La “lucha” contra la pornografía infantil anunciada por el gobierno, parece más una gesticulación que un camino de solución por las dificultades de lo que piensan hacer y, sobre todo, porque ya existen aplicaciones a cargo de las familias para conseguir lo mismo, con resultados muy dudosos.
Porque, vamos a ver, ¿por qué el hijo o el alumno va a cortarse un pelo si la pornografía es celebrada por la cultura hegemónica en nuestra sociedad, la de la progresía, y puede que sus padres o profesores sean consumidores? Si la educación sexual en la escuela consiste en enseñarles cómo follar sin riesgo de embarazo y de ETS, ¿por qué van a controlar un acceso a la satisfacción que, en muchos, sobre todo varones, ocasionan la pornografía? Porque nuestros comentaristas y medios de comunicación sostienen que hay una “pornografía sana” y otra que no lo es. Pero sencillamente esto no es verdad.
La culpa no es de los adolescentes, sino que es de esta sociedad por haber abandonado la educación del carácter en las virtudes.
Ha fallado el sistema educativo, las familias. Se acepta que las empresas se lucren sin escrúpulos y sobre todo el marco legal inexistente que permite que todo esto continúe pasando, o que cuando interviene lo hace de manera ineficaz, porque su confusión sobre lo que está bien o mal es mayúscula.
Y esta confusión surge de la negativa a aceptar que los adultos también registran el impacto adverso de la pornografía, solo que en una medida diferente que los niños. De la misma manera que sucede con el alcohol, pero de este hecho nadie deduce que consumir alcohol a diario en todas las comidas y un poco más sea una práctica salutífera. Un gusto sí, saludable no. La pornografía es peor que el alcohol y el tabaco.
Según todos los estudios las consecuencias de la pornografía en adultos pueden resumirse en:
- Fomenta el abuso y la degradación de las personas involucradas, especialmente de las mujeres y los niños, que son vistos como objetos sexuales y no como seres humanos con dignidad y derechos.
- Explotación y abuso. Otra crítica importante es que la industria de la pornografía a menudo está vinculada a situaciones de explotación y abuso.
- Objetivación y cosificación. Uno de los principales argumentos críticos es que la pornografía contribuye a la cosificación de las personas, especialmente de las mujeres. Al presentar a las personas como meros objetos para el placer sexual, lo cual es fuente de dificultades en unas reacciones normales, estimula la violencia.
- Limita significativamente la definición de belleza y sexo y, por lo tanto, margina la experiencia sexual femenina, que es más diversa y compleja que la que se muestra en las imágenes pornográficas.
- Minimiza el impacto de la violencia sexual, normalizando y trivializando actos como la violación, el incesto, la pedofilia, el sadismo o el masoquismo, que pueden causar graves daños físicos y psicológicos a las víctimas.
- Provoca problemas de salud mental y física en los consumidores habituales, como la depresión, la ansiedad, la adicción, la disfunción eréctil, la incapacidad para alcanzar el orgasmo, la insatisfacción con la pareja, el aislamiento social o el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual.
- Distorsiona la visión de la sexualidad y las relaciones afectivas, reduciéndolas a un mero acto mecánico y egoísta, sin tener en cuenta los sentimientos, el respeto, el compromiso, la comunicación o el amor, que deben caracterizar una relación sana y plena.
- Distorsiona las relaciones sexuales en la vida real al afectarla negativamente. Las representaciones poco realistas y exageradas en la pornografía pueden generar expectativas poco realistas en cuanto al comportamiento sexual y la apariencia física, lo que podría producir daños en la intimidad real.
La pornografía, toda ella, no puede tratarse como una manifestación de libertad, igual que no lo es consumir tabaco donde se quiera o no llevar el cinturón de seguridad en el coche. El límite de la libertad es el daño, y el de la pornografía es abundante y cada vez más extendido.