La Cumbre del Clima (COP25) que se celebra en Madrid del 2 al 13 de diciembre y que seguramente cerrará con nuevas exigencias para reducir el aumento de la temperatura del planeta, es necesaria y tiene efectos positivos, pero también presenta el riesgo, como tantos otros aspectos de la política actual, de la sobreactuación y de la emotividad. El riesgo de esta riada de emociones es que, de una parte, el proceso para enderezar el clima sea espuma, y por otra que determinadas medidas de impacto acaben favoreciendo el crecimiento de la desigualdad. Es el caso del gobierno municipal de Ada Colau en Barcelona y su Zona de Bajas Emisiones (ZBE).
El cambio climático incorpora una serie de hechos que no son contemplados por la opinión pública y que pueden crear muchas complicaciones. He aquí algunos de ellos:
- La Cumbre del Clima solo ha conseguido reunir a los países que representan la minoría de emisiones. China es, con diferencia, la potencia más contaminante y la que presenta un ritmo más elevado de impacto sobre el clima. Ella sola aboca más carbono a la atmósfera que todos los otros países del mundo juntos, si exceptuamos a los EE. UU. Este último país es el segundo emisor, mantiene más o menos una tasa estancada de CO2 que quiere decir que no mejora, a pesar de ser muy alta, después de China. El tercer país que en la práctica ignora los acuerdos sobre el clima es India, que partiendo de niveles muy bajos ahora ya tiene un peso significativo. Sin la colaboración de estos tres grandes países es imposible parar el cambio climático, especialmente sin China. Las historietas de apagar la luz de la habitación cuando sales de ella y cosas por el estilo están muy bien como fórmulas de moral laica, pero su utilidad es perfectamente descriptible.
- Se quiere reducir radicalmente la carbonización de la atmósfera, pero no hay estudios sobre el impacto de la transición. Esta significa abandonar tecnologías contaminantes, pero más productivas que las tecnologías verdes de reemplazo. Habrá, por lo tanto, una mengua de la productividad que tendría que ser compensada con políticas de demanda. La descarbonización también tendrá un impacto sobre los activos contaminantes. ¿Cómo se tiene que gestionar esta pérdida de valor? Más preguntas: ¿Qué segmentos de la sociedad y qué países del mundo dependen más de las tecnologías contaminantes, y qué tipo de ayudas y qué coste tienen las medidas para compensarlas? Solo hay que recordar que el inicio de la explosión de los “chalecos amarillos” en Francia tiene su origen en el impuesto sobre el diésel y la reducción de la velocidad en las carreteras locales.
- ¿Qué sucede si no hay coordinación internacional en la transición ecológica? ¿Habría que adoptar aranceles ecológicos para evitar comportamientos oportunistas? La cuestión es muy clara, es el llamado problema del polizón (free-riders); “¿Por qué tengo que contaminar menos cuando, si ya lo hace el resto de los agentes, me puedo beneficiar?”. China es el macro polizón.
Plantearse la lucha contra el cambio climático como una cuestión de voluntades y de reducir las emisiones es necesario, pero abiertamente insuficiente si al mismo tiempo no se aborda:
– Una política internacional mucho más efectiva y concertada.
– Un conocimiento mejor de los costes de la transición.
–Los criterios de distribución de estos costes en términos sociales y ecológicos.