Hay datos que admiten interpretación y datos que imponen silencio. El gráfico de Pew Research Center sobre la confianza de los estadounidenses en el gobierno federal entre 1958 y 2025 pertenece a la segunda categoría. No explica solo una sucesión de presidentes; explica la lenta erosión de un pacto implícito entre ciudadanos y poder. Y lo hace con una frialdad estadística que desmonta relatos, simpatías ideológicas y mitos mediáticos muy arraigados, especialmente en Europa.
El primer impacto es visual: una curva que comienza alta, casi confiada, y termina arrastrándose cerca del suelo. En 1958, el 73% de los americanos afirmaban confiar en el gobierno federal por hacer “lo correcto” casi siempre o la mayor parte del tiempo. En 2025, esta cifra es del 17%. No es una oscilación coyuntural; es una decadencia estructural.

La edad de oro de la confianza (Eisenhower-Kennedy-Johnson)
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta, la confianza en Washington es excepcionalmente alta. Estados Unidos es una potencia victoriosa, el Estado federal construye infraestructuras, lidera el mundo occidental y, sobre todo, transmite competencia. El gobierno puede ser discutible, pero no se percibe como impotente.
El gráfico de confianza no refleja ninguna inflexión excepcional asociada al mandato de Kennedy. Durante los primeros años sesenta, la confianza en el gobierno federal ya era muy alta —heredada de la etapa Eisenhower— y se mantiene estable más que ascendente. Kennedy no crea un pico, simplemente gobierna en un momento en que el sistema todavía goza de un crédito social intacto. El mito es cultural; la confianza, estructural.
Con Johnson, incluso en medio de tensiones sociales y raciales, la confianza supera a menudo el 60%. Es una época en la que el ciudadano medio no se pregunta si el sistema funciona: lo da por sentado. La política no es vista todavía como un espectáculo permanente ni como una guerra cultural sin fin.
La gran ruptura: Vietnam, Watergate y la pérdida de la inocencia (Nixon–Carter)
La caída comienza a finales de los sesenta y se acelera en los setenta. Vietnam introduce una duda fundamental: el gobierno puede mentir. Watergate introduce una certeza aún más corrosiva: el gobierno puede mentir e intentar taparlo.
Entre 1972 y 1974, la confianza cae en picado. Lo que se rompe no es solo un presidente, sino una idea: la que asumía que el poder federal, con todos sus defectos, actuaba de buena fe. A partir de ahí, la confianza nunca volverá a los niveles anteriores. Jimmy Carter hereda un país escéptico, cansado y económicamente debilitado. La confianza entra en los años ochenta claramente por debajo del 30%.
Reagan: la recuperación de la percepción de gobierno (1981–1989)
Es aquí donde el gráfico dice una verdad incómoda para el relato dominante en muchos medios europeos. Con Ronald Reagan, la confianza institucional no solo se estabiliza: sube. No vuelve a los niveles de los años sesenta, pero se mueve de forma sostenida en la franja del 40–45%.
Esto no es anecdótico. Significa que, para una parte significativa de la sociedad norteamericana, el gobierno vuelve a parecer funcional, con dirección y capacidad de acción. Reagan puede ser ideológicamente controvertido, pero su presidencia coincide con una clara recuperación de la confianza en el ejecutivo federal.
Aquí hay que decirlo sin eufemismos: en términos de confianza en el gobierno, el período Reagan está claramente mejor valorado que el período Obama. El gráfico no juzga intenciones, discursos ni simbolismos; juzga percepciones reales de funcionamiento.
Del final de la Guerra Fría al pragmatismo condicionado (Bush padre-Clinton)
La presidencia de George H. W. Bush vive un notable repunte con la guerra del Golfo: la confianza sube cuando el país percibe liderazgo claro y victoria rápida. Pero es un efecto temporal.
Con Bill Clinton, la confianza oscila. La economía va bien, pero el escándalo permanente y la incipiente polarización impiden una restauración profunda. Hay momentos de repunte, pero el techo es ya más bajo. La confianza es condicional: depende del ciclo económico y de la calma política.
La excepción emocional: el 11-S y su resaca (Bush hijo)
El atentado del 11 de septiembre de 2001 provoca el mayor pico puntual de confianza desde los años sesenta. El país cierra filas, confía, delega. Pero el mismo gráfico muestra cómo este crédito se consume rápidamente.
La guerra de Irak, la sensación de engaño y, finalmente, la crisis financiera de 2008 erosionan de nuevo la confianza hasta niveles bajos. El 11-S demuestra algo esencial: la confianza puede hincharse en momentos de choque, pero si el gobierno no responde bien después, la caída es aún más dura.
Obama: prestigio europeo, confianza interna pobre (2009–2017)
Llegamos al contraste central. Barack Obama es aclamado en Europa. Simboliza renovación, oratoria, cosmopolitismo. Pero el gráfico es implacable: durante su presidencia, la confianza en el gobierno federal se mantiene baja, a menudo entre el 20 y el 25%, con algunos de los mínimos más pronunciados de toda la serie.
En 2011 se alcanza uno de los puntos más bajos históricos. No es casual: bloqueo institucional, polarización extrema y la percepción de que Washington discute más de lo que gobierna. Obama no inaugura la desconfianza, pero tampoco la revierte. Su mandato afianza lo que ya parece una nueva normalidad: la desconfianza estructural.
Aquí es donde el relato europeo falla: confunde prestigio simbólico con confianza funcional. El gráfico separa claramente ambas cosas.
La era de la desconfianza permanente (Trump, Biden, 2025)
Desde 2007, la confianza casi nunca supera el 30%. Con Trump, la confianza se vuelve radicalmente partidista: sube entre los suyos, cae en picado entre los demás. Con Biden, existe un pequeño repunte inicial que no se consolida. En 2025 cierra con un 17 %, en un contexto de bloqueos presupuestarios y el gobierno es percibido como incapaz de funcionar con normalidad.
Conclusión: la curva como veredicto
El gráfico de Pew no dicta sentencias morales; dicta diagnósticos. Dice que Reagan gobernó en un período de confianza institucional claramente superior al de Obama. Dice que la confianza americana murió en los setenta y no ha resucitado. Y dice, sobre todo, que el problema no es ya un presidente concreto, sino una arquitectura política que ha dejado de generar credibilidad.
Es una lección incómoda, pero exactamente por eso es útil… Y ahora a esperar el fin del mandato de Trump…
Desde 1958 hasta la fecha: la confianza en Washington cae del 73% al 17%. El problema ya no es un presidente, es el sistema. #CrisisInstitucional Compartir en X





