seríamos castigados el resto de los mortales.

Convertirlo en un mártir de la libertad de expresión es lo más ridículo que nos ha ocurrido en los últimos años en España. Pablo Hasél, como el rap, no es más que una coartada, no una excusa para justificar lo injustificable: la violencia desatada de estos últimos días.

Como diría (cantando, no rapeando) el gran Raimon, “no, diguem no, nosaltres no som d’eixe món”.

En ese contexto, podemos hacer un esfuerzo para entender frases como las que ha escrito Pau Rivadulla, conocido artísticamente como Pablo Hasél, en las que, por ejemplo, amenazaba al alcalde de Lleida Share on X

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