Hay cosas que, si no fueran pagadas con nuestro dinero, todavía harían gracia. Pero como salen directamente del bolsillo del contribuyente —a través de impuestos, tasas y otras sutilezas fiscales que el gobierno considera que no hace falta explicar demasiado—, la broma ya no tiene tanta sal.
Hablamos de la publicidad institucional. Un eufemismo tan bien encontrado que incluso parecería honesto, si no fuera que, tras la cortina de humo, se esconde lo que realmente es: propaganda gubernamental en estado puro, repartida a paladas entre los grandes medios, que, mira por dónde, no parecen tener prisa en denunciar lo que pasa. Misterios de la vida o, tal vez, misterios de la factura publicitaria.
Todos los días, los periódicos de referencia se convierten en catálogos de consignas ideológicas. Páginas y páginas de colorines y frases solemnes que, si existiera una agencia de buenas maneras institucionales, deberían venir con una advertencia: «Esto puede afectar a su capacidad de pensar«.
El último esperpento ha llegado en un par de entregas que, en apenas 48 horas, podrían figurar en cualquier manual de propaganda de régimen autoritario.
Primer capítulo: el Ministerio de Trabajo
La vicepresidenta Yolanda Díaz, que tendrá el asiento más inestable de la política española, parece haber decidido compensar la angustia con un exceso de histrionismo. Nos regala un anuncio a media página, en color, que proclama: «Denunciar es más fácil de lo que crees» Y añade, paternalista: «La ITSS está por ayudarte.»; aclarémoslo, las siglas se refieren a la inspección del trabajo y la seguridad social.
Lo de la ayuda es una metáfora admirable, porque en realidad es una campaña para incentivar denuncias contra las empresas. El gobierno, que debería ser árbitro, adopta el papel de parte beligerante, como si hubiera perdido –o abandonado a gusto– su condición de poder neutral.
En vez de administrar, agita. En vez de gobernar, sube a la tarima del mitin permanente. Es el Ministerio de Yolanda Díaz convertido en un sindicato más, mientras que el que paga los platos rotos es la pequeña y mediana empresa, la que tiene menos capacidad de defenderse. Así vamos, en una versión posmoderna de la “lucha de clases”
Segundo capítulo: la Generalitat
El turno del adoctrinamiento le toca al Gobierno de Illa. Aquí no hay medias tintas: anuncio en página entera. Título: «Si parece violencia machista, es violencia machista.»
La frase podría pasar por una broma. Es un eslogan que destruye en seis palabras cualquier noción de realidad, prueba, matiz o criterio mínimo. A partir de ahora, las cosas no son lo que son, sino lo que parecen. Una filosofía que les gusta mucho a los tertulianos de TVE y a los justicieros de la red, pero que en una democracia moderna es, sencillamente, un despropósito.
Porque lo que importa no es parecer, sino el ser al conocer la realidad; sin esa condición ninguna buena política es posible. Pero esto al Gobierno Illa, que es el Gobierno Sánchez con el posado contenido de un jugador de “póquer” con una mala mano, no le importa, porque no se trata de gobernar bien, sino que lo parezca.
Y aún añaden una chica con el móvil y cara de susto, como si toda sospecha tuviera que dar paso automáticamente a una denuncia. Porque este es el hilo conductor de la nueva fe institucional: estimular la cultura de la denuncia. Contra empresas, contra hombres, contra quienes sea necesario. Lo que importa no es la realidad, sino el relato. Lo que importa no es lo que ocurre, sino lo que parece que ocurre. Y si el gobierno dice que parece, entonces ya ocurre.
Todo esto se envuelve en la retórica del feminismo hegemónico que, aunque solo un 5% de la población considera prioritario, según la última encuesta publicada, sigue siendo alimentado sin piedad. Una y otra vez, como un mantra, como una liturgia ideológica que no se puede cuestionar.
¿El resultado? Dos problemas mayúsculos.
Primero, el derroche económico dedicado a sostener campañas doctrinarias que nunca deberían salir de las arcas públicas.
Segundo, una presión ideológica constante, presentada bajo el aspecto de un anuncio institucional, pero con la vocación disciplinaria propia de regímenes que quieren enseñar a los ciudadanos qué deben creer y cómo deben comportarse.
Nuestro dinero paga lo que nuestros gobiernos quieren que pensemos. #Impuestos #Medios #IndependenciaEditorial Compartir en X






