La espectacular noticia de estos días ha sido el asalto del Congreso y los edificios de los otros poderes públicos de la capital de Brasil, Brasilia. Las imágenes han sido impactantes, y la rapidez en la que han sido desalojados también tiene su impacto. Todos los medios de comunicación han puesto de relieve el peligro para la democracia que estas acciones significan, y la teorización ha aparecido rápidamente: “no se acepta que el otro gane y se le ve como un enemigo a destruir”, «las redes permiten obviar el periodismo como filtro entre la política y la ciudadanía», «hay una industria de la falsedad, es una narrativa pensada para incitar a la acción». Ideas como éstas van llenas, pero tienden a focalizarse en una determinada perspectiva. La de que el peligro viene del bando derecho del espectro político y sitúan el precedente de Brasilia en el grave asalto del Congreso a Washington, en el que se cierne el huevo de Trump.
En todo esto, algunos de los análisis no dejan de ser relevantes en sí mismos. Por ejemplo, aquél que ha dicho que el periodismo es un filtro entre política y ciudadanía y que del filtro a la manipulación hay poca distancia. Esta cuestión se hace presente precisamente en los antecedentes de este tipo de acción que intenta por la fuerza deslegitimar el resultado de unas elecciones, porque los antecedentes no están en Washington están en España.
Recordémoslo:
2011: asalto al Parlament de Catalunya para impedir que se lleve a cabo el pleno. Es tanta gente la que intenta asaltar el Parlament, que el parque de la Ciutadella debe cerrarse y la policía proteger todo el perímetro. Este hecho no impide las agresiones a los diputados que intentan acceder a el. Y obligan al presidente de la Generalitat, Artur Mas, a acudir en helicóptero. Si no lograron entrar en la sede del Parlament no fue por falta de voluntad, sino por el cierre del perímetro del parque y la existencia de un número suficiente de policías. Precisamente lo que llama la atención de Washington y Brasilia es la debilidad numérica de las fuerzas del orden público, aunque eran hechos anunciados y bien conocidos. Si en la Ciutadella en el 2011, la policía hubiera tenido en proporción los mismos recursos que en Washington y Brasilia, la ocupación del Parlamento se habría producido sin lugar a dudas.
2016: acción dirigida a bloquear el Congreso de los Diputados para impedir la elección de Rajoy por considerarse ilegítima. Aquí está, por primera vez, el uso del concepto ilegítimo para calificar a un gobierno surgido de las urnas. En contra de lo que se va diciendo, no ha sido Sánchez y la descalificación de Vox en este sentido quienes tienen la patente de la palabra, sino los indignados que tenían detrás suyo a UP. Una vez más la presencia de policías y las vallas impidieron que la acción lograra su finalidad.
Mucho más reciente aún, y no tan virulento, en el 2019 convocados por el PSOE se lleva a cabo una protesta ante el Parlamento de Andalucía. Motivo: el PP ganó las elecciones.
En todos estos casos no se teorizó sobre el riesgo de la democracia ni lo que suponía el asalto a las instituciones. Y estos hechos ponen de manifiesto que en función de quién es el sujeto que intenta el asalto a los parlamentos, el juicio varía. Si procede del ojo estrábico de la derecha es un ataque claro contra la democracia, pero si procede del ojo izquierdo es una manifestación de indignación. Unos son golpistas, otros responden a un mal estar social.
Es importante que tengamos conciencia de que vivimos bajo un imaginario, que nos dictan no sólo la política sino los medios de comunicación, que se construye a base no de información, sino de relatos, de argumentos, que hacen variar radicalmente la naturaleza de los hechos en función de quien los lleva a cabo. Y esa manipulación sí que es un peligro grave para la democracia, porque como en el agua tibia, en la que se quiere hervir la rana, ésta no salta porque la temperatura va subiendo poco a poco y se acostumbra, poco a poco nos van intoxicando y paulatinamente sufrimos los efectos de esta intoxicación.