Cataluña, aunque no lo parezca, es un país forestal y de bosques. A escala europea es el cuarto territorio con mayor superficie arbolada después de Finlandia, Suecia y Austria. El 42% de nuestro territorio está arbolado. Y esto significa 1.348 millones de hectáreas. Además, ha ido aumentando sucesivamente a un ritmo de más de 8.000 hectáreas anuales, por lo que en 1993 la superficie era sólo del 38%, pero es que el dato del 42% no es actual, sino que es fruto del último inventario forestal de Cataluña.
En la actualidad, la superficie es mucho mayor. Además la calificación de terreno forestal, esa parte que no está ocupada por árboles, alcanza el 64% del total catalán. La mayor parte de esta superficie forestal, el 75,4%, es privada, pero sólo ¼ parte de esa superficie tiene planificación para su explotación. La otra cuarta parte del total es de titularidad pública y en su 70% está planificada. Sólo con un vistazo a estas cifras ya podemos ver que hay mucho que hacer y no se hace.
Los bosques catalanes significan una gran aportación que no se contabiliza. Por ejemplo, absorben del orden del 10% de nuestras emisiones de CO₂.
El problema central es su escasa capacidad de generar recursos económicos. Toda esa cantidad de hectáreas aporta del orden de 60 millones de euros al año, contando todos los usos: la madera, la leña, el corcho y todos los productos que se encuentran en el bosque y que son comercializados. De hecho, el impacto económico de los parques naturales y del resto de la superficie arbolada a consecuencia de los visitantes tiene un impacto que es más del doble de la producción directa, al superar los 160 millones de euros.
La gran pregunta es: ¿cómo después de tantos años de autogobierno seguimos sin tener un modelo y un plan que transforme ese gran potencial en riqueza efectiva? ¿Es posible que la administración de la Generalitat haya dejado durante tantos años abandonada la política forestal y haya dejado entregados a sus propios recursos, que son inexistentes, dada la muy baja rentabilidad del bosque, a los propietarios forestales?
Sobre el problema ha planeado un falso ecologismo que nos dice que los bosques son intocables, en lugar de llevar a cabo una buena gestión forestal que permitiría masas forestales de mayor entidad y mejor aprovechamiento. A ningún finlandés, el país con más bosques de Europa, se le ocurre pensar que sus árboles son intocables. Lo que sí vela es para que la gestión sirva para mejorar el monte y hacerlo sostenible.
La política forestal dominada por los urbanitas de Barcelona lleva décadas confundiendo el monte con una especie de parque temático a espaldas de sus titulares. Pero es que incluso el territorio público es de gestión claramente mejorable.
Cuando llegan los grandes incendios, difíciles de detener porque tenemos bosques de baja calidad forestal, pero de gran densidad vegetal que se queman y hacen difícil la intervención, entonces siempre hablamos de la absurda “limpieza del bosque” . Es una manifestación más de cómo la visión urbana se impone sobre la realidad, porque los bosques no “se limpian” sino que se gestionan con criterios forestales, que significa también ecológicos.
Una de las grandes acciones que debe emprender necesariamente Cataluña en la tercera década del siglo XXI, es el de una política forestal y ecológica eficaz que mejore los recursos que el bosque aporta y que incremente aún más su capacidad captadora de carbono y de micropartículas. Esta acción es aún más necesaria porque el bosque también sirve para mejorar la retención de agua de lluvia y amortiguar el aumento de las temperaturas, que es cada vez más un gran problema.
Por ejemplo, en Barcelona la media de mínimas para esta época del año desde 1926 es de 14ºC, pero las que estamos registrando este mes de octubre se sitúan en los 21ºC. Y de máxima la media está en los 20,9 ºC, pero la realidad que experimentamos marca la elevada cifra de 27 ºC. También el bosque contribuye a amortiguar este problema.
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