La inquietante «epidemia de la desesperanza» que amenaza a Occidente

En el país más poderoso del mundo hay una enfermedad que se lleva más vidas cada año que los accidentes de circulación. Se trata del fenómeno que los autores estadounidenses Anne Case y Angus Deaton han denominado «la epidemia de la desesperanza».

¿Pero en qué consiste este extraño fenómeno? Desde los años 90, los Estados Unidos están experimentando un incremento espectacular de las muertes causadas por sobredosis de drogas, enfermedades del hígado vinculadas al abuso del alcohol y suicidios. El fenómeno ha tomado una amplitud tal que hace retroceder la esperanza de vida de los estadounidenses cada año desde 2015. Algo que no se producía desde la epidemia mundial de gripe al final de la Primera Guerra Mundial.

Case y Deaton se fijan particularmente en el aumento de estas tres causas de muerte para el grupo de edad situado entre los 25 y los 64 años en Estados Unidos. Las sobredosis constituyen la mayor parte de muertes por desesperanza, cobrándose más de 70.000 víctimas en 2017. Pero, desde 1999, los suicidios también han aumentado notablemente, más de un tercio. En 2017 se produjeron un total de 158.000 muertes por desesperanza en el país.

Case y Deaton observan que la epidemia de la desesperanza afecta con más intensidad a las nuevas generaciones que llegan a la franja de edad comprendida entre los 25 y los 64 años. Y aumentan más rápidamente a medida que las nuevas generaciones envejecen. Se trata, pues, de un fenómeno que, lejos de ser puntual, es previsible que siga aumentando en los próximos años.

Cuando los autores del estudio observan el contexto socioeconómico de las víctimas de la desesperanza, notan que provienen casi exclusivamente de estadounidenses sin título universitario. La proporción de graduados ha cambiado muy poco en las últimas décadas en Estados Unidos, lo que apunta de nuevo a que la epidemia de la desesperanza ha llegado para quedarse.

En términos «raciales» (los Estados Unidos recogen estas estadísticas), los más afectados por la epidemia son los blancos no hispánicos, a los que se les han añadido en menor medida los afroamericanos desde 2013. El problema es prácticamente inexistente entre los americanos de origen asiático (que conforman el grupo racial más rico del país en términos agregados) y los blancos hispánicos (que en general son más jóvenes y han llegado recientemente a los Estados Unidos).

Case y Deaton advierten que, si bien la epidemia de la desesperanza es sobre todo norteamericana, parece empezar a contagiarse a otros países occidentales, como Canadá, el Reino Unido o Irlanda.

Las cuatro causas de la epidemia

En su diagnóstico, los investigadores apuntan a tres principales razones. La primera es el estancamiento de los sueldos de los trabajadores no o poco cualificados desde comienzos de los años 70. La escasez de empleos bien remunerados y gratificados estaría causando un impacto desastroso en la vida privada de este grupo, debilitando instituciones básicas de la clase trabajadora americana, como el matrimonio, la asistencia a la iglesia el domingo y las demás expresiones de comunidad.

La segunda explicación, vinculada a la primera, es la insuficiencia del sistema de salud estadounidense. Si bien los Estados Unidos gastan el 18% de su PIB en gasto sanitario (el porcentaje más importante de todos los países de la OCDE y a una distancia astronómica del resto), la mayor parte del dinero se pierde en el complicado sistema privado de seguros médicos.

La ley obliga a las empresas a ofrecer un seguro a sus trabajadores, pero como su precio se ha disparado (el seguro medio para una familia de 4 personas costaba 20.000 dólares en 2018), las empresas dudan mucho antes de ofrecer contratos fijos.

La tercera explicación es el lobbying de las empresas del sector de la sanidad, que ha conseguido que los precios de los nuevos medicamentos no estén regulados. Tampoco ha habido medidas para evitar que varias empresas aprovecharan la ola de desesperación de la clase trabajadora blanca para introducir en el mercado una serie de calmantes y analgésicos extremadamente potentes: los opioides. A partir de 2018, desde que los médicos ya no los prescriben, los pacientes tienden a recurrir al mercado ilegal de la droga.

Pero tras estos tres factores interconectados hay un cuarto factor aún más importante, que ha actuado indiscutiblemente como catalizador, y que Case y Deaton sólo mencionan indirectamente al notar el descenso en determinados indicadores socioculturales, como el matrimonio o el oficio religioso dominical: el profundo cambio de valores que afecta a la sociedad norteamericana (como la europea) desde los años 60.

El cambio se materializa en una ruptura con los valores tradicionales que fundamentan la vida de las personas (respeto a Dios, pertenencia a la nación, responsabilidad para con la familia, deber del trabajo…) y las agregan y cohesionan. Estos valores se han sustituido por un marasmo de emociones del hombre convertido en autorreferencial e individualista. Abandonados todos los elementos que lo unen a las otras personas de su entorno, se vuelve mucho más vulnerable ante las vicisitudes de la vida y se hunde más fácilmente, al tiempo que volverse a levantar se convierte en algo titánico.

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