Hace ya semanas que los economistas apuntan a un retorno de la inflación, esto es, de la subida general y sostenida de los precios.
Según Pascal Blanqué, máximo responsable de inversiones de Amundi, empresa de gestión de activos, hace ya demasiado tiempo que la inflación se desvaneció del panorama de los inversores.
Ahora, pero, parece que existen importantes elementos en la coyuntura económica que apuntan a que la inflación es una tendencia que vuelve para quedarse.
Primeramente, la globalización no está saliendo totalmente indemne de la pandemia de la Covid-19. La desconfianza entre los países ha aumentado significativamente, y el contexto internacional se percibe como menos acogedor de lo que era en 2019.
Las empresas hacen promesas de proximidad y se muestran cada vez más interesadas en reubicar al menos parte de sus actividades en sus respectivos países de origen.
En segundo lugar, esta desconfianza hacia lo que viene de fuera (ya sea de la China o de los gigantes tecnológicos estadounidenses, en el caso de Europa), se combina con grandes programas de inversiones (¿de gasto?) públicas.
Y, el colofón de todo ello, la enorme deuda pública que los estados (sobretodo en Occidente) han acumulado desde el inicio de la pandemia.
Todos estos factores parecen confluir para generar un cambio de ciclo en los mercados durante los próximos meses.
En el contexto actual, ¿es deseable la inflación?
Muchos expertos consideran que la inflación es actualmente más necesaria que nunca.
El aumento de los precios servirá para reducir el importe de la deuda pública, que se ha contraído en un momento en que el coste de endeudarse se situaba en mínimos históricos.
Así pues, la inflación será en parte una cura para los estados, y más en general, para las economías: todos los economistas están de acuerdo con que una economía es sostenible a largo plazo tan solo con la combinación de crecimiento económico e inflación.
No obstante, la subida de precios acarreará otras consecuencias tanto para los estados como para el sector privado.
En primer lugar, la montaña de deuda contraída es tal que seguirá pesando, y mucho, sobre las futuras generaciones.
Esto será particularmente cierto en países como España, donde la bajísima tasa de natalidad, que la epidemia ha hundido todavía más, seguirá perforando la seguridad social hasta hacerla totalmente insostenible.
En segundo lugar, la pandemia ha generado también una montaña de ahorros para numerosos hogares e incluso empresas que no se han visto directamente afectadas por los cierres.
En cuanto se levanten las restricciones se prevé un torbellino de consumo. Pero éste se producirá en un mercado con menor oferta que en 2019. Lo que previsiblemente sucederá entonces es un espiral de aumento de los precios.
En cuanto esto se produzca (Blanqué lo prevé este verano en Estados Unidos, y debería llegar a Europa unos meses más tarde), será un mal momento para realizar compras importantes.
Para una población ya profundamente afectada por la pandemia, ver decrecer rápidamente el valor de sus ahorros supondrá un nuevo y duro golpe.
Así pues, la inflación será necesaria para reducir el valor de la deuda, pero conllevará más sacrificios para muchos hogares.