A pesar de que ERC alcanzó el acuerdo con la CUP, la investidura de Aragonés no será posible hoy dada la anunciada abstención de JxCat.
ERC y los antisistema suman sólo 42 de los 68 escaños necesarios. De hecho, si la abstención de JxCat se mantiene tampoco se produciría la elección en la segunda ronda, en la que sólo se necesitan más votos positivos que negativos y, por tanto, tampoco habría presidente la próxima semana, que es cuando se prevé la segunda sesión. De todos modos, la incertidumbre planea en los dos sentidos, y tampoco se puede descartar que se llegue a un acuerdo a lo largo de estos próximos días.
En todo ello se produce una paradoja que es que la CUP que da apoyo, pero no forma parte del gobierno, aprieta a JxCat para que se incorpore al mismo. Es una situación muy insólita, pero es que todo lo es. Basta recordar las grandilocuentes palabras justo después de las elecciones sobre el 52% y la necesidad de formar con urgencia un nuevo gobierno capaz de gestionar el desorden actual. De hecho, la conferencia de Jordi Sánchez ya fue un jarro de agua fría cuando se refirió a que faltaban semanas para cerrar el acuerdo.
Hay otro elemento que planearía sobre el resultado, fuera cual fuera, que es el voto delegado del ex consejero de cultura Lluís Puig que continúa en Bélgica. Si la Mesa y la Junta de Portavoces, con mayoría independentista, lo acaba aceptando, a pesar de los escritos presentados por el PSC y Cs en sentido contrario al considerar que su caso no encaja en la delegación de voto que establece el reglamento de la Cámara, nos podríamos encontrar a posteriori con una impugnación del resultado debido a este voto, que debería terminar decidiendo la instancia judicial. Este es un factor que está fuera de todos los guiones establecidos.
La dificultad fundamental del acuerdo entre JxCat y los republicanos, además de cerrar la distribución de determinados cargos y funciones -el tema de quién controlará los fondos de reconstrucción sigue vivo- radica en el papel del Consejo de la República y en concreto de Puigdemont, que lo preside. ERC, que forma parte, pero que ya en los últimos tiempos se distanció por considerar que era uno instrumento partidista, y la CUP, que no forma parte, son partidarios de un nuevo órgano de coordinación del independentismo como así han establecido en sus acuerdos, mientras que JxCat querría un reconocimiento específico para el Consejo y la figura de su presidente.
Es una organización, ésta, en principio potente porque dispone de más de 90.000 adheridos y una vía de financiación que parece suficiente. Pero si bien al principio se prefiguró como un órgano interpartidista del independentismo, con la presencia también del PDeCAT, una de las organizaciones de la CUP, Poble Lliure, Solidaridad Catalana por la Independencia, Movimiento de Izquierdas, Independentistas de Izquierdas y Demócratas de Cataluña, en la práctica todo esto, con la excepción de Poble LLiure, ha quedado más o menos reabsorbido por JxCat.
Si al final cedieran los seguidor de Puigdemont en este punto, el problema sería que su liderazgo quedaría muy desdibujado porque su plataforma no tendría ningún tipo de traducción en la política de Cataluña y el gobierno, y contaría con un escaso reconocimiento y representatividad. La base de Puigdemont ha sido y es la de presentarse como el «presidente legítimo» y situarse por encima de la contienda entre partidos, aunque en la práctica lo que hay es una profunda competencia con ERC .
La cuestión es ver quién será capaz de aguantar más, si los republicanos, que ahora pueden asumir la presidencia con el coste de atender la reivindicación de Puigdemont y el Consejo para la República, o JxCat que acabe cediendo a las presiones formando gobierno para evitar ir a unas nuevas elecciones.