En visita sorpresa a Kiev hace unos días, el general Lloyd Austin, secretario de defensa de Estados Unidos, afirmó que el objetivo de su país era asegurarse de debilitar al ejército ruso hasta tal punto que ya no pueda atacar a ninguno de sus vecinos”.
Es normal que Estados Unidos ayude con decisión a Ucrania, un país amigo que ha sido atacado por otro mejor armado y además sin provocación alguna por parte ucraniana. Pero otra cosa muy distinta es persistir en la provocación y humillación verbales de Rusia, país que cuenta con el arsenal nuclear más importante del mundo y que además es un socio económico indispensable para Europa.
Las declaraciones de Austin se suman a las del presidente estadounidense Joe Biden en Varsovia a finales de marzo, cuando declaró que Putin no podía seguir en el poder, apelando claramente a un cambio de régimen en Moscú.
Declaraciones como éstas tienen un doble efecto en Rusia: por un lado, aumentan los temores entre las élites de que Occidente se ha propuesto efectivamente arruinar el país.
Por otra parte, proporcionan materia prima de la más alta calidad a los medios de comunicación rusos para justificar la guerra. Así, la narrativa de Putin según la cual la invasión de Ucrania es en realidad una “operación militar especial”, una especie de ataque preventivo con un objetivo puramente defensivo, gana credibilidad.
Un círculo vicioso entre Rusia y Occidente incubado desde 1991
Según el periodista francés especializado en Rusia Renaud Girard, la primera vez que Vladimir Putin declaró que Occidente tenía el plan secreto de rodear a Rusia fue en la Conferencia de Seguridad de Munich de 2007.
Pero los orígenes de esa desconfianza se remontan al siglo pasado.
Al final de la Unión Soviética en 1991 se inició un círculo vicioso en el que Rusia intentaba preservar, a menudo por la fuerza y de forma torpe, su esfera de influencia en los países vecinos de Asia Central y Europa del Este. Asimismo, Occidente expandía su influencia hacia las antiguas fronteras soviéticas, rebasando muy rápidamente las del disuelto Pacto de Varsovia.
Era previsible que estas dos tendencias opuestas acabarían provocando un conflicto mayor si ninguna de las dos partes modificaba su comportamiento . Por la narrativa rusa, la revolución de Ucrania de 2014 es la evidencia más clara de que los temores expresados por Putin en 2007 se han confirmado. Pero es que además, las declaraciones estadounidenses parecen ahora confirmarlo por completo.
En la actual guerra, cuesta entender que la posición de Washington sea más extrema que la del propio país víctima del ataque.
El problema es que la escalada verbal de la Casa Blanca y del Congreso estadounidense parece indicar que el objetivo de Estados Unidos no es salvar a Ucrania, sino debilitar lo máximo posible a Rusia. Son dos cosas muy distintas, ya que la última puede fácilmente convertirse en incompatible con la primera.
En este sentido, la entrega masiva de armas ofensivas a Ucrania, como tanques de combate y artillería de campaña, marca un antes y un después en el apoyo occidental a Kiev. A diferencia del armamento ligero entregado hasta ahora, se trata de materiales que tienen potencial para alargar la guerra e incrementar la destrucción de Ucrania.
Pero no es sólo Ucrania quien sufriría las consecuencias de una guerra larga contra Rusia. Europa también se resentiría, y mucho. Rusia sufrirá las sanciones europeas, pero saldrá adelante porque la demanda por sus productos existe más allá del bloque occidental y sus aliados.
Europa, sin embargo, tiene un déficit estructural de materias primas. Perder a nuestro proveedor natural, que es Rusia tanto desde un punto de vista económico, geopolítico e incluso ecológico, tendrá probablemente consecuencias nefastas .
Entrar en el juego de provocaciones verbal desplegado por un régimen como el ruso no está a la altura de las promesas de las democracias occidentales
Está claro que el tono empleado por Rusia es igual de agresivo. Los medios de comunicación del Kremlin hablan de “desnazificación”, de “genocidio” de la población rusófona ucraniana y de la posibilidad de una escalada nuclear. Pero se supone que las democracias occidentales deberían ser capaces de algo mejor.
Entrar en el juego de provocaciones verbales desplegado por un régimen como el ruso no está a la altura de las promesas de las democracias occidentales. Peor aun, la escalada verbal estadounidense está contribuyendo a tensar la cuerda más y más. Y, a pesar de que sus líderes no quieran o no sepan verlo, Europa necesita mantener canales abiertos con Moscú .