Junts. Quien os entienda, que os vote

Entender la política de Junts, más allá de las manías personales de Puigdemont, es una tarea casi hermenéutica. Sería necesario un ejército de semiólogos para descifrar su código interno, un diccionario de contradicciones y un buen sentido del humor.

Observe la secuencia: primero, el líder en el exilio anuncia solemnemente que el apoyo a Sánchez ha terminado, que ya no hay confianza posible, de que la legislatura es un cadáver político. Su fiel Míriam Nogueras —con voz de hierro y ademán de drama institucional— convoca rueda de prensa para escenificar la ruptura: ninguna ley, ningún acuerdo, ninguna negociación. Punto final.

Todo esto duraría lo que dura una tarde de invierno. Dos días después, en el Congreso, Junts vota lo comprometido y luego se abstiene en un punto clave que les habría permitido demostrar que, efectivamente, habían roto con Sánchez. Pero no: se abstienen, dejando paso libre al gobierno socialista, que de inmediato sale a celebrarlo como un triunfo político. La ministra de turno sonríe: «No hay crisis con Junts, solo interpretaciones teatrales». Y lo dice con toda razón.

Porque la credibilidad del partido de Puigdemont es hoy un capital en quiebra. Llevan meses jugando al “ahora sí, ahora no”, una versión parlamentaria del gato de Schrödinger: están dentro y fuera a la vez. Cada amenaza de ruptura se evapora en una votación, cada discurso de dureza se disuelve en una abstención. La política convertida en simulacro.

El episodio de las centrales nucleares es un ejemplo perfecto. Los populares proponen al Congreso una enmienda para mantener abiertas a las centrales más allá del 2030, en un calendario progresivo hasta el 2035. Una medida que afecta directamente a Cataluña, donde la nuclear representa casi el 60% de toda la energía producida. En concreto, el 59,1% del mix eléctrico catalán proviene de la nuclear, seguidos por el ciclo combinado (13%), hidráulica (9,6%), cogeneración (8,4%), eólica (7,6%), fotovoltaica (3,1%) y otros renovables (2,3%).

Las cifras son tan elocuentes como incómodas: Cataluña depende más de la nuclear que ninguna otra comunidad de España, y las renovables apenas superan el 20% del total. Cerrar las centrales significaría literalmente apagar a media Cataluña. Pero en lugar de levantar la bandera del realismo y defender lo evidentemente vital para el país, Junts optó por… abstenerse. Es decir, dispararse a ambos pies mientras recitan discursos sobre “soberanía energética”.

El resultado es doblemente funesto.

Primero, porque el partido queda desautorizado ante sus votantes: los mismos que les habían oído proclamar que su relación con Sánchez era irrecuperable ven cómo, a la hora de la verdad, le ayudan a salvar una votación clave.

Y segundo, porque la decisión va en contra del interés objetivo de Cataluña. Porque si algo está claro es que Cataluña no tiene alternativa inmediata al cierre de las nucleares. Con las renovables todavía en estado incipiente —la fotovoltaica al 3% y la eólica bajo el 10%—, el día en que se apaguen Ascó y Vandellòs, el país deberá importar electricidad o aceptar restricciones severas.

Ningún gobierno sensato permitirá esto. Pero Junts, en vez de decirlo claro y defender una estrategia propia, prefiere continuar en el papel del partido indignado, que amenaza, grita y después traga el micrófono. Política de apariencia y postureo.

Esta vez, la ironía es cruel: el partido llamado “Junts” está dividido entre los que quieren hacerse respetar y los que solo quieren seguir existiendo. El resultado es un grupo que confunde la táctica con la identidad, y que se ha convertido en el socio incómodo de todos. El PSOE los tolera, el PP se ríe, ERC los ignora, y el electorado los observa con creciente perplejidad.

Porque, al final, su gran tragedia es que no saben qué papel quieren jugar. No están en la oposición, pero tampoco en el gobierno; no son independientes, pero tampoco dependientes; no defienden su palabra, pero tampoco la rompen por completo. En términos teatrales, hacen de actor secundario con delirios de protagonista.

Y así, entre quejas patrióticas y abstenciones calculadas, Junts va convirtiendo su promesa de coherencia en un chiste recurrente. Mientras Míriam Nogueras improvisa cada semana una nueva versión del “ha terminado la confianza”, Puigdemont sigue haciendo política a distancia, como un ilusionista que ya no sorprende a nadie. Quizá por eso, el mejor resumen es aquel viejo refrán que parece escrito para ellos: «Junts. Quien os entienda, que os vote.»

Sin nucleares, Catalunya se apaga. Y Junts mira hacia otro lado. #CrisiEnergética #Catalunya #Junts Compartir en X

 

 

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