El 16 de julio podía leerse en titulares de primera plana: arden 33 incendios, 14 sin control. Desde entonces todo ha ido a peor: muertos, heridos, casas destruidas, decenas de miles de hectáreas de bosque arrasadas por el fuego. Es la España quemada. La segunda ola de calor, mucho más persistente, ha encendido los bosques de toda la Península Ibérica, y más allá, en Grecia y Francia.
El cambio climático, explica muchas cosas, pero no todas, y justifica muchas menos. Los grandes incendios forestales en un país como España, de dimensión modesta, economía desarrollada e intervencionismo estatal, no tienen porque ser la pesadilla recurrente actual. Esto no es Australia donde, entre septiembre 2019 y principios de enero 2020, se quemaron en Nueva Gales del Sur y Victoria alrededor de 5,8 millones de hectáreas de bosque de hoja ancha, principalmente templado. Si bien otros desastres recientes, como los de Chile y Portugal en 2017, Grecia en 2018 y California en 2018 y 2020, si señalan la necesidad de estrategias de adaptación al cambio de clima y de mitigación de los grandes incendios forestales.
Es probable que el cambio climático antropogénico sea el principal impulsor de estos desastres. En los Pirineos y territorio relativamente libre de los incendios estivales, los grandes fuegos forestales se dispararán si las olas de calor aumentan entre 3℃ y 8℃. Pero no todo es cambio climático, también influyen sucesos como La Niña y El Niño, sobre todo, en Australia y la Costa Este de los EUA.
Vayamos a lo concreto: El incendio forestal se ve favorecido por una serie de factores: (1) El estrés hídrico, por déficits de precipitación en la estación húmeda, y por la baja humedad relativa de la atmósfera. Por debajo del 40% el riesgo es evidente y aumenta en la medida que desciende. A menor agua atmosférica y en la vegetación, mayor inflamabilidad. (2) La fuerza del viento aporta oxígeno para la combustión, y en función de su procedencia facilita o frena el avance de las llamas. A partir de una determinada cantidad de calor, el incendio genera sus propias condiciones de propagación atmosférica; es una de las causas que dificultan la extinción de los grandes incendios. (3) Mayores cargas de combustible en el bosque, hacen el fuego más “explosivo”, y también influyen la naturaleza y el tamaño de las fracciones combustibles del sotobosque. (4) La continuidad de la masa forestal. (5) La orografía, dado que la pendiente favorece el ascenso y la velocidad del fuego, y dificulta las tareas de extinción. De estas cinco condiciones, cuatro han empeorado con el paso del tiempo y por causas distintas, pero solo la primera está estrechamente vinculada al cambio climático.
¿Y qué podemos hacer? Siempre tendremos grandes incendios forestales, pero podemos reducir su probabilidad, frecuencia y tamaño. Las que siguen son algunas consideraciones fruto de mi aprendizaje.
La experiencia de Catalunya
Cuando llevaba dos años como consejero de Agricultura, tuve la desgraciada experiencia de los grandes incendios de 1986 en los que se quemaron 65.511 hectáreas, a pesar de que la campaña se había preparado cuidadosamente. Ambos hechos me llevaron a la conclusión de la necesidad de reconsiderar el enfoque de la lucha contra el fuego forestal, que llegó de la mano de la concepción estratégica de la lucha contra el foco y su traslación a los fuegos forestales: la clave radica en evitar que el foco no se convierta en un frente, y para ello es determinante el tiempo de intervención, porque la superficie quemada tiende a crecer en función del cuadrado del tiempo transcurrido (t2) desde su inicio. Para conseguirlo es necesario cumplir con tres condiciones, a las que se añadió una cuarta fruto de los datos: (a) Detección rápida del punto de ignición basada (ahora puede perfeccionarse) en la columna de humo. (b) Intervención inmediata. Se trata de que una primera fuerza de extinción, aunque esté dotada de un escaso potencial, llegue lo más pronto posible. (c) Control del territorio, a fin de que la población y voluntarios organizados estén estrechamente vinculados a la vigilancia, primera intervención y logística de contención. Por último, y basándonos en los datos disponibles, que hoy son extraordinariamente superiores, (d) la detección anticipada, que señala unas áreas de mayor riego que cambian en función de las condiciones del clima y del bosque, y cuya definición facilita una distribución más eficaz de los recursos y medidas.
Todo esto se concretó: Por ejemplo, el tiempo de detección desde el momento de formación del foco no debía superar los 14 minutos, y este mismo tiempo debería ser el máximo de la intervención. En menos de media hora el foco debía ser detectado e intervenido. En la medida que se tiende a este resultado, el riesgo de un gran incendio disminuye. En las actuales condiciones ambientales, el tiempo seguramente debe ser menor.
Todo este nuevo planteamiento exigió importantes cambios: se constituyó el Cuerpo de Agentes Rurales, que llevaban el peso de la detección y ayudaban a la intervención, y se regularon las Agrupaciones de Defensa Forestal y los Voluntarios Forestales. En conjunto, el programa Foc Verd, que es así como se denominó, contó con un crédito extraordinario de 1.500 millones de pesetas, equivalente a 9 millones de euros (1986).
El éxito fue inmediato y extraordinario. Entre 1987 y 1993 se quemaron en total 26.000 hectáreas; un promedio anual de 3.721 hectáreas y año para una superficie forestal de 2,04 millones de hectáreas, de las que más de un millón (1,12), son de bosque. En 1994, el programa falló y se quemaron casi 76.000. Fue la consecuencia de una relajación en el método, después de años sin sorpresas. Demostró que no se estaba preparado para contener grandes incendios. Hecha esta salvedad, y después de esta anomalía, el número de hectáreas forestales quemadas ha sido francamente bajo, la mayoría de años en torno a las 3.000, con las excepciones de 1998 (18.000) y 2012 (15.000).
En definitiva, Catalunya tiene, desde finales de los ochenta, un número reducido de hectáreas de bosque quemadas y de grandes incendios, pero cuando estos se producen resulta muy costoso controlarlos a pesar de la abundancia, relativa, de medios.
Porque el sistema Foc Verd y su evolución a lo lago de los años; la aplicación de la estrategia contra el foco, está pensado solo para evitar que se produzcan grandes frentes de fuego, pero no sirve para afrontar un suceso de este tipo. El éxito lo ha acompañado, pero ya no basta porque el escenario es cada vez más favorable a los grandes incendios forestales.
A partir de estas consideraciones, puedo precisar un enfoque posible para evitar o reducir la España quemada . Será el próximo día.
Artículo publicado en La Vanguardia