Dónde estamos y de dónde vienen los datos
Entre 2010 y 2020, el mundo asistió en silencio a una transformación profunda y casi invisible: el reordenamiento de sus creencias. Basado en el estudio global del Pew Research Center —uno de los observatorios más rigurosos en análisis demográfico y religioso, aunque no exento de críticas por algunos sesgos reiterados— este artículo explora cómo cambiaron las afiliaciones religiosas en la última década, combinando encuestas nacionales, censos oficiales y modelos estadísticos para más de 200 países.
El enfoque de Pew distingue entre quienes se identifican con una religión y quienes no: incluye factores como natalidad, migración, edad poblacional y la cada vez más importante desvinculación religiosa.
Una mayoría aún creyente
En 2010, tres de cada cuatro personas en el planeta se consideraban parte de una religión. Diez años después, esa proporción prácticamente sigue igual, más dado el margen de error de la encuesta de 76,7 % a 75,8 %. El número de no afiliados —el grupo heterogéneo que reúne a ateos, agnósticos y personas sin identificación religiosa; básicamente indiferentes—representa el 24,2 % de la humanidad, alcanzando los 1.900 millones de personas.
Son el tercer grupo más numeroso del mundo, después de cristianos y musulmanes, pero hay que profundizar sobre el hecho. Decir “no afiliado” es decir poco. Este grupo es tan heterogéneo como numeroso. Hay ateos convencidos con argumentos filosóficos; hay agnósticos que dudan, y hay una inmensa mayoría que simplemente vive sin fe.
Pero si hay un país que distorsiona la balanza, ese es China.
Pero si hay un país que distorsiona la balanza, ese es China. Con más del 60 % de su población sin religión declarada —influida por décadas de secularismo estatal— China representa el corazón estadístico del no-creer. Sin embargo, los datos chinos están envueltos en opacidad. El control estatal sobre los censos y la expresión religiosa dificulta saber cuántos son ateos reales, cuántos simplemente no se declaran, y cuántos practican creencias no institucionales fuera del radar oficial.
Cristianismo: el cambio de hemisferio
Pese a todo, el cristianismo sigue siendo la fe más extendida. Pero ya no lo es de la misma manera. Aunque en números absolutos sigue creciendo, su proporción global se ha reducido, especialmente en Europa y Norteamérica.
La respuesta está más al sur. África subsahariana, con su natalidad alta y religiosidad vibrante, ha sobrepasado a Europa como la región con más cristianos del mundo. Y será, según las proyecciones, el nuevo epicentro del cristianismo global en las próximas décadas.
Dentro del cristianismo, el catolicismo sigue siendo la corriente dominante, pero su hegemonía se erosiona poco a poco ante el avance de denominaciones pentecostales y evangélicas, más dinámicas y carismáticas.
Islam: demografía y juventud como impulsores
Entre 2010 y 2020, el islam fue la religión que más rápido creció. Y la clave no está en las conversiones —que apenas aportaron unos tres millones de nuevos fieles netos en 40 años— sino en la demografía pura y dura.
Las mujeres musulmanas tienen, de promedio, 3,1 hijos, frente a los 2,7 de las cristianas. Y, más relevante aún: la edad media de los musulmanes es de 23 años, frente a los 28 años del promedio mundial. Son más jóvenes, y son más fértiles. Esa combinación garantiza un crecimiento sostenido.
El resto del mundo espiritual: estabilidad en la diversidad
Más allá de las tres grandes corrientes, el resto del paisaje religioso muestra matices:
- Hindúes: crecieron en términos absolutos (de 1.074 a 1.200 millones), pero su proporción global se mantiene estable.
- Budistas: su número se ha estancado o incluso reducido ligeramente, afectado por baja natalidad y desvinculación.
- Judíos: su crecimiento es leve y su peso porcentual continúa en torno al 0,2 %.
- Otras religiones (sijismo, jainismo, bahaísmo, religiones indígenas, etc.) siguen la curva de crecimiento global (2,2 %).
Tres motores del cambio religioso
Pew identifica tres grandes fuerzas que están esculpiendo el futuro de la religión:
- Natalidad y juventud: donde hay más niños y más jóvenes, hay más religión.
- Desvinculación religiosa: sobre todo en países ricos, los adultos están abandonando la fe, pero se detecta una recuperación entre los menores de 25 años, sobre todo hombres.
- Cambio de religión (switching): en el cristianismo hay movimientos internos (por ejemplo, de católicos a evangélicos en Latinoamérica, pero también de protestantes a católicos en Estados Unidos); en el islam, es mínimo; en los no afiliados, decisivo.
Un mapa en transformación
El resumen es complejo pero claro:
- Cristianismo: pierde peso porcentual, pero gana presencia en el sur global.
- Islam: crece por sus bases demográficas.
- No afiliados: avanzan en países desarrollados, aunque su sostenibilidad a largo plazo depende de un relevo generacional aún incierto.
- Resto de religiones: se estabilizan.
El mundo sigue siendo mayoritariamente creyente —tres de cada cuatro personas— pero los mapas de la fe están siendo redibujados. África y Asia ya no son periferia religiosa: son su núcleo palpitante. Y en las grandes ciudades del Norte, crece un tipo nuevo de vacío: no hostil hacia la religión, sino indiferente a ella.
China: el titán incierto
Si hay un actor que puede redefinir el peso del secularismo en el mundo, es China. Pero mientras sus estadísticas sigan moldeadas por la opacidad estatal, el verdadero rostro de sus “no afiliados” seguirá siendo un misterio. ¿Ateísmo real? ¿Descreencia práctica? ¿Fe privada sin etiquetas?
En cualquier caso, su masa poblacional convierte a China en el factor más influyente en el crecimiento de la irreligión global.
Lo que viene
El informe de Pew sugiere que en algunos países desarrollados la desvinculación empieza a ralentizarse. Y los no afiliados, envejecidos y con baja natalidad, podrían perder impulso demográfico.
La religión, lejos de desaparecer, se está reconfigurando: más diversa, más plural, más sujeta a dinámicas migratorias, digitales y posmodernas. El siglo XXI no será necesariamente menos religioso, pero sí será religiosamente más complejo.
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