Inmigración: El drama de no poder hablar claro

En este país, que ha perdido la costumbre de llamar a las cosas por su nombre, la cuestión de la inmigración se ha convertido en una especie de dogma indiscutible. De hecho, hay dos maneras de hacerse daño con el asunto: una, la de los fanáticos nostálgicos que aún mezclan magrebíes con la batalla de las Navas de Toulouse; la otra, la de los catedráticos que viven en una realidad paralela, hecha de gráficas, subvenciones y convicciones de importación.

Los primeros tienen poca importancia. Son ruidosos en las redes, pero no mandan nada, ni en su escalera de vecinos. Lo único que tienen es una capacidad admirable para inventarse enemigos.

Los segundos son más peligrosos. Hablan fino, cobran bien, y tienen columnas en los periódicos, y tiempo en las tertulias de radio y TV. Uno de ellos, economista y profesor, hace una pieza dominical para demostrarnos, con estudios de 2010 realizados en Estados Unidos (que como se sabe, se parecen muchísimo a Santa Coloma de Gramanet), que los inmigrantes no nos cogen el trabajo. El problema no es que lo diga, sino que lo diga como si nos estuviera descubriendo América.

Eso sí, que la inmigración sirva de mano de obra barata para sectores de baja calificación, nadie lo discute.

Pero la realidad es menos glamurosa. La llegada masiva de inmigración se ha traducido en trabajos mal pagados, productividad estancada y barrios enteros donde el catalán ha dejado de ser una lengua conocida, no por desprecio, sino porque sencillamente no hay quien lo enseñe. Pero esto no se puede decir, porque entonces se es acusado de hacer el juego en la extrema derecha. Eso sí, que la inmigración sirva de mano de obra barata para sectores de baja calificación, nadie lo discute. Por el contrario, lo celebran.

Luego vienen los Castell y las Freixas. Uno, exministro, la otra, feminista de turno. Ambos comparten una cualidad admirable: pueden negar la evidencia con una fe digna del Vaticano preconciliar.

Castells nos explica que la inmigración no tiene ninguna relación con la delincuencia. Desgraciadamente, al día siguiente de escribirlo, la Generalitat publica datos según los cuales más de la mitad de los presos en Cataluña son extranjeros; el doble que su peso en la población del país. Más allá de las causas sociales, esto no es exactamente un argumento para decir que la inmigración «no contribuye» a la delincuencia, más bien al contrario. Pero el profesor, mira por dónde, cita como referencia de su afirmación… ChatGPT y Deepseek, a pesar de tener las fuentes, como quien dice en la esquina, las estadísticas de la Generalitat. Consecuencias de ser cosmopolita.

La señora Laura Freixas por su parte, observa con ojo crítico, que se pida al recién llegado que conozca la lengua del país, y conozca sus costumbres, su forma de ser; sobre todo porque si no es difícil que pueda respetarlas si entran en colisión a lo que está acostumbrado.

Mientras, en las aulas, en los CAP y en los barrios, la gente ve el panorama de otra manera mucho más crítica porque convive con los resultados de una inmigración sin control, porque es la mejor y más rápida manera de hacer crecer el PIB, a pesar de que sufran los ingresos. Muchos, no se atreven a decir nada.

Si dices que es necesario regular la inmigración, eres un fascista. Si propones que debería respetarse la lengua y las costumbres del país de llegada, eres un supremacista. Y si criticas una obra de teatro subvencionada que presenta el catalán como una opresión, eres un retrógrado que no entiende la diversidad.

Lo trágico del caso es que tenemos una natalidad tan escasa que necesitamos inmigración para sobrevivir. Pero no es lo mismo necesitarla que aceptarla a cualquier precio. Ni en cualquier condición. La diferencia entre inmigración regulada y desorden masivo no es pequeña: es la diferencia entre una sociedad viable y un desbarajuste permanente.

Y por si fuera poco, ninguno, absolutamente ninguno de entre los defensores de la inmigración tal y como va, hacen una sola referencia a la necesidad de ayudar a las familias con hijos, a echarles una mano que suponga menos sacrificio el tener hijos y educarlos, Y no para pedir el oro y el moro, sino para que nos equiparemos a la media de ayudas a la familia de la UE, que recordemos tienen una muchos países del centro y el este de Europa, de los países bálticos y del Mediterráneo, con un PIB menor que el español.

Pero, vamos, todo esto son minucias. Mientras el PIB global crezca y las universidades tengan motivos para realizar informes, parece que todo va bien. Hasta que alguien se pregunta por qué su hija no puede utilizar el catalán en el patio de la escuela, o por qué su hijo cobra 1.100 euros al mes pese a haber estudiado, o por qué las calles de su barrio están más sucias que nunca.

Y entonces, como siempre, aparece el famoso silencio. El silencio de los que saben, pero se callan. El silencio de quienes mandan, pero no sufren. El silencio de quienes, en el fondo, temen hablar claro. Porque hablar claro, hoy, es una forma de disidencia.

Entre el odio y el buenismo está la realidad. Y ésta huele a desorden #Inmigración #DebateMigratorio Compartir en X

 

Entrades relacionades

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.