Hace pocos días el Món publicaba un reportaje sobre la situación de la Catalunya Nord y de su capital, Perpiñán señalando que era uno de los territorios de la Francia continental que presentaba mayores niveles de pobreza.
Con datos del Instituto National de la Statistique et des Études Économiques francés (INSEE) el reportaje firmado por Gautier Sabrià apuntaba que el 20,7% de la Catalunya Nord se situaba dentro del umbral de la pobreza relativa y era después de la zona periurbana de París, el sitio donde este nivel era más importante.
Situaba un dato muy indicativo: la media de los salarios era de 1.500 euros mientras que en París se situaba en los 3.900. El paro es del 11,8%, mayor incluso que el catalán, cuando la media francesa se sitúa en el 7,1% y la de Catalunya del 9,9%.
Seguramente uno de los datos más remarcables es que 1/3 de la población del Rosellón recibe ayudas de la administración que representan el 75% de sus ingresos.
Por su parte, Perpiñán es la cuarta ciudad de Francia con más de 5.000 habitantes, más pobre y la quinta en desigualdad. Sant Jaume, uno de los barrios de la capital del Rosellón, es el más pobre de toda la Francia continental y el de Vernet el tercero más pobre.
La ventaja, si es que podemos decirle así, es que el paquete de ayudas sociales y a la familia francesa, mucho mayor que el español y el catalán, contribuye a paliar estos efectos.
Esta situación, que no es de ahora sino que se arrastra desde hace décadas, contrasta con tener como territorio fronterizo una Catalunya que hasta hace relativamente poco tiempo era uno de los territorios más dinámicos en términos económicos de todo el estado y disponía de una de las grandes áreas metropolitanas de Europa con una capital dotada de un fuerte atractivo como Barcelona.
El potencial económico de Catalunya ha decaído, pero sigue siendo todavía importante y el peso de la metrópoli también lo es. Evidentemente, el nivel de ayudas que tienen nuestros compatriotas del norte es envidiable, pero en contrapartida su situación económica no lo es lo más mínimo.
Desde siempre la política catalana y, por tanto, la Generalitat, tenía una visión que quería articular el Rosellón con el conjunto de Catalunya.
Pero esta concepción ha quedado desvanecida hasta llegar a la nada. Hemos pasado de la idea, más una ilusión que una realidad de los Països Catalans, al actual aislamiento de lo que, para entendernos, llamamos Principado del resto de regiones de habla catalana.
Es un péndulo excesivo que no tiene explicación. Porque sin querer articular una unidad política, sí es evidente que construir un espacio económico fuertemente vinculado al hecho de compartir una misma lengua y cultura es un propósito realista y beneficioso para todos, más en el caso del Rosellón porque podríamos articular, de hecho primero y formalmente después, una Eurorregión con todas las ventajas que ello conlleva. Los beneficios para el Rosellón serían evidentes y para nosotros también.
Hay multitud de sinergias: turísticas, en infraestructuras, no digamos ya culturales y educativas incluso deportivas; el USAP, el equipo de rugby con sede en Perpiñán, forma parte de la élite de este deporte al participar del top 14 francés.
Ahora celebra sus 120 años de existencia, casi en paralelo al centenario del otro club catalán por excelencia, la Unió Esportiva Santboiana. Compartir potencialidades, intereses y necesidades sería un nuevo impulso para todos, y el primer paso para todo esto es la existencia de una política en este sentido que hoy es inexistente en la Generalitat.
Es una gran carencia porque descuida una cuestión tan decisiva como es la catalanidad. Y no nos estamos refiriendo a hacer volar palomas, sino que a partir de este concepto profundo es necesario impulsar todas las infraestructuras que mejoran la articulación con el sur francés empezando por el corredor del Mediterráneo.
Una vez más se constata la pobreza de iniciativa política del gobierno de Aragonès cuando no utilizó la reunión en Barcelona para presionar sobre Sánchez para que al menos el corredor del Mediterráneo llegara hasta el Rosellón, como el impulso previo para conseguir la necesaria y completa articulación con la red francesa y europea.
Es evidente que construir un espacio económico fuertemente vinculado al compartir una misma lengua y cultura es un propósito realista y beneficioso para todos, más en el caso del Rosellón Share on X