Es imposible entender la acción política de Jordi Pujol sin comprender que uno de sus ejes vertebradores es una triple referencia articulada: la construcción y aseguramiento de la unidad como pueblo, la consecución de un grado importante de cohesión social y el impulso de una sociedad civil potente, no usurpada ni mediatizada por los poderes públicos.
La unidad del pueblo
Pujol tiene una auténtica obsesión, en el mejor sentido de la palabra, por la unidad del pueblo de Cataluña. Es muy consciente de las diferencias políticas, especialmente con la izquierda, como el PSC y el PSUC. Aunque, en este último, agradece el trabajo conjunto con Comisiones Obreras en favor de la unidad nacional del pueblo catalán, ya que son los que más y mejor conectan con la población de origen inmigrante.
Para Pujol, esta cuestión –la importancia de la población proveniente de otras regiones de España– es crucial porque el futuro del país y de la lengua depende en gran medida de cómo se resuelva su participación en la vida común. Pujol, desde mucho antes, es consciente del reto y también del potencial positivo que estas personas representan.
Pronto, a través de la integración económica, se genera un notable proceso de identificación con Cataluña. Los recién llegados tienden a ver en la sociedad catalana un modo de vida superior al de sus lugares de origen, con un ascensor social más potente para ellos y, sobre todo, para sus hijos.
Además, el catalán, a pesar de ser una lengua marginada en la vida oficial del país hasta la eclosión de la Generalitat, es percibido por los recién llegados como un vehículo de promoción profesional y social. Todo esto se canaliza a través de la Generalitat en la medida de sus capacidades.
La Generalitat y la unidad
La unidad interna es una cuestión de supervivencia para el futuro del gobierno catalán de CiU, ya que en los inicios de la Generalitat el rechazo a la institución impulsado por partidos a la izquierda del PSUC y algunas asociaciones de vecinos es muy importante en los barrios de Barcelona y el área metropolitana con mayoría inmigrante.
Esta situación la viví de cerca cuando Pujol me pidió concebir una estrategia para que la presencia de la Generalitat en aquellos barrios fuera percibida como una normalidad. Este era un problema muy importante al inicio de la década de los ochenta: la Generalitat no era reconocida como institución de gobierno por una parte sustancial de la población catalana.
Para superar este obstáculo, desde la Dirección General de Asuntos Interdepartamentales puse en marcha un nuevo modelo de servicio: las Oficinas de Bienestar Social. Con el paso del tiempo y la constitución del Departamento de Bienestar Social, se consolidarían. Eran pequeñas “tiendas” atendidas por un par de personas con el objetivo de informar sobre los servicios que la Generalitat ofrecía, facilitar su acceso y establecer relaciones con las entidades de los barrios.
Retos y éxitos
Eran gestionadas por personal contratado mayoritariamente procedente de los mismos barrios. Al principio, fue una lucha constante con cerraduras llenas de silicona o plomo y pintadas amenazadoras. Una práctica habitual eran los “encierros” dentro de las oficinas. Como eran tan pequeñas, con una decena de personas quedaban colapsadas.
Sin embargo, el entusiasmo y paciencia de los gestores, y su proximidad social con los que venían a molestar, acabaron imponiéndose. Las oficinas, primero, y la Generalitat, después, pasaron a ser parte de la normalidad. Esta forja de la unidad tenía una máxima: avanzar menos para avanzar juntos. La reivindicación del autogobierno y sus políticas debía hacerse de manera que arrastrara a la gran mayoría y no dividiera.
El éxito de estas políticas tiene una constatación fácil: las mayorías absolutas conseguidas después de los primeros cuatro años de gobierno. El lema «Somos un solo pueblo» era el corolario político de todo ello. Todo esto ha quedado hoy muy olvidado, y pagamos un alto precio por ello.
Convivencia e integración
Pujol, la Generalitat y CiU supieron crear un clima de convivencia y un proceso de integración en el que el respeto a la lengua y cultura catalanas era el denominador común, junto con el reconocimiento de las especificidades de los “nuevos catalanes”. Esto se reflejaba en la excelente relación que Pujol, desde el principio, procuró con todas las casas regionales existentes en Cataluña.
Se trataba, por tanto, de articular dos hechos básicos: la naturaleza propia del país, su historia, cultura y ambición política de autogobierno, y la asunción respetuosa de las personas y los valores que aportaban y que se han ido incorporando a Cataluña. Pujol lo expuso en el debate de Política General el 6 de octubre de 1987, concretándolo en una “actitud de respeto y comprensión mutua”.
La idea de un solo pueblo comporta a la vez el rechazo al término de inmigrante. Afirma que ha llegado el momento en que en Cataluña “no haya inmigrantes, solo haya catalanes, gente que ha recogido una tradición catalana milenaria y que la ha ido enriqueciendo a lo largo de los siglos con nuevos patrimonios y que ahora mismo lo está haciendo de una manera especialmente intensa”.
Consideración de la inmigración
Jordi Pujol había llevado a cabo una gran tarea de consideración de la inmigración. Mucho antes de su paso a la política, era consciente de su importancia. Tanto es así que a finales de los años cincuenta, en el periodo del franquismo profundo, mucho antes del Plan de Estabilización que marcaría un cambio de época, Pujol ya estaba tan interesado por el hecho migratorio que viajó para conocer las características de sus orígenes recorriendo Jaén, Águilas, Almadén y Níjar.
A partir de esta experiencia y del estudio de la situación en Cataluña, desarrolló toda una doctrina sobre la inmigración. Así, cuando abordó la cuestión desde la Presidencia de la Generalitat, no improvisó, sino que aplicó lo considerado a lo largo de los años, madurado por el tiempo y la experiencia.
Rechazo al multiculturalismo
A la vez, el presidente de la Generalitat es muy claro en su rechazo al multiculturalismo. Por ejemplo, en una época más reciente, el 23 de mayo de 2001, en su conferencia sobre “Globalización e identidad”, dice: “creo que debemos valorar muy negativamente el multiculturalismo por el rechazo que comporta de la cultura de referencia, de la cohesión de la sociedad y de la voluntad integradora y de la proyección colectiva. Y creo que debemos apostar para que Cataluña en lugar de llegar a ser una sociedad multicultural continúe siendo una comunidad integradora de gente diversa, y por eso es necesario que haya una cultura de referencia” refiriéndose a la matriz catalana.
Añade: “hay que entender que las identidades se transforman por diversas causas, una de las cuales importantísima puede ser la inmigración y también pueden desaparecer por esta causa”. Pujol no es un esencialista en el mal sentido del término; sería contrario a su pragmatismo, que le permite ganar elección tras elección en una sociedad tan compleja como la catalana desde una posición que proclama su nacionalismo y su condición de adversario de la izquierda en un país donde la inmigración es determinante y la cultura de izquierdas es muy fuerte.
No es esencialista, pero tampoco es partidario de la multiculturalidad que entiende que haría desaparecer la realidad catalana. Hoy, después de una experiencia tan divisiva como la del Proceso y una inmigración que presenta olas más grandes y de difícil integración que las del siglo pasado, la consideración y práctica pujoliana es un fundamento insustituible para no ir a tientas y, sobre todo, no cometer locuras.
💬 Este lema de Jordi Pujol resume su visión: una Cataluña unida, donde todos, tanto los nacidos aquí como los venidos de fuera, contribuyen a enriquecer la tradición catalana. ¡Un mensaje vigente más que nunca! 🌟🌍 Share on X