Los días 14, 15 y 16 de febrero se celebró en Madrid el Congreso de Laicos con el lema «Pueblo de Dios en Salida», con más de dos mil participantes. Laico proviene del griego laikos, «del pueblo», y tiene, a diferencia de demos, un sentido religioso. Un laico es un cristiano, miembro activo de la comunidad eclesial, que no es ni clérigo ni religioso.

En este congreso se trataron diversos ámbitos. Me centraré en lo referente a la presencia de los laicos en la vida pública, que contó con una magnífica ponencia del catedrático de filosofía Agustín Domingo Moratalla. Este artículo recoge conclusiones de esta ponencia. El laico del siglo XXI ya no es un fiel conformista que espera consignas de los ministros ordenados. Se alguien con iniciativa, dispuesto a ser sal y luz, fermento cultural, en una sociedad cada vez más debilitada éticamente, en una época dominada por el relativismo moral.

En una sociedad atomizada (Charles Taylor) y líquida (Zygmunt Bauman) el laico católico hoy tiene grandes retos por delante. Comprometerse socialmente en la defensa de la verdad, sin la cual no se puede convivir (sólo coexistir) en una sociedad abierta. Sanar personas: a diferencia del individuo, la persona pone en valor la vida humana en relación y como relación. Tener cuidado de los vínculos: en la vida acelerada y ajetreada de nuestro tiempo nos falta atención y escucha a las personas. Por último, tender puentes, dentro y fuera de la Iglesia.

Domingo Moratalla pone de manifiesto como con la funcionalización de la vida moderna, «las personas se confunden con sus roles: usuarios, consumidores, ciudadanos, pacientes, electores … La identidad personal se reduce a una función y se olvida una perspectiva integral de la vida humana. Muchas de las patologías existenciales de nuestro tiempo no se curan sólo con asistencia psicológica o médica, sino atendiendo a la dimensión espiritual y religiosa de la persona. «

En esta tarea de personalización que hoy tienen los laicos, Domigo Moratalla distingue entre comunicación y conexiones. Estas últimas son condiciones técnicas, que hoy nos permiten estar conectados con alguien de la otra punta del mundo, al tiempo que ignoramos al vecino que vive a pocos metros de nosotros. Mientras que la comunicación supone un encuentro entre personas, un «otro» que incorporamos a nuestras relaciones vitales.

Jürgen Habermas, en su debate con Joseph Ratzinger, afirmó que los ciudadanos secularizados no pueden negar a los conceptos religiosos su potencial de verdad y de sentido, y reivindicó el derecho de los creyentes a hacer aportaciones a las discusiones públicas. La propia democracia depende de unos principios pre-políticos que por sí sola no puede generar. En este sentido, Ratzinger apunta tres principios innegociables, hoy plenamente de actualidad: la protección de la vida, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; el reconocimiento y promoción de la estructura orgánica de la familia; y la protección del derecho de los padres y madres a educar a sus hijos. Estos principios forman parte de la naturaleza humana, al margen de la filiación religiosa de cada uno. Pero hoy en nuestra cultura son reivindicados casi sólo por los cristianos.

En los debates del congreso se habló también de «la opción benedictina», planteada por Rod Dreher en el libro que lleva ese nombre. Según este autor, hoy los cristianos deben organizarse en comunidades contraculturales, donde vivir radicalmente su fe, para no quedar diluidos en un entorno social caracterizado por la crisis de la verdad y la mitificación del deseo. Dreher plantea que, tal como hicieron los benedictinos a finales del Imperio romano, es tiempo de mantener la esencia cristiana puertas adentro, para poder transmitir con fidelidad el legado a las futuras generaciones. No es ésta la estrategia que plantea el propio lema del congreso de laicos: «Pueblo de Dios en salida», en línea con lo que propone el Francisco, de la Iglesia como hospital de campaña para los heridos de este mundo.

Acabamos con esta reflexión de Paul Valadier: «Cuando las iglesias educan a sus fieles para vivir según el evangelio, los convencen de la fuerza y belleza del mensaje cristiano, los abren al sentido del prójimo o de la solidaridad humana más amplia, están realizando un trabajo eminentemente político, porque forman ciudadanos responsables y críticos, y les inculcan un conjunto de convicciones sin las cuales nuestras democracias desmoronarían «.

Publicado en el Diario de Girona, el 2 de marzo de 2020

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