Inmigración y racismo

En pocos años hemos pasado de ser un país de emigrantes, a ser un país receptor de grandes olas migratorias. Se decía de nosotros que no éramos un país racista, claro que era fácil no serlo, cuando éramos nosotros los que huíamos de la pobreza. Ahora el paisaje ha cambiado.

La presencia de emigrantes en nuestras ciudades, es más que evidente, y esto ha conllevado la aparición de actitudes que desconocíamos.

Con cierta preocupación, se observan fenómenos como la xenofobia o el racismo, que serían el rechazo del forastero o el de la persona de raza diferente, o los conflictos originados por diferencias culturales que generan problemas de convivencia, que en los últimos años han crecido en la mayor parte de los países de la Unión Europea. Este será uno de los retos que tendrán que afrontar las sociedades democráticas.

Si hay que empezar por un lugar para combatir estas tendencias, este lugar debe ser la escuela. Es en el ámbito educativo, donde se hace más notable la presencia de hijos de emigrantes, la concentración es tan alta en algunos barrios, que los profesionales de la educación, se ven desbordados, con serias dificultades para hacer una planificación eficiente y hacer frente a una situación tan compleja, donde se añaden los problemas de comunicación y de lenguaje.

Hay aulas donde el alumnado local, es prácticamente inexistente.

En un marco así, la planificación parece insuficiente para afrontar una línea educativa decidida y clara, porque también es diverso el colectivo forastero. Hay musulmanes, budistas, hindúes, bahais, cristianos sudamericanos, con influencias quechuas y aymaras … En definitiva, no es fácil planificar la acción educativa en un marco tan diverso.

Pero se ha visto que generando un ambiente de buenas relaciones, donde se hace presente el juego, el gesto, la mirada, la sonrisa, puede ser un buen punto de partida para facilitar una buena convivencia en el aula. Seguramente que este será uno de los temas a investigar, y reflexionar y aprender de los errores y de los aciertos de los países con más experiencia en este ámbito.

La obra de Immanuel Kant, «La paz perpetua», en los últimos capítulos dice que «el mundo vivirá en paz, el día que salgamos de nuestra tierra, y seamos tratados como huéspedes, no como extranjeros».

Será un trabajo de doble dirección. El forastero, sin renunciar a su identidad, es necesario que se integre a la nueva situación y cultura. Y la sociedad acogedora, es necesario que no añada más dificultades a las que ya de por sí, llevan encima los emigrantes.

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