La nueva guerra en Europa. El Festival de Eurovisión

España vive una “guerra” referida a Europa y a la canción que debe representarnos en España en el Festival de Eurovisión. Quien iba que con la que estaba cayendo, éste fuera el tema que ha encendido el fuego en las masas y que, por una vez, éstas y la vida política coinciden.

España vive prisionera de una serie de crisis y conflictos que no terminan de encontrar solución. Solo hay que recordar el problema del paro estructural de larga duración, que los buenos datos sobre el reciente empleo no pueden ocultar, o el hecho de que después de más de 100.000 muertes por covid no se hayan pasado cuentas del por qué y cómo se han producido y, fiscalía incluida, los partidos parezcan interesados ​​en pasar página cuando ha sido y es el mayor desastre después de la Guerra Civil. Citemos estos dos problemas como ejemplo de una larga lista de cuestiones que nos afectan de forma grave, muy grave, la falta de natalidad sería otra, y que no mueven a ningún interés especial por parte del grueso de la sociedad, ni forman parte de la agenda política. Pero viene el Benidorm Fest para seleccionar la canción que debe representar en España en Eurovisión y se monta el gran debate sobre la injusticia o justicia de la canción ganadora. Aquí sí que hay vibración social y política, aquí sí que hay un interés patente.

Todo empezó antes del festival, con el hecho insólito de que dos ministros se pronunciaran sobre sus preferencias, como si no tuvieran otras cuestiones sobre las que decantar su peso político. Una fue Yolanda Díaz defendiendo a las tres jóvenes gallegas de las Tanxugueiras, mientras que la inefable Irene Montero confundía la canción de Paula Ribó, de nombre artístico Rigoberta Bandini, porque creía equivocadamente (pero esto no es una novedad) que se trataba de una reivindicación feminista porque hablaba de mostrar la «teta». Ya se sabe que a Montero este tipo de cosas, como la de emborracharse, le parecen feminismo en estado puro. Es un problema de edad y residencia, porque si hubiera conocido El Molino de Barcelona en los años más rancios del franquismo, ya sabría que mostrar la teta era una práctica enormemente celebrada en aquella época por los representantes del patriarcado, entonces legalmente establecido. Aún habría una tercera posición que defendía el éxito de Bandini y que venía por el lado opuesto de Montero, porque consideraban, con razón, que la canción celebraba la madre y la maternidad, un hecho muy escaso en nuestro tiempo.

Jordi Évole, un periodista simpático, de éxito y uno de los representantes del poder establecido disfrazado de disconforme, también ensalzaba ambas canciones por razones evidentemente progres.

Pero, he aquí que gana una tercera opción que no estaba prevista. La de Chanel, con una pieza de reguetón puro y duro, alimentada por una notable exhibición de argumentos personales mucho más potentes que cantar en gallego o la exhortación de Bandini. Y a partir de ahí estalla el gran conflicto, con detractores y favorables, que llega hasta el Congreso de los Diputados.

Por ejemplo, un personaje como Arcadi Espada defiende Chanel, la cantante ganadora, a hachazos, que es su instrumento de escritura predilecta, afirmando literalmente que “Un huracanado reguetonazo ha mandado a tomar viento al monjerío (se refiere a Montero) y España irá a Turín con una canción de tetas duras, altas” . Y en esto estamos, en eso está la política española. Porque Podemos, con el profundo sentido de estado que les caracteriza, ya ha registrado una serie de preguntas en el Congreso de los Diputados que cuestionan la neutralidad de RTVE por el procedimiento de elección, pero lo hacen en unos términos que conllevan la acusación o al menos sospecha de fraude. Hombre, habría sido más inteligente que se hubiesen limitado a argumentar que la presentada como muestra representativa de 300 personas, en ningún caso puede ser representativa porque es demasiado pequeña, y el margen de error muy grande, más cuando existen tantas opciones a escoger, porque habría funcionado bien, habría de haber tenido una dimensión del orden de 6 veces mayor que las 300 escasas entrevistas.

Esta crítica concreta tendría sentido, como la tendría, que el llamado jurado provisional era, sea dicho con el máximo respeto a las personas que lo integraban, reducido y de escasa calidad objetivamente reconocida. Pero no, es más fácil ir con el garrote y convertir el tema en una cuestión política de primer nivel, en la que incluso CCOO, que demuestra que van escasos de empleo sindical, ha metido cucharada, exigiendo que se deje sin efecto la designación del artista ganadora, lo que obviamente sería una ilegalidad fragante. Pero es interesante constatar cómo los teóricos representantes de la clase trabajadora quieren cargarse a Chanel, que es la encarnación de una emigrante, choni, obrera de la música, que vive en la Región Metropolitana de Barcelona, ​​concretamente en Olesa de Montserrat.

Para quienes no estén enterados de la cuestión, sepan que el negocio de Eurovisión no radica tanto en el cantante que triunfa, que a veces tiene continuidad, pero en otras no, como en el negocio de los derechos de autor de la canción ganadora y de alguna más que consiga una difusión global. Aquí es donde está realmente el business , y no cabe duda de que el grupo profesional que impulsaba la canción de Chanel era mucho más ponente que los demás.

Que en el Congreso de los Diputados haya cuestiones que tengan que aclarar qué ha pasado con el premio, y que al mismo tiempo no haya registrado todavía ni una puñetera iniciativa para esclarecer los 100.000 muertos por la covid, dice que más bien este país se parece a la caverna de Platón, en la que los encarcelados confundían las sombras que veían reflejadas en la pared con la realidad.

Vivimos en un universo Mátrix donde la teta y el muslo se convierten en signos altamente politizados, mientras que la política real se difumina por debajo de la puerta. Como escribía Miró y Ardèvol Crisi, Leticia Dolera y Asimov en La Vanguardia el 13 de diciembre, citando al filósofo vasco Daniel Inneraty, “las crisis las producimos con unas prácticas y con unas instituciones que a su vez deben resolverlas. El problema radica en que los mismos que las originan son los responsables de resolverlas” . La conclusión de Inneraty es que “la agenda de una sociedad de riesgo es una agenda de locos” , y la conclusión planteada en forma de pregunta de Miró y Ardèvol era “¿puede gobernarse una sociedad en la que impera la locura?” .

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