¿Qué tienen en común los activistas transexuales y campesinos europeos? Poco, a simple vista.
Ciertamente, los primeros pueden contarse -en general- entre los “ganadores” de la globalización económica y mundial. Corresponden a una población mayoritariamente urbana y de posiciones socioeconómicas lo suficientemente elevadas como para manifestar reivindicaciones posmodernas, es decir, no vinculadas a necesidades materiales.
Sus conexiones con las élites políticas e incluso económicas son, por otra parte, excelentes, y gozan de una atención mediática muy regular y favorable.
Los campesinos europeos, en cambio, se sitúan claramente entre los perdedores del proceso de globalización. Penalizados por las cargas administrativas y reguladoras de la kafkiana Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, deben, además, hacer frente a una competencia desleal proveniente de países exteriores, que no tienen en absoluto las mismas restricciones, y que paradójicamente la UE no sólo tolera sino que fomenta.
La UE gasta dos quintas partes de su presupuesto total en este monstruo llamado PAC, que riega de subvenciones a los sectores agrícola y ganadero del Viejo Continente a cambio de una densa selva de reglas medioambientales y de cuotas de producción.
La causa campesina, sin embargo, no capta la atención ni de los partidos políticos ni del gran público, y los medios suelen hablar únicamente cuando existe riesgo de una “tractorada” que dificulte la circulación.
Además, a diferencia de los primeros, las recientes reivindicaciones de los campesinos europeos tienen un carácter puramente material. Se manifiestan por mejorar su situación económica, a veces precaria.
Todo ello dejando a un lado la diferencia fundamental entre unos y otros, que es, por supuesto, que los campesinos son todavía hoy un pilar indispensable de nuestra sociedad, ya que literalmente lo alimentan a pesar de constituir un minúsculo reducto en términos de importancia demográfica.
Y aquí llega precisamente el punto en común entre el transexualismo y el campesinado. Ambos son grupos muy minoritarios dentro del conjunto de la población europea, al tiempo que tienen intereses muy delimitados y bien definidos. Esta es la clave de sus logros recientes.
Los campesinos suman en torno al 4% de los trabajadores del Viejo Continente (menos aún en los países más desarrollados del oeste). Por lo que se refiere a los transexuales, varias estimaciones los sitúan entre el 0,1 y el 0,6% de la población.
La rapidez con que varios países europeos, empezando por Francia y la propia Comisión Europea, han dado marcha atrás y arrojado un alud de concesiones para calmar los ánimos del campesinado resulta sencillamente pasmosa.
No entraremos aquí a analizar el detalle de estas numerosas medidas, pero basta con decir que la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen ha dado marcha atrás inmediata a numerosos puntos de su célebre Pacto Verde .
Tampoco se trata de valorar si las concesiones son buenas en Europa. Resulta suficiente afirmar que en general lo son, puesto que numerosos aspectos del Pacto Verde atentan gravemente contra el sentido común y el mismo instinto de supervivencia de la economía europea, como Converses ya ha detallado recientemente.
Lo que más interesa aquí es constatar cómo un grupo minoritario bien organizado y dispuesto a tomar las calles en torno a los principales centros de poder ha sido capaz de obtener una sonada victoria sobre unas instituciones directa o indirectamente democráticas (sí, incluso la Comisión está presidida por el candidato del grupo parlamentario europeo más votado).
Veremos cómo este movimiento transforma el Parlamento Europeo en las próximas elecciones de junio
Sin duda, los campesinos han capitalizado la creciente frustración de numerosos votantes y políticos conservadores europeos, cada vez más preocupados por las restricciones impuestas por la UE y los gobiernos a la economía productiva, y que afectan particularmente a los trabajadores. Veremos cómo este movimiento transforma el Parlamento Europeo en las próximas elecciones de junio.
Pero no deja de sorprender, y negativamente, el poder que tienen las minorías bien organizadas en una sociedad donde los vínculos comunes patrióticos, culturales y sociales se van desatando de forma acelerada, de forma que cada uno vela sólo por sus intereses inmediatos. Esta tendencia, que encontramos tanto en la legislación desmesuradamente favorable al movimiento transexual como en la marcha atrás frente al campesinado, no augura nada bueno para el futuro de Europa.