Ayer en Converses ofrecíamos la información de la grave crisis que se cernía sobre los Mossos d’Esquadra por la presunta destitución del recién nombrado jefe de la formación policial, Josep Maria Estela. Hoy es un hecho, ya ha sido destituido. De este modo es el séptimo jefe de los Mossos en 5 años, lo que da una idea de la inestabilidad y también de la continua injerencia política sobre el vértice de la policía.
Al inicio de este problema está la desavenencia con su segundo, que ahora le sustituirá en el cargo, Eduard Sallent, previsiblemente sólo hasta diciembre para dar tiempo a llamar a un comisario Mayor definitivo. También desde el principio, Estela ha tenido serias dificultades para ejercer como responsable máximo debido precisamente a las injerencias políticas, hasta el extremo de no poder escoger la cúpula de comisarios que debían acompañarle en la dirección de los Mossos.
Sin embargo, el hecho que ha provocado el estallido final tiene que ver con las mujeres, para ser más exactos con la feminización acelerada que Elena quiere imprimir al cuerpo. Ahora se tenían que elegir nuevos comisarios, un total de 6. Estela presentó la propuesta surgida de la propia policía y que, por tanto, tenía detrás suyo el consenso de los mandos policiales, formada por 4 comisarios y 2 comisarias. Cabe recordar, como ya informábamos ayer, que se habían presentado 29 hombres y 5 mujeres y, por tanto, la proporción de nombramientos de 4 y 2 era muy generosa, porque representaba el 40% de las mujeres presentadas por un 15% de los hombre .
Pero eso a Elena le pareció poco y forzó a que se invirtieran los números, tan sólo 2 comisarios sobre los 29 y 4 mujeres sobre las 5. Parece evidente que ha habido una clara discriminación contraria a los hombres por el hecho de serlo y la voluntad política de promocionar a las mujeres, hasta el extremo de que se considera que una de estas cuatro elevadas ahora a rango de comisaria, dentro de pocos meses, antes de acabar el año, será a su vez ascendida a comisario general.
Por tanto, los Mossos en este momento, entre los muchos problemas que sufren, experimentan dos que alteran toda la estructura interna. Uno es la manipulación política, que viene de antes, y que en el caso de ERC se ha acentuado. El otro es la penetración del feminismo como ideología de dirección en la actual gestión de los Mossos. Todo ello representa una extraordinaria carga de politización e ideología sobre un cuerpo que debería estar lo más apartado posible de estas cuestiones.
La reacción de los sindicatos en contra del conseller Elena por estas decisiones y cese ha sido inmediata y total. Y no sólo por parte de los sindicatos de los Mossos, sino también por la organización que agrupa a todos los mandos, que han emitido un comunicado de una extraordinaria dureza que apunta a posibles y mayores complicaciones en el futuro.
Y mientras esto ocurre, en poco más de 24 horas ha habido una clara manifestación de cómo crece la violencia extrema en Catalunya. En Barcelona, es el centro neurálgico del problema, un hombre ha sido tiroteado en Nou Barris y otro ha sido agredido con navaja en la Ronda Sant Antoni a plena luz del día. Fuera de la capital, en Cambrils, se produjo otro tiroteo que dio lugar a un herido por arma de fuego. Es preocupante ver cómo aumentan no sólo las agresiones, sino las provocadas por arma de fuego. También al mismo tiempo hay que constatar cómo está arraigado y se expande el tráfico de droga en el Raval creando una verdadera alarma ciudadana en sus calles.
Y todo esto lo hace Elena con el apoyo de un gobierno que sólo tiene 33 diputados a su favor. Pero no ocurre nada. Nada cambiará de las decisiones porque no les importa en absoluto la opinión de los demás, sólo impera la suya, ejercida con un gran cinismo.
Es el caso del nombramiento de la nueva presidenta del consejo de estado en la persona de Magdalena Valerio, la ministra de Sánchez, que fue defenestrada cuando era necesario dejar sitio debido al pacto que se hizo con UP. Magdalena Valerio seguía como diputada del PSOE y ahora pasa directamente a ejercer la más alta autoridad en una instancia que teóricamente se considera neutral. No es ni mucho menos algo nuevo.
Fernández de la Vega había sido presidenta con Zapatero, pero el cambio de estadio no fue tan directo y hubo un período sabático. Y lo mismo puede decirse del anterior presidente Romay Beccaria que fue ministro con el PP. La singularidad de Magdalena Valero es doble. Una que pasa automáticamente de representar al partido en el Congreso a presidenta del consejo de estado. La otra es la de su preparación. La ley orgánica de 1980 sobre el consejo de estado señala que el presidente será nombrando por real decreto del consejo de ministros, pero añade: elegido entre “juristas de reconocido prestigio y experiencia en asuntos de estado”. Valerio es licenciada en Derecho, pero nunca ha ejercido en este ámbito, porque primero ha sido funcionaria del cuerpo de gestión de la Seguridad Social y después ha hecho toda su vida profesional como persona del partido en el Congreso y en el gobierno. Su preparación en el ámbito del Derecho, y sobre todo del derecho público, es más que menor y eso también marca una clara diferencia con su predecesora Mª Teresa Fernández de la Vega.
A este nombramiento tan arbitrario se le pueden añadir los cambios del mismo signo realizados en la RTVE, en el CIS o incluso las presiones sobre el INE.
Todo ello es otro caso reciente de cinismo político en el cual lo que puedan opinar los demás (partidos, ámbitos profesionales, ciudadanos) no importa, porque se considera que en una sociedad tan débil como la nuestra las opiniones son flor de uno día. Sólo cuenta colonizar desde el ejecutivo todas aquellas instancias, teóricamente independientes, la fiscalía general del estado es otro ejemplo, para ejercer cada vez un poder y un mayor control sobre todas las instituciones.
El resultado final pervierte a la democracia.