Una vez más logramos ser únicos en Europa. El problema es que esta excepcionalidad que se va reiterando no es nunca por cuestiones buenas, sino por problemas y conflictos que a nivel europeo resultarían increíbles y en nuestro país forman parte de la normalidad.
Ahora ha vuelto a suceder con un asunto tan decisivo como son los presupuestos del 2022, los mayores de la historia de la Generalitat gracias a los fondos europeos. Se ha producido un «cruce mágico» entre ERC y Comuns de manera que los de Colau apoyarán los presupuestos en el Parlament y ERC lo hará en el Ayuntamiento. Con este acuerdo Aragonès sigue flotando y a la vez sacrifica el mito del «52%» del independentismo gobernante y le quita toda credibilidad a su jefe de filas en el Ayuntamiento de Barcelona y teórico candidato a la alcaldía -ahora menos que nunca- , Ernest Maragall. En una fecha tan reciente como el 10 de octubre Maragall escribió un durísimo varapalo contra Colau “Nadie al volante” en La Vanguardia. Con esta declaración pública y comprometida, Maragall cerraba toda posibilidad de acuerdo para aprobar los presupuestos de Ada Colau. Ahora, con el acuerdo de Aragonès, el artículo debe comérselo con patatas. Su credibilidad y su incidencia política ha quedado reducida a bajo cero. Parece difícil que con ese bagaje pueda repetir candidatura.
El otro cadáver es el del bloque independentista, pero aquí el ejercicio de la puñalada ha corrido a cargo de los Comuns, que en este trabajo de liquidar el independentismo gobernante tiene la mano rota, y si no que le pregunten a la primera víctima, Artur Mas. Y todavía hay un tercer cadáver, el del gobierno de la Generalitat. Ya lo sabíamos, pero ahora se pone de manifiesto hasta la vergüenza. Es evidente por tirios y troyanos que JxCat no tiene nada que ver con ERC, pero es incapaz de romper el gobierno porque no quiere perder 300 puestos de trabajo de sus élites, el acceso a presupuestos, subvenciones y los privilegios de TV3, y también porque “el exiliado” de oro, Puigdemont, no tiene capacidad de generar ninguna alternativa. Está claro que si el expresidente de la Generalitat no hace un gesto histórico que conmueva el panorama, su futuro, y con él el de JxCat, está muy liquidado.
Ese partido presenta además un espectro muy confuso. Es radical con su independentismo verbal, pero incapaz de demuéstralo con ningún hecho concreto, sus líderes son de izquierdas, procedentes de Iniciativa per Catalunya, como Jordi Sánchez, del PSC y de la progresía catalana upper Diagonal, pero la su base es la pequeña y mediana burguesía que confiaba en CiU. Hay un desajuste importante que tarde o temprano desintegrará la formación en la medida en que el cemento de la promesa del nuevo estado pierda la poca credibilidad que le queda.
En realidad, Cataluña está en manos de la izquierda enmarcada por Sánchez, Colau y la CUP. Estos son los tres vértices dentro de los que bailan ERC y JxCat, que pese a los votos son incapaces de establecer la agenda política y llevar la iniciativa.
Al otro lado del río hay poco menos que nada. Cs y PP son más un holograma político en Cataluña que una alternativa, y Vox es un refugio reducido de gente muy enfadada porque una parte importante de las personas que pertenecen a esta categoría son catalanistas, nacionalistas y no independentistas que nunca expresarán su disgusto a través de la formación de Abascal.
Tenemos aquí otra anomalía catalana, la escénica del centro y la derecha o, incluso, de una extrema derecha fuerte. En Cataluña sólo evita la progresía en todas sus variantes y modos. Es evidente que con ese espectro tan desequilibrado, el país tampoco puede funcionar bien. Pero la alternativa está aún por nacer.
Parece que ahora sí el PDeCAT, junto a otros partidos como la Lliga, Lliures, Convergents, crearán una nueva organización que se anunciará en diciembre. Hay que decir que todos estos miembros no serán suficientes porque no da de entrada la sensación de proyecto potente salido de la sociedad, sino más bien de un reagrupamiento del que hasta ahora no ha tenido éxito, y éste es un inconveniente importante si no se consigue modificarlo. Además el PNC por el momento no participa en el intento, es pequeño pero hace de testigo de que la capacidad integradora del nuevo proyecto no es demasiado grande.
Por otra parte, la idea de nuevo partido que tiene aspectos muy positivos hace planear también una sombra. El hecho de no transformar el propio PDeCAt en el nuevo mástil y crear una organización donde se adscribiría a la gente a título personal, permite al PDeCAT, si es que ésta es su intención, avanzar en dos tableros muy diferentes: el del partido y al mismo tiempo de cara a las elecciones locales, que le importan mucho a la organización que quiere recoger la herencia convergente, pactando con todos los municipios que pueda con JxCat.
Sería legítimo, pero a la vez muy confuso.
Es evidente que una alternativa para Cataluña necesita más.