l feminismo de género, que ve en el hombre a un enemigo a abatir en lugar de un conciudadano, un compañero, un amigo o un esposo, es decisivo en la “permacrisis” que vive Occidente, contribuyendo incluso a la posible desintegración de la Unión Europea. La victoria de Trump tiene una relación directa con este fenómeno: representa una reacción a años de excesos por parte de un feminismo punitivo, hegemónico en muchos países como España, que criminaliza al hombre en todas sus etapas de vida, niño, adolescente, adulto. Esta criminalización ha generado polarización, fomentando respuestas radicales y reacciones adversas en distintos sectores de la sociedad.
En las últimas elecciones estadounidenses, Kamala Harris sólo logró resultados positivos entre mujeres jóvenes y solteras, pero perdió apoyo entre las mujeres casadas, que, paradójicamente, fueron acusadas de ser “menores de edad” por la incapacidad atribuida de votar de forma independiente, como si su elección estuviera controlada por sus maridos. Esta narrativa ilustra cómo este tipo de feminismo tiende a descalificar a aquellos que no se alinean con su visión.
El feminismo de género, cuya matriz común es la perspectiva de género, también impulsa la agenda trans y es otra causa de la creciente animadversión hacia la administración Biden, después de la inflación. Esta incesante reivindicación ha llegado al extremo de denunciar cómo deben sentarse los hombres en el transporte público, lo que ilustra un “no tener límites” que exacerba el conflicto. Ejemplo de ello es el Movimiento 4B, de origen surcoreano, que ha sido adoptado rápidamente por el feminismo de género en Estados Unidos y comienza a aflorar en Europa. El nombre del movimiento hace referencia a cuatro objetivos: no al matrimonio (bihon), no a tener hijos (bichulsan), no a citas o relaciones con hombres (biyeonae) y no al sexo con hombres (bisekseo). Aunque se presenta como un avance hacia el lesbianismo, va más allá: supone una ruptura antropológica y un vector de desvinculación social brutal.
No deben subestimarse este tipo de ideas por su radicalismo. Hubo un tiempo en el que el matrimonio homosexual y su calificación como “igualitario” parecían improbables. Del mismo modo, el aborto, que inicialmente se presentó como un mal menor, se ha convertido en un derecho que quiere considerarse fundamental. Sin barreras, el agua del río lo inunda todo; y en la Unión Europea, en España, y especialmente en Cataluña, parece que no existen diques ni canales que contengan estas corrientes.
El feminismo de género y la perspectiva de género tienen una importante responsabilidad en la crisis occidental. La reconfiguración de conceptos como familia, matrimonio y descendencia está alterando la base de muchas estructuras sociales y económicas en Occidente, aumentando los desequilibrios y polarización, especialmente entre hombres y mujeres jóvenes. Mientras las mujeres giran hacia posturas progresistas, los hombres parecen recuperar valores tradicionales. Esta radicalización contribuye a la disminución de matrimonios, descendencia y estabilidad en la pareja, promoviendo a su vez la soledad no deseada, una sexualidad insatisfactoria y problemas de salud mental cada vez más evidentes. Esto significa la ruptura del estado del bienestar, sobre todo en países como el nuestro, de productividad mediocre, que necesitan de las economías de escala de la familia para muchas cuestiones.
Como con las clases sociales del marxismo, no se trata de estamentos diferentes que trabajan de acuerdo con su naturaleza para procurar un mismo fin social, sino que uno de ellos -los trabajadores en el marxismo, las mujeres en el feminismo de género— son los portadores del sentido de la historia, y sólo ellos representan enteramente, mientras que los “otros” son sólo resistencias a superar en el camino de la realización histórica. Si esto ya era malo aplicado a la sociedad dividida entre trabajadores y burgueses y grupos menores, ya me dirán el daño que causa cuando separa a hombres y mujeres, es decir, maridos y esposas, padres y madres, abuelos y abuelas. ¿Qué tipo de mundo están construyendo?
Todo esto lleva a la destrucción de los vínculos tradicionales que, históricamente, han mantenido la cohesión social. La secularización y el énfasis en un individualismo radical contribuyen a este descuelgue, debilitando los marcos morales que guiaban las relaciones sociales. En este sentido, la perspectiva de género, al cuestionar los modelos familiares naturales y redefinir conceptos como el matrimonio, la familia y los roles de género, se convierte en un factor de descuelgue. Al desarraigar estructuras como la familia nuclear y al promover una mayor fluidez en la identidad de género, desestabiliza los cimientos sobre los que se ha construido el tejido social durante siglos.
Conectando estas ideas con las de Charles Taylor, podríamos argumentar que la perspectiva de género, al criticar las funciones naturales del ser humano y proponer una identidad fluida, forma parte de un fenómeno de fragmentación moral. La desconexión con las antiguas fuentes morales, como la religión o las normativas familiares tradicionales, genera un malestar en la autenticidad: una búsqueda de identidad que, al carecer de marcos claros y estables, lleva a la confusión y desorientación.
La perspectiva de género funciona como un motor de la desvinculación social en varios aspectos:
- Redefinición de la familia : al proponer un abanico más amplio de configuraciones familiares (familias homoparentales, familias sin género definido), la perspectiva de género cuestiona el modelo de familia tradicional, lo que se ve como una erosión de una institución clave para la cohesión social.
- Desvinculación de los roles de género : la perspectiva de género promueve la idea de que los roles de género son construcciones sociales, y por tanto, deben ser eliminados o flexibilizados. Esto implica una ruptura con las normas tradicionales que asignaban funciones claras a hombres y mujeres, generando desestabilización en las relaciones sociales.
- Fragmentación moral : al proponer una pluralidad de géneros y cuestionar los marcos morales tradicionales, la perspectiva de género contribuye a la fragmentación moral de la sociedad. Los individuos ya no se sienten conectados a un conjunto común de normas, aumentando el descuelgue social.
El feminismo de género y la perspectiva de género están contribuyendo a la destrucción de los pilares que llevaron a Europa y Occidente a un cenit de bienestar y prosperidad, reemplazándolos por un sistema social caótico, guiado por el deseo sin límites y el individualismo radical. Este proceso está promoviendo el hedonismo y el narcisismo como proyectos “virtuosos”, lo que en la práctica se traduce en malestar social y contradicciones inasimilables como la de negar que exista el pecado, al tiempo que perseguir con rabia al pecador; si es hombre. El resultado, junto con el deterioro de las instituciones socialmente valiosas e insustituibles, es el crecimiento de las enajenaciones y adicciones masivas, así como un aumento exponencial de enfermedades mentales y daños psicológicos, producto de la ruptura con el equilibrio y la incapacidad para la búsqueda de armonía inherentes a la condición humana.