El aborto siempre ha estado entre nosotros, pero existe una diferencia radical entre nuestro tiempo y el pasado: su conversión de un mal, o en todo caso, un mal menor, en un derecho. Este es un cambio cualitativo de una trascendencia extraordinaria: el derecho a matar al ser humano engendrado, un tercero distinto a la madre, como expresión de un deseo. El segundo cambio es cuantitativo: la masividad del aborto a pesar de la generalización de los métodos anticonceptivos. Nunca antes se habían producido cada año tantas víctimas. Por último, un tercer elemento que también imprime mentalidades. La eugenesia ha vuelto por la puerta del aborto. Se practica de forma generalizada y sin paliativos. El fiasco nazi la desautorizó, pero ahora ahí está de nuevo.
Pues bien, todo esto tiene su origen y desarrollo en el feminismo, el de segunda generación en Estados Unidos, de las mujeres WASP (Blanca anglosajona protestante de la burguesía americana), el que sucedió a las sufragistas y a los actuales de la guerra de géneros y el feminismo queer.
El feminismo contribuye, de una manera cada vez más creciente, a la polarización y al conflicto en el seno de la sociedad. Lo hace contaminando su ferocidad a todas las ideas políticas, como se observa en la práctica política cotidiana y en el Congreso y en los parlamentos en general. Pero hace además un daño más profundo porque está creando una polarización ideológica entre hombres y mujeres, chicos y chicas, que ya es observable por su magnitud en las encuestas.
En muchos países, los hombres están virando hacia posiciones de derechas mientras que las mujeres giran hacia posiciones de izquierdas; mejor dicho hacia posiciones progres, y esto acabará causando un mal incalculable porque une al antagonismo político, el de sexo como clase enfrentada. Porque el fundamento de nuestra vida social y de nuestra felicidad personal, pasa necesariamente por la relación complementaria y positiva entre hombre y mujer con carácter general y sobre todo en la unión que está en la base y es cimiento de todo, en el matrimonio, la formación de una familia con los hijos y el cuidado, y educación positiva de estos hijos basado en el compromiso y voluntad de la estabilidad de la pareja. Todo esto ha entrado en crisis y la culpa es de las ideologías feministas.
Pero hay más factores negativos. Este feminismo persigue la igualdad desigual, como bien ejemplifica el caso de las pruebas a sargento en la policía catalana. Lo que está levantando este sistema de privilegios es el descrédito hacia las mujeres que ascienden, lo cual es injusto para las que realmente son merecedoras del avance, quienes debe compartir una crítica en su caso inmerecida. Algunas son conscientes de ello, pero se necesita una dosis importante de lucidez y de valor para alcanzar tal condición.
Este feminismo ha conseguido oscurecer, mejor dicho, hacer desaparecer la causa fundamental de toda desigualdad, que es la desigualdad económica. Hoy existe un paralelismo entre el crecimiento del feminismo de la guerra de géneros en nuestra sociedad y el crecimiento rampante de la desigualdad. Porque lo que ha conseguido es desplazar el foco de la distribución de la ganancia y de la productividad, hacia la mayor menor desigualdad entre hombres y mujeres, de manera que la directora de una cadena de supermercados pertenece al mismo plano reivindicativo que la cajera por el hecho de ser mujer, y esta última está enfrentada con el hombre que repone los productos en los lineales por el hecho de ser hombre, cuando los dos están unidos por sus condiciones de trabajo en la forma como se le redistribuye los beneficios en la empresa y confrontada con la directora.
Si no mandamos al fregadero de la historia estas concepciones, la igualdad continuará imparable. Solamente hace falta tomar nota del Ministerio para la Igualdad de España, sin la más mínima competencia económica, para constatar la sibilina estrategia que une a tirios y troyanos. Este es el desiderátum del poder económico, como muestra la manera entusiasta de como la mayoría de grandes empresas celebran el 8 de marzo y feminismo., De ahí la alianza objetiva entre las élites, o gran parte de ellas, las que solo viven para el dinero y su disfrute, el liberalismo de la globalización, con la progresía, porque a todos ellos les conviene situar el foco, no en la injusticia económica, sino en las pugnas entre hombres y mujeres. La coincidencia con la progresía resulta de que el feminismo es su principal bandera, después de que las ideas marxistas pasaran a peor vida. Hoy es un invento estupendo para las élites dominantes y el poder establecido. En realidad, la izquierda entendida como tal, aquella que quiere realizar una gran transformación en nombre de la justicia social y la solidaridad, nunca volverá si antes no reniega de las concepciones y prácticas del feminismo de la lucha de géneros y el feminismo queer.