Conferencia en Caixaforum Girona sobre “La lógica del amor” a principios de este otoño. El ponente, José-Manuel Rey, es un matemático con un brillante currículum académico. Un hombre charmant de mediana edad que habla sobre el amor con gran profusión de datos estadísticos y gráficos, y de forma amena y divertida. Su planteamiento de entrada es muy oportuno: hay una evidente contradicción entre el amor para toda la vida que continúan deseando la mayoría de personas y el gran número de rupturas de parejas, que no para de crecer.
Asustan los datos que ofrece sobre las parejas que se rompen. En Europa hay 1 divorcio por cada 2 matrimonios, en España 0’64 divorcios por matrimonio y en Cataluña esta relación sube a 0’74. Las rupturas de segundos o terceros matrimonios son más altas que las de los primeros. Y en general las parejas de hecho son claramente menos estables que los matrimonios.
El conferenciante se pregunta cómo es posible que dos persones adultas (hoy con una media de edad de 34 años) que se prometen amor, que se juran fidelidad, que firman un contrato, tengan un nivel tan alto de fracaso. ¿Como es que tantas parejas acaban optando por el divorcio cuando son tan evidentes sus perjuicios psicológicos, económicos, tanto a nivel individual y familiar como para el conjunto de la sociedad? Los estudios y estadísticas avalan que las personas casadas disfrutan de mejor salud física y mental y de una mejor situación económica.
El ponente subraya que para que una relación de pareja dure toda la vida y pueda continuar siendo fuente de felicidad hace falta un esfuerzo de las partes. La cuestión es cuánto esfuerzo. Muestra un gráfico en el que se observa como con el tiempo la inercia del feeling va a la baja, y que esta solo se puede contrarrestar con un esfuerzo sostenido. Así, es posible encontrar el punto de equilibrio sentimental. Los novios, más que “te amaré siempre”, se tendrían que decir “me esforzaré siempre”. Pero hoy tenemos poca inclinación a la cultura del esfuerzo, y mucha a la impaciencia. Y, aún bajo la influencia de la visión romántica del amor, creemos que la relación podrá funcionar con el combustible de la pasión inicial.
Ante este problema sin fácil solución, el ponente empieza a cuestionar las premisas: se pregunta si realmente estamos preparados para mantener una relación toda la vida; si no pedimos demasiado a la pareja; si quizás es muy difícil encontrar una persona con quién compartir de forma sostenida amistad, amor, satisfacción sexual, intereses culturales o de ocio, u otras afinidades para disfrutar juntos.
Según el profesor Rey, si esta es la diagnosis, una solución para quitar presión a la pareja podría sería externalizar, descargándola de parte de nuestras necesidades y resolverlas con otras personas. Ya se ve que hay ámbitos en los que la externalización puede ser muy recomendable, y otros en que todavía puede complicar más las cosas. En todo caso, The Grant Study de Harvard, que lleva 75 años haciéndose, concluye que las relaciones sociales ayudan a que las personas estén más sanas y se mantengan más felices.
Por último, afirma que las medias naranjas no aparecen de entrada, sino que se van haciendo y llegan a su plenitud al final del camino. Y que la unidad correcta para medir las relaciones de pareja no son los años, sino los días. Unas bodas de oro suponen más de 18.000 días juntos.
El ponente no habla de los hijos. Mejor dicho, habla solo para decir que suelen ser un factor de crisis, especialmente en dos momentos: cuando llegan a la pareja, y cuando se marchan de casa y dejan al hombre y a la mujer solos, con el nido vacío. Pero una lógica del amor que se limita a los dos miembros de la pareja e ignora los hijos, sus intereses y necesidades, queda incompleta, coja. Para los hijos la unión de la madre y el padre es el suelo firme en el que crecen, y la ruptura de esa unión és un terremoto en su vida. Al final, el balance, por un lado, entre los daños personales, el dolor que la ruptura causa, y, por otro, las ventajas que supone, suele ser negativo o muy negativo.
El ponente tampoco habla de las creencias religiosas como elemento que fundamenta la estabilidad del matrimonio y que puede dar sentido a aquel esfuerzo necesario para mantener la relación. Supongo que no es sencillo para un matemático posmoderno, que pretende razonar con datos empíricos, aceptar que la religión ofrece remedios válidos al problema que plantea.
Pero Pablo de Tarso hace 20 siglos ya detectó la raíz del problema cuando en el capítulo 7 de la Carta a los Romanos constata que “veo que soy capaz de querer el bien, pero no de hacerlo: no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. El Apóstol de los gentiles, un gran conocedor del alma humana, admite que realizar el bien que queremos (en este caso, mantener nuestra promesa de amor) muy a menudo nos supera, pero afirma que Dios es capaz de hacer en nosotros (esto es la Gracia) aquello que no podemos con solo nuestras propias fuerzas.
El amor conyugal ocupa un lugar central en la historia de la salvación, desde el inicio de la Biblia con Adan y Eva hasta el final, con las bodas del Cordero del Apocalipsis. El propio San Pablo nos hace ver que el sacramento matrimonial es signo eficaz de la nueva alianza entre Cristo y la Iglesia (Ef. 5, 25-33).
De ninguna forma podemos considerar que el ideal del amor perdurable, la fidelidad conyugal, el compromiso a la promesa hecha, y procurar el bien de los hijos, son exigencias morales específicas de los cristianos o de las religiones en general. Pero la experiencia nos demuestra que una fe sincera de los miembros de la pareja es una gran aliada para su estabilidad y permanencia. Un estudio de la Universidad de Georgetown de Washington pone de manifiesto que las tasas de divorcio de los católicos, sobre todo si lo son los dos miembros de la pareja, son claramente inferiores a la media de divorcios en EE. UU. En fin, que también hay estadísticas que juegan a favor del amor eterno.
Publicado en el Diari de Girona, el 26 de octubre de 2020
Existe una evidente contradicción entre el amor para toda la vida que continúan deseando la mayoría de personas y el gran número de rupturas de parejas, que no para de crecer. Share on X