Emmanuel Macron anuncia el fin de «la abundancia». ¿Qué hay detrás de una afirmación tan dramática?

El pasado 24 de agosto, con motivo de la reanudación de los consejos de ministros en el Palacio del Elíseo después de las vacaciones, el presidente francés Emmanuel Macron hizo un discurso retransmitido en directo en el que anunció «el fin de la abundancia, de las evidencias y de la despreocupación».

Macron se sumaba así a las voces cada vez más numerosas que parecen querer preparar a la opinión pública occidental para un período particularmente duro y decisivo, debido a las crisis acumuladas estos últimos años: la pandemia, la guerra de Ucrania y la inflación.

Se trata de afirmaciones de gran gravedad, pero al venir de Emmanuel Macron es necesario tomarlas de forma particularmente prudente, e incluso escéptica.

En primer lugar, Macron es un habitual de los discursos grandilocuentes que no se materializan en acciones concretas. La declaración de guerra a la Covid durante la primera ola de la pandemia constituye un buen ejemplo.

En segundo lugar, Macron ha demostrado desde que llegó a la presidencia de la República Francesa en 2017 una gran falta de coherencia, acompañada de frecuentes y drásticos cambios de rumbo.

Son ejemplos su respuesta a las protestas de los chalecos amarillos que supuso un giro de 180 grados, su errática e inconclusiva política en materia de seguridad e inmigración, o la propensión a salir el talonario de cheques cada vez que se le plantea un problema. Su último ejemplo, por cierto, es la «prima inflación», donde las familias que se sitúen por debajo de un determinado umbral de ingresos recibirán por obra y gracia de Macron un cheque de 100€ y 50 más por cada niño.

Una muestra de su incoherencia es que Macron haya pasado de ser un presidente percibido como el cúmulo del neoliberalismo a engordar el sector público y mantener a Francia endeudada en récords históricos ya antes del coronavirus (98,1% de su PIB en el 2019).

Su famoso «cueste lo que cueste» para preservar el voraz modelo de ayudas sociales de Francia durante la pandemia ha llegado en los últimos meses a un extremo insospechado que ha forzado al ejecutivo a nacionalizar EDF, la empresa distribuidora de electricidad de Francia, para evitar su quiebra definitiva.

De hecho, tan sólo un día después de su apocalíptico discurso, el propio Macron anunció que revaloraría los sueldos de todos los nuevos maestros y que no permitiría que ningún profesor empezara su carrera por debajo de los 2.000 euros netos mensuales. Cómo encaja esto con su discurso de 24 horas antes es un gran misterio.

La contradicción constante contiene la que probablemente es la tendencia más evidente de la presidencia de Emmanuel Macron: sin verdadero programa político desde el día que anunció su candidatura en 2016, Macron ha gobernado Francia en función de las urgencias del momento y por arrebatos de ímpetus que casi nunca tienen consecuencias tangibles más allá de los titulares de prensa.

Ejemplos de estos arrebatos inconclusivos son su famoso discurso de la Sorbona de 2017, donde se proponía refundar la Unión Europea, o la frecuencia de sus contactos con Vladimir Putin justo antes de la invasión rusa de Ucrania.

Y es que como ya se ha apuntado anteriormente, Macron parece hacer de la comunicación una finalidad política, como si un discurso suyo tuviera tanto valor como una política pública profundamente estudiada, dotada de un presupuesto coherente y ejecutada con arreglo a un plan de cuatro años de duración. Esta peculiar forma de concebir la tarea de gobernar explica muchas cosas del último y cataclísmico discurso de Emmanuel Macron.

Ahora bien, existe también un trasfondo más preocupante en el discurso de Macron, y es que tiene un fondo común con lo que dicen y repiten numerosos portavoces y cargos públicos tanto en Europa como en Estados Unidos. Esto es, que anuncia sufrimientos en los tiempos que vienen, y parece implícitamente preparar el terreno de la opinión pública para políticas duras e impopulares, y posiblemente restricciones de todo tipo.

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