Cada vez que se aflojan las restricciones, la Covid-19 se dispara. Lo estamos viendo ahora y eso hace que la previsión para la Navidad no sea nada buena. Hay además el temor creciente a una tercera ola que afecte aún más al sistema hospitalario con una capacidad insuficiente por la presencia de enfermos de la actual ola. A pesar de este hecho, resulta llamativa la circunstancia de que España, a diferencia de otros países, no haya puesto en marcha ninguna comisión independiente para examinar los errores cometidos que dan lugar a esta reiteración de la epidemia. Que ahora las cifras españolas no sean las peores de Europa no es un consuelo, porque sólo significa que estamos en un punto diferente de la curva en forma de dientes de sierra en la que se mueve la Covid-19.
Hemos conocido la segunda encuesta de seroprevalencia y en base a ella se puede constatar que la inmunidad en general aún es baja. En Cataluña, en Lleida, Barcelona y Girona las cifras se mueven entre el 11,4 y el 12,4% de personas inmunizadas, mientras que en Tarragona la magnitud es mucho más baja, sólo del 5,6%. Madrid con el 18,6% y de hecho las dos Castillas, especialmente Castilla-La Mancha, son los territorios que presentan un mayor índice de personas que han pasado la enfermedad y su organismo presenta anticuerpos. Todo ello señala una cifra muy baja para frenar la Covid-19. Se calcula que la inmunidad colectiva se alcanza como mínimo a partir del 60% de la población que reúna esta condición, y con mucha más certeza a partir del 70%. Estamos, por tanto, lejos de esta cifra. El gobierno Sánchez que, como los otros de Europa, ha anunciado que a principios de enero comenzaría la vacunación, prevé que al llegar el verano se habrán vacunado 21 millones de personas . No está nada claro que esta cifra sea fruto de un cálculo basado en la logística porque más bien parece un objetivo a alcanzar de carácter estratégico, porque 21 millones de personas añadidas al nivel de inmunidad actual situaría a la población española entorno a aquel 60% necesario para frenar la propagación. Ya veremos.
En todo caso, la entrada en juego de la vacuna puede operar una transformación absolutamente necesaria para reparar la situación de la economía, a pesar de que voces escépticas consideran que su introducción, en todo caso, servirá para salvar la Navidad … del año que viene.
La vacuna es la gran esperanza, pero hay que asumir sus imponderables, sobre todo el hecho de la velocidad con que ha sido conseguida, que conlleva que empecemos a utilizarla a pesar de la existencia de importantes interrogantes:
El primero de ellos es saber si evitan la transmisión del virus por parte de la persona vacunada. Una cosa es que una persona haya quedado inmunizada y no sufra los efectos de la enfermedad, y otra que el virus desaparezca de su organismo suficientemente rápido como para que no pueda contagiar a otras personas. Son dos condiciones necesarias. Si las dos no se dan, los efectos de la vacuna serán limitados. Protegerá, pero no evitará todos los contagios.
Un segundo punto decisivo es que se desconoce la duración de la protección. Es lógico, todo ha ido tan deprisa que es imposible decir que la vacuna puede proteger un año o seis meses, o lo que sea. Si esta fuera inicialmente corta, nos encontraríamos con el hecho de unas vacunas caras pero que tienen una duración limitada en el tiempo. Saber qué funcionarán mejor o peor en este sentido ahora sólo lo podremos llegar a averiguar a través de la práctica.
Hay todavía un tercer factor no poco importante que es el de la reacción a largo plazo. Interesa especialmente si puede tener algún efecto o no en la respuesta inmune del organismo, porque se sabe que precisamente uno de los problemas de la Covid-19 es que provoca una tormenta inmunitaria grave al excitar las citoquinas, y que es uno de los factores de mortalidad de la pandemia. Previsiblemente, este sea un riesgo muy limitado, pero se ha de observar. Los expertos recuerdan los efectos de la vacuna de Sanofi contra el dengue. Una vez inyectada protegía contra esta epidemia a las personas que se infectaban por primera vez, pero en algunas de las que recibían una segunda infección el resultado era el de provocar una enfermedad grave. Hay que recordar que esto se producía en una fecha tan cercana como el 2017.
Es bueno que haya varias opciones de vacuna porque será la única manera de verificar cuáles funcionan mejor y sobre qué tipo de población. Por esta razón no se entiende la oposición de la UE a la vacuna rusa Sputnik-5 que parece funcionar muy bien (Hungría la ha preferido a las europeas), y que tiene un coste mucho más bajo. Debería ser una llamada de atención y merecería una atención de las autoridades europeas para que la empresa británica AstraZeneca que desarrolla la vacuna junto con la Universidad de Oxford y que está dentro del catálogo de las vacunas adquiridas por la UE, ha establecido un acuerdo con Rusia para mejorar la eficacia de la vacuna británica y superar alguno de los cuestionamientos de sus resultados. Consideran que «la utilización de dos vectores diferentes en las dos inyecciones vacunales tendrá una eficacia mayor que utilizar el mismo vector en las dos dosis». Sea como sea, la vacuna rusa está aquí y su precio de menos de 10 dólares es hasta tres veces inferior al de las vacunas que podemos utilizar, y además puede ser liofilizada, lo que ofrece una gran ventaja logística y elimina la necesidad de transporte a temperaturas muy bajas.
La posición contra todo lo que hace Rusia desde la UE sobrepasa ya los límites de lo razonable y entra peligrosamente en el terreno del sectarismo ideológico, que en este caso juega contra el interés de la salud pública de los ciudadanos europeos.
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