Por primera vez, y lo decimos desde Converses, Puigdemont sí que tiene una opción real de hacerle frente al estado y conseguir desbaratarlo. Es el principal resultado de estas elecciones.
Le basta con votar contra la investidura de Sánchez, incluso tal como vaya el añadido de los votos del exterior, quizás alcanza un efecto demoledor con la abstención, por ejemplo, si el PP recupera un escaño en Madrid en el recuento del voto procedente del extranjero. En cualquier caso su fuerza política es en este momento extraordinaria. Para utilizarla sólo necesita hacer lo mismo que ya llevó a cabo en la anterior votación de investidura: decir no.
De esta forma abocaría a la repetición de elecciones que irían acompañadas de la formación de un gran colapso político en España que tendrá repercusión sobre Europa. JxCat podría ser uno de los principales beneficiarios por no decir único de la repetición electoral, porque con su pulso con el estado movilizaría al independentismo que se ha quedado en casa, capitalizaría su voto y atraería a una parte del electorado, el más partidario de la independencia, de ERC.
De esta forma desarticularía este partido ya muy tocado y que sigue la estela de Bildu de pactar a toda costa con Sánchez. Esta operación excitaría el nacionalismo vasco que se vería en la necesidad de acentuar mucho más sus reivindicaciones y este hecho todavía agravaría más el potencial colapso de la política española. JxCat se podría situar como primera fuerza política en Catalunya, que es en definitiva lo único que les interesa y recuperar la presidencia de la Generalitat de unas elecciones que, si no son adelantadas, tocan en el 2025 y que, según vayan las cosas con Aragonès, pueden adelantarse al año que viene, pese a que Illa está comprometido a darle estabilidad desde afuera a cambio que ERC dé soporte a la investidura de Sánchez.
Todo está en manos de Puigdemont. La cuestión es si se atreverá a pulsar el botón de ese arma de destrucción masiva
Es evidente que, por sus extraordinarias repercusiones, será sometido a graves presiones e incluso amenazas, porque lo que está en juego es muchísimo. También en la vertiente económica. Y este aspecto es lo que puede hacer ceder al expresidente porque dentro de sus propias filas tiene voces que recitan continuamente el mantra de “cuidado, no nos hagamos daño”. Sus antecedentes no son demasiado favorables a llevar hasta el final sus desafíos. A la hora de la verdad hasta ahora siempre le han temblado las piernas. Pero es que, además, el gobierno de Sánchez puede ofrecerle algún trato personal favorable a pesar de que necesariamente debería ingresar en prisión y pasar por un juicio, pero con el claro compromiso de que la sangre no llegaría al río.
Sea como sea, nunca, ni siquiera cuando se hizo la declaración no declarada de independencia, el independentismo ha tenido tanta fuerza en sus manos y se ha concentrado en una sola decisión. Nunca ha tenido tantas posibilidades para reavivar una gran movilización independentista que podría volver a exhibir hombro el próximo 11 de septiembre.
Con el estado de depauperación actual de estas fuerzas seguramente éste es el último tren que pasa por su estación. ¡Si no lo coge, kaput! Se acabó. Si sube, deberemos hablar de un antes y un después porque la cuestión ya no será el conflicto catalán, sino que se habrá transmutado en el problema español.