Leyes extrañas en plena pandemia: la ley trans

Es sorprendente que en plena crisis de incierta salida provocada por la pandemia, el gobierno otorgue prioridad a leyes que no sólo están en la periferia de los problemas que tenemos, sino que además acentúan la polarización en la sociedad española.

Es el caso de la eutanasia, también en fase final de tramitación, e incluso, la ley Celaá de Educación, que en lugar de ser un punto de encuentro para superar el desastre del sistema educativo español, ha juzgado claramente la ideología de una parte contra la otra. Es como si Sánchez estuviera convencido de que la batalla política ya no se libra en el centro, sino en los extremos. Naturalmente, esta hipótesis sólo es posible porque la fragmentación del centroderecha española, la ley electoral y la pequeña dimensión de la mayoría de circunscripciones electorales, otorgan una clara ventaja a la primera fuerza, y esta será el PSOE mientras la centroderecha se mantenga tan dividido.

La ley trans ha provocado una airada respuesta de sectores del PSOE , y en particular de las feministas clásicas de este partido, que consideran que es una agresión a la condición de la mujer y que significa borrarla y, por tanto, perder todas las conquistas que hasta ahora habían logrado.

Para entender esta razón crítica hay que tener presente que la ley trans hace una nueva definición del ser humano. No es ninguna tontería. Define que las personas son en tanto en cuando tienen una identidad de género y no en relación con el sexo que poseen, y que esta identidad de género es «la evidencia interna e individual del sexo propio tal como cada persona lo siente y se  autodetermina sin que tenga que ser definida per se, y no tiene porque guardar relación con el sexo con el que se ha nacido, pudiendo involucrar la modificación de la apariencia o función corporal».

A partir de ahí arranca la ley que penetra en todos los campos de la vida personal y que será fuente de conflicto, no tanto porque haya muchas personas en esta condición -son muy pocas-, sino por los privilegios y condiciones que introduce. Por ejemplo, las empresas deberán incorporar incentivos para la incorporación al trabajo de los transexuales. Gozarán, por tanto, de una ventaja especial en relación con las otras personas.

También los transexuales pueden participar, sin ningún tipo de limitación ni de verificación sexual, en los deportes, evidentemente los profesionales. Este hecho otorgará una ventaja destacadísima a los hombres que afirmen que su identidad es femenina a la hora de competir en los deportes, porque su capacidad física es biológicamente muy superior. El hecho de no introducir verificaciones de sexo significa no medir la carga en testosterona, que es la hormona fundamental para la diferenciación muscular. Así podremos encontrar «mujeres» compitiendo con otras mujeres pero con una constitución de hombre. Está claro quién se llevará el gato al agua. Para algunos, y dado que no se piden cambios fisiológicos, ni hormonación, competir en categorías femeninas puede ser el negocio del siglo; tenistas, futbolistas, y todo lo que se pague se ve amenazado, y que de acuerdo con la propia ley puede ser rectificado, volver a ser hombres sólo declarándolo.

Porque estos retahílas de ventajas se fundamentan sólo en la declaración de la persona en cuestión, y no exigen ningún tipo de transformación previa, ni de verificación de que su vida es vivida de acuerdo con el sexo que dice que siente. En definitiva, que Juan puede convertirse en Joana sin cambiar absolutamente nada legalmente, y volver a ser Juan cuando le plazca.

La escuela se verá afectada, pero seguramente los tres capítulos más importantes de la ley no son los que la respuesta feminista sitúa en primer término, porque afectan a la patria potestad, a la protección de los menores y al papel del estado en una democracia que se llama liberal. Una vez más, en un proceso continuado que vienen llevando a cabo los gobiernos socialistas, la sufrida potestad vuelve a quedar recortada.

Ya se empezó a producir esta liquidación en el periodo Zapatero, la ley Celaá lo ha acentuado en materia educativa y ahora la ley trans lo hace en referencia con la capacidad de los padres para cuidar de sus hijos, porque cuando alcanzan 16 años pueden efectuar el cambio de sexo sin la autorización paterna. Aquí la mayoría de edad no sirve de nada. Paradoja: a los 16 años no pueden votar, pero sí pueden hacer algo más irreversible como es decidir sobre el cambio de su sexo en plena pubertad.

Pero es que además, a partir de los 12 años, si no hay acuerdo con los padres, pueden acudir a un «defensor judicial» para que autorice este cambio. Este tipo de transformación es biológicamente una brutalidad porque significa que personas menores que tienen un batiburrillo hormonal en su crecimiento, pueden tomar decisiones completamente equivocadas que tendrán un efecto dramático en su vida porque la ley prevé el uso de bloqueantes hormonales, hormonación cruzada e, incluso, cirugía irreversible. Hay casos dramáticos en EEUU y en Gran Bretaña de chicos que se han transformado, han aplicado incluso la cirugía, y después de adultos se han dado cuenta de su error.

Pero aunque no lo parezca, la cuestión más grave de todas afecta a la naturaleza del estado de derecho. Para aceptar como una verdad incuestionable que se traduce en una ley, la identidad de géneros significa asumir una determinada ideología, la de las identidades de género, que parten del criterio de que el sexo no tiene ninguna importancia y que todo es autodeterminación personal sobre él. En la medida en que el estado asume esta ideología, en absoluto compartida en el ámbito internacional, abandona su neutralidad como democracia liberal, e incorpora en el estado una visión antropológica específica y radicalmente diferente a la que existe. El estado liberal se transforma en un estado ideológico. Que sea la ideología de género o el marxismo su fundamento, es secundario. Lo que resulta importante y terriblemente perjudicial es el fin del estado liberal tal como se entiende y practica.

No, la ley trans no es ciertamente un tema menor porque sólo afecte a unos pocos miles de personas, es la puerta abierta a una concepción totalitaria del estado en el que éste toma partido en nombre de una ideología concreta.

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