Vicens Vives, en Noticia de Catalunya , da cuenta de lo que podríamos llamar las fortalezas básicas de Catalunya, lo que es capaz de dotar de continuidad al país a pesar de las adversidades. Una de estas fortalezas, según él, es la casa solariega, el hogar, la familia. Esto se puso de manifiesto en los difíciles años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando el catalán como lengua, las tradiciones y el conocimiento de nuestra realidad se mantuvieron gracias al trabajo interno y discreto de las familias. Hacia finales de los cincuenta, este trabajo empezó a hacerse visible a través de organizaciones y entidades que se iban creando.
Sin embargo, hoy en día, esta familia está dañada. Cuando hablo de familia, me refiero a la unión entre un hombre y una mujer con la vocación de tener descendencia, educarla y establecer un marco de relaciones estables que ofrezcan garantías de seguridad y continuidad.
La tasa de nupcialidad catalana (el número de matrimonios por cada 1000 habitantes) es de las más bajas de España. Si corregimos esta tasa por el factor de envejecimiento de la población, Cataluña se sitúa en el primer lugar, porque otras comunidades, como Castilla y León o Extremadura, tienen una tasa menor debido al peso de la población en edad avanzada, que ya no está en edad de casarse. La tasa catalana es de 3,46, mientras que la de España es de 3,74 y la de Madrid, por ejemplo, es de 4,03, una cifra sensiblemente mejor que la catalana.
Aunque se casa poca gente, Catalunya ocupa también un lugar destacado en tasa de divorcios, con 1,81 divorcios por cada 1.000 habitantes, ligeramente por encima de la media española (1,7) e igual que Madrid. Valencia, Canarias y Baleares, con un fuerte componente turístico, tienen mayores tasas de divorcios.
Aunque no se pueda establecer una relación directa, si comparamos los resultados PISA en educación con las tasas de divorcios, observamos que entre las diez primeras comunidades en resultados PISA no hay ninguna que tenga una tasa de divorcios por encima de la media española, salvo Asturias, que alcanza el 1,75. Castilla y León, la comunidad con mejores resultados, tiene una tasa de 1,33, mientras que Madrid, que ocupa la cuarta posición, se encuentra en el 1,70. En cambio, en los últimos lugares, uno de ellos ocupado por Cataluña, encontramos comunidades con tasas de divorcios muy altas, como Canarias y Baleares.
No existe una única causa para explicar el mal rendimiento escolar, pero sin duda la estabilidad familiar forma parte de la ecuación. Desde los años ochenta, los estudios sobre capital humano y capital social, localizados en la familia, han demostrado que una familia educadora, incluso con hijos en una escuela mediocre, obtiene mejores resultados que una familia que no se ocupa de la formación de los hijos, aunque éstos vayan a una escuela de reconocida calidad. El 60% de la determinación de los resultados finales depende de su familia.
El problema en Cataluña es que la concepción cultural imperante no favorece los vínculos sólidos y estables. Además, la dificultad de acceso a la vivienda impide que estos vínculos se consoliden en hogares.
Ya en 2010, un estudio del sociólogo Javier Elfo, Diversidad de familias ante la educación de los hijos , identificaba cuatro tipologías familiares: la familia progresista (23% del total), la conservadora (30,5%), la conflictiva (15, 2%) y la convivencial armónica (32%).
Este estudio advertía que la familia conflictiva no tenía capacidad educadora, y además estaba compuesta por familias con ingresos bajos, lo que se reflejaba en los malos resultados escolares de los hijos. Esto es explicable, y ahí está todo un terreno de acción socioeconómica. Pero es que el grupo de la familia progresista, formado por personas con ingresos altos, era el siguiente en malos resultados educativos. Éste es el problema de fondo. Esto ocurría hace quince años, y no parece que la situación haya mejorado.
Se podría pensar que aproximadamente un 40% de las familias catalanas tienen dificultades para acompañar a sus hijos en la educación. Sin embargo, las políticas gubernamentales y las leyes ignoran esta situación y la importancia de la familia.
Naturalmente, intervienen otros factores, como el aula, que incluye al profesorado, la asignatura y el conjunto de alumnos que reciben la enseñanza. El fracaso escolar en Cataluña no es exclusivamente responsabilidad del profesorado, pero sí tienen un papel importante en estos malos resultados.
La escuela en conjunto, con su ideario (si la tiene), la metodología y la manera de aplicar el plan de estudios también es un factor relevante. Además, el plan de estudios, el tiempo libre, los hábitos y los amigos completan el panorama. Por último, la sociedad en general y los valores que promueve juegan también un papel determinante.
Creer que Cataluña puede obtener buenos resultados sólo con comisiones técnicas es un error. Sin un mayor número de familias educadoras, sin una mayor capacidad del profesorado y sin una educación en virtudes, no saldremos de esta crisis. Las comisiones y las “pedagogías” no nos sacarán de una crisis profunda, que la educación refleja de forma descarnada, pero que está en la raíz de nuestra sociedad y de sus instituciones, especialmente las políticas.
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