No cabe duda de que la Unión Europea vive una crisis tanto en su naturaleza supranacional como en los estados miembros que han sido básicos para su configuración y solidez. Cuando esto sucede, la tentación de buscar semejanzas históricas es irrefrenable, pese a la advertencia bien conocida de que la historia nunca se repite, pero sí rima, una frase que comúnmente se atribuye al escritor estadounidense Mark Twain, pero que probablemente no sea suya por razones temporales.
En cualquier caso, la rima en este caso se puede encontrar en la caída del Imperio Romano, con todas las reservas para los paralelismos históricos y la búsqueda de simetrías en el pasado, pero es evidente que existe una coincidencia creciente entre las causas más acreditadas que significaron el fin del Imperio Romano de Occidente y la actual dinámica de la Unión Europea.
Si observamos una interpretación articulada de las causas de la caída del Imperio Romano, que no obedecieron a un único factor, sino a una confluencia de procesos interrelacionados que actuaron en cascada, se puede establecer una línea narrativa que pone en el centro las dinámicas demográficas, económicas y militares, mostrándolas como causas y efectos mutuamente reforzados. Y que cada uno saque sus propias conclusiones en relación con lo que sucede ahora en Europa en su conjunto y estado por estado.
La crisis demográfica como núcleo explicativo
El Imperio Romano experimentó un colapso poblacional a partir del siglo III, que se agravó en el siglo V. Este proceso tiene dos dimensiones clave:
- Reducción de la natalidad: La dependencia de una población esclava numerosa y una economía latifundista generó una paradoja demográfica. Los esclavos, que constituían un porcentaje importante de la fuerza laboral, tenían una tasa de natalidad extremadamente baja debido a las condiciones de vida y la carencia de incentivos para la reproducción. Esto disminuyó la capacidad de reemplazar a la población productiva. Además, las élites romanas, que preferían invertir en formas de vida urbanas y hedonistas, experimentaron tasas de natalidad particularmente bajas.
- Impacto de pandemias: Epidemias como la peste antonina (probablemente viruela) en el siglo II y la peste de Cipriano en el siglo III devastaron la población. Más tarde, otra pandemia en el siglo V, posiblemente de sarampión, contribuyó a una reducción masiva de la población. Estas pandemias no sólo diezmaron la fuerza laboral, sino que desestabilizaron las redes económicas y la capacidad del Estado para reclutar soldados.
El resultado fue una pérdida progresiva de la capacidad demográfica del Imperio, que debilitó tanto la producción económica como la capacidad militar y facilitó la penetración pacífica de otros pueblos, los llamados «bárbaros», es decir, extranjeros.
La crisis demográfica se tradujo en una crisis económica
- La carencia de mano de obra derivada del colapso poblacional provocó un descenso en la producción agrícola y un incremento en los costes laborales. Esto impactó directamente en las ciudades, que dependían de los excedentes agrícolas para sostener su comercio y sus instituciones; hubo lo que, en términos actuales, sería una crisis de productividad.
- Asimismo, las élites, ya disminuidas en número, buscaron refugio en sistemas de autoabastecimiento (villae rurales), lo que contribuyó a la desurbanización y al colapso de las ciudades como centros económicos y administrativos. La separación entre las élites y el pueblo aumentó, y la incomprensión y desconfianza mutua también.
En el ámbito social, esto generó un círculo vicioso: el declive de las ciudades significó una pérdida de cohesión cultural y política, lo que debilitó aún más la capacidad del Estado para centralizar y redistribuir recursos. La fragmentación social contribuyó a la desintegración del tejido imperial.
Militarización y vulnerabilidad de las fronteras
La crisis demográfica y económica también tuvo un impacto directo en el ámbito militar:
- El reclutamiento de ciudadanos romanos disminuyó drásticamente, lo que obligó al Imperio a depender de tropas bárbaras y mercenarias, muchas de las cuales eran leales a sus propios líderes antes que al emperador. Esto erosionó la cohesión y efectividad del ejército romano.
- La pérdida de ingresos fiscales debida al colapso económico debilitó la capacidad del Estado para pagar a las tropas, aumentando la frecuencia de revueltas militares y fomentando una mayor autonomía de los generales en las provincias.
Estas debilidades militares coincidieron con un período de migraciones masivas y ataques de pueblos bárbaros. Grupos como los visigodos, ostrogodos y vándalos aprovecharon la debilidad romana para penetrar y establecerse en el territorio imperial, culminando con eventos como el saqueo de Roma (410) y la deposición del último emperador de Occidente (476).
Una dinámica de retroalimentación negativa
- Crisis demográfica causada por pandemias, baja natalidad y desequilibrios en la estructura social.
- Crisis económica como consecuencia de la pérdida de mano de obra y el colapso de las ciudades.
- Crisis militar derivada de la incapacidad para sostener a un ejército cohesionado y bien financiado.
- Fragmentación social y política, que debilitó la capacidad del Imperio para coordinar una respuesta eficaz frente a las amenazas externas.
Estos factores no pueden entenderse de forma aislada, ya que interactuaron para formar un sistema de retroalimentación negativa que erosionó el Imperio desde dentro mientras amplificaba su vulnerabilidad ante las presiones externas.
No hace falta buscar un paralelismo mimético con la situación europea actual, pero sí constatar, sin un excesivo esfuerzo interpretativo, cómo “riman” aquellos hechos con los actuales.