Algunos aún recordarán la famosa frase de Fraga de cuando era ministro de Franco “la calle es mía”. Fraga ya no lo es, pero ha sido sustituido por Ada Colau, que tiene de las calles de Barcelona el mismo sentido de la propiedad privada que Fraga. Las calles no son de los ciudadanos, son suyas. Y como su visión y vida de la ciudad es muy particular, el resultado para el resto de la gente que vivimos y trabajamos en Barcelona es una farsa.
Tres son los graves problemas que martirizan nuestras calles. El primero es la dificultad creciente que limita el desplazamiento, que debe ser prioritario porque lo utiliza más gente y es el más sostenible: andar. Pero los peatones de Barcelona se ven sometidos a una continua carrera de obstáculos. Las ocupaciones de las aceras por las terrazas en continua expansión son la última aportación del modelo de ciudad de Colau, a la que se le añaden todas las demás que ya existían de mobiliario urbano. La calle de Barcelona es hoy una imagen caótica, que oscila según la zona, entre una ciudad en construcción y el Sarajevo de la guerra de Bosnia. El riesgo ocasionado por bicicletas y patinetes que circulan por la acera sigue como siempre, al igual que como siempre permanece desaparecida la Guardia Urbana. Periódicamente, nos anuncian incrementos de efectivos, pero la realidad es que trabajarán desde casa porque en la calle no se ven.
El segundo problema está en la movilidad de vehículos de todo tipo. La manía de Colau con el coche privado tiene consecuencias que van más allá de él, porque cuando reduce carriles, amplía acera y da prioridad a la circulación de bicicletas e ingenios voladores, no sólo aumenta la congestión de los vehículos ocupados por los ciudadanos, sino que perjudica a toda la amplia gama de coches, como los de carga y descarga, asistencia sanitaria, de ambulancias, visitas de médicos de urgencias, bomberos, policía, en definitiva todo lo que representa un servicio. Seguramente que este efecto ni siquiera ha sido considerado por el actual Ayuntamiento, que tiene tendencia a colocar el carro delante de los bueyes.
La tercera cuestión son los atascos que se producen sistemáticamente todos los días en la entrada de Barcelona, sin que el número de vehículos que circulan lo justifique. Los costes que este hecho representa para las empresas y economías familiares, si se suman todos, son astronómicos en tiempo y en combustible, más ahora que éste está por las nubes. También produce un impacto atmosférico negativo, que convierte a la Barcelona poscovid en una de las grandes ciudades españolas con más días con episodios por encima de los límites de contaminación en alguno de los indicadores, claramente peor que Madrid a pesar del mayor tamaño de aquella ciudad y el gran número de vehículos que circulan por ellos.
Todo esto tiene una traducción económica y en este momento el nivel de recuperación de Barcelona referido en términos de empleo va claramente por detrás de la mayor parte de Cataluña y del conjunto de España. Nadie puede pensar que este fenómeno de lentitud en la reanudación de la capital catalana, cuando en anteriores crisis el proceso era inverso, era la capital y tensor del resto, no es independiente de las dificultades existentes para entrar con vehículo privado y circular por ella.
Es necesario hacer emerger datos y hechos que pongan de relieve este grave problema de la ciudad, porque el riesgo de que la pareja Colau-Collboni continúe, en estos momentos, es muy importante.
Y, subrayémoslo, no nos hemos referido al empleo, que presenta mejores datos que los de los ingresos, porque si ésta fuera la medida, habría que advertir que Barcelona no se recuperará hasta el inicio del 2024 de la situación económica que tenía en 2019. Unos meses después que la mayor parte de Cataluña y España, y en la cola de Europa. Ésta es la realidad.