¿Monarquía versus República?

François Hollande, hijo de un otorrino próximo a la extrema derecha partidario de la Argelia francesa, fue presidente de la República del país vecino desde 2012 a 2017. Tuvo cuatro hijos con Segolène Royal, excandidata a las presidenciales, y se enfrentó a ella dentro del mismo partido socialista al que pertenecían ambos cuando él decidió apoyar a su rival Martine Aubry. En el 2007 se separó de Segolène y al acceder a la presidencia estaba emparejado con la periodista Valerie Trierweiler, que se instaló con él en el Elíseo como su “compañera”, según la web oficial de la institución, y cumpliendo las funciones de “primera dama”.

En 2014 la revista del corazón Closer publicó que Hollande mantenía un “affaire” con la actriz Julie Gayet, con la que se veía a escondidas en un apartamento de una amiga de la actriz (cuyo propietario estaba presuntamente vinculado a la mafia corsa), desplazándose en moto acompañado de dos agentes de seguridad. Trierweiler fue ingresada en un hospital con un cuadro de ansiedad cuando se enteró de la infidelidad. Se separó de Hollande y a finales de 2014 publicó un libro titulado Merci pour ce moment, número uno de ventas en Francia, en el que Hollande no quedaba especialmente bien parado. Hollande dejó la presidencia batiendo un récord de impopularidad en las encuestas.

El tabú de la vida privada de los políticos en Francia había saltado por los aires. La brecha se había hecho añicos.

El predecesor de Hollande, Nicolas Sarkozy, se divorció de su mujer, Cecilia, durante su mandato para casarse con la cantante y modelo italiana Carla Bruni.

Pese a escándalos protagonizados por sus jefes de Estado, en Francia nadie se ha planteado desmantelar el sistema político instaurado

Miterrand tuvo una hija secreta, Mazarine Pingeot, fruto de su relación extraconyugal con la historiadora del arte Anne Pingeot. El parentesco se dio a conocer en 1994, dos años antes del fallecimiento del presidente. Chirac tenía fama de seducir jovencitas, mientras su esposa Bernardette sufría en silencio e intentaba mirar hacia otro lado. Giscard d’Estaing escribió un libro en 2009, La princesa y el presidente, en el que sugería una relación algo ambigua con Lady Diana de Gales.

En cuanto a corrupción, unos cuantos de esos mismos presidentes han tenido graves problemas con la justicia. Nicholas Sarkozy fue acusado y detenido por recibir presuntamente ayuda económica del dictador libio Muamar el Gadafi para financiar sus campañas. Chirac fue procesado y condenado a dos años de prisión por malversación de fondos públicos con los que financiaba su partido. A sus 79 años, se libró de participar en el juicio ya que los médicos alegaron problemas de memoria.

Por no hablar de los famosos diamantes que Jean-Bedel Bokassa, cruel dictador y “emperador” de la República Centroafricana, regaló a Valéry Giscard d’Estaing y a otros miembros de su familia. Un escándalo que probablemente le impidió ser reelegido en 1981 en favor de su adversario Miterrand, que se mantendría 14 años seguidos en el poder.

Y sin embargo, la República francesa permanece incólume. Nadie se ha planteado durante estos últimos años desmantelar el sistema político instaurado, con diversas revisiones, desde la abolición de la monarquía en 1792, o buscar algún otro régimen alternativo aún no inventado.

No creo que Francia, o Italia, o Grecia, o por supuesto los Estados Unidos de Trump o la Rusia de Putin, gocen de mayor calidad democrática que Suecia, Noruega o Dinamarca.

La república no es mejor, ni peor, que una monarquía parlamentaria. Si un Jefe de Estado, en su vida privada o en su actividad pública comete irregularidades, y estas comportan algún tipo de responsabilidad penal, lo que hay que hacer es procesarlo y en su caso condenarlo, más allá de revisar, si es preciso, el régimen de inmunidad e inviolabilidad al que pueda estar sujeto por mandato constitucional.

Y en el momento que proceda, si hay consenso, siempre se puede proponer un cambio en la Carta Magna si una mayoría considera que un sistema alternativo, como la república en el caso de España, supondría una mejora de vida notable para los ciudadanos. Aunque la historia no apunte en esa dirección, si la analizamos con una cierta objetividad y distanciamiento.

Es un buen momento para leer (o en su caso releer) el magnífico libro de Javier CercasAnatomía de un instante y recordar el papel del rey Juan Carlos durante la transición, hoy denostada por muchos, y en el fracaso del malogrado golpe de Estado del 23-F. Y si tiene que responder ante la justicia por actos punibles presuntamente cometidos, que lo haga. Con todas las garantías, y con todas las consecuencias.

Pero nunca hay que confundir las personas con las instituciones. Estas se sitúan siempre por encima.

Aprendamos de los franceses.

Pero nunca hay que confundir las personas con las instituciones. Estas se sitúan siempre por encima. Aprendamos de los franceses. Clic para tuitear

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