2.000 manifestantes en el Paseo de Gracia, eso para empezar, además de los que se puedan concentrar en Madrid y otras poblaciones. ¿Cómo debemos conceptuar esta visión que tienen de la responsabilidad y la solidaridad estos grupos y personas que se creen con derecho a pasarse por el forro la prevención ante los contagios de la pandemia? Cuando las autoridades quieren mantener el cierre durante la Semana Santa (y mira que faltan días), cuando hostelería, comercios, grandes superficies y hoteles y tuti cuanti sufren restricciones muy duras que los abocan al cierre, cuando todo ello justificado en nombre de salvar el verano por parte de los poderes públicos, las feministas gubernamentales (Léase PSOE, ECP, Podemos, ERC) se empeñan en salir a la calle como si no hubiera otras fórmulas de hacer oír su voz.
Otros grupos que han querido manifestarse lo han hecho, por ejemplo, utilizando los coches que es una medida mucho más prudente. Y es que el problema de la concentración no se produce sólo cuando se da el evento, sino en los movimientos y las esperas previas y posteriores. También es consecuencia de la excitación que crea el hecho de los gritos, de hablar en voz alta, de la relajación, en definitiva, de las medidas que hacen más fácil la transmisión. No les basta con lo que produjeron el 8-M del año pasado, cuando la mitad de las ministras del gobierno quedaron embadurnadas en la manifestación de Madrid. Quieren más.
Por si fuera poco, la ministra Irene Monter, acusa de querer criminalizar la manifestación. Para ella todo aquel que discrepa de sus actos e ideas es un criminalizador. Es una extraña manera de entender el debate político que hace muy difícil el funcionamiento de la democracia, porque ya me dirás como ésta puede funcionar si los que te llevan la contraria son unos criminalizadores.
Naturalmente, en este paquete van todos los científicos que coinciden en que este tipo de evento no se debe producir y no porque sea feminista, sino porque concentra personas. Cuando la Iglesia acepta pasivamente las limitaciones, en muchos casos fuera de lugar por su exigencia en sus actos, que constituyen un derecho constitucional, no vemos por qué las manifestaciones de otra índole, por muy constitucionales que sean, no deben restringirse también, a no ser que los gobiernos funcionen con dos varas de medir diferentes.
Incluso el Dr. Simón , siempre complaciente con el poder, ha rectificado y ya no bendice que se produzcan concentraciones para la manifestación. A pesar de todo ello, los colectivos feministas animan a no quedarse en casa y lanzan el eslogan de » Yo me quedo en casa «. El gobierno español, seguramente también el de la Generalitat, formulará una declaración institucional con motivo de este día, que se ha convertido en una pieza central de la ideología del estado. Será interesante ver qué dice. Lo más interesante de todo es que este día de la mujer, transformado por las feministas en acción reivindicativa, olvida de lleno la situación dramática que atraviesan muchas mujeres en su trabajo. Es el caso de las trabajadoras de hotel, o de las mujeres embarazadas que trabajan, o de las madres. Es un feminismo de la selección que nunca, por ejemplo, ha planteado nada en relación con las viudas que reciben pensiones que están por debajo del umbral de la pobreza.
Este feminismo caviar, que tiene poco que ver con las necesidades sociales de las mujeres, ha deformado profundamente la legislación de este país. Un último caso lo hace patente: lograron que no hubiera restricciones en la fecundación asistida, sobre todo pensando en las mujeres que vivían solas y las lesbianas. El resultado de todo esto es que las criaturas engendradas se han convertido, en algunos casos, en una especie de juguete de la progenitora y con resultados en ocasiones dramáticos, como el que ahora ha saltado a la luz pública por la sentencia del Supremo que retira los gemelos, que ahora ya tienen 4 años, a una mujer que los dio a luz cuando tenía 64 años. La fecundación asistida inicialmente no era sólo para satisfacer los deseos, sino también para proporcionar un hogar normal a los hijos infantados de esta manera, pero la falta de restricciones impuesta por el feminismo ha comportado anomalías como esta última.