En una semana en la que la actualidad política está fijada en los resultados de los comicios en el parlamento europeo, no puede obviarse la otra gran cita electoral mundial que ha tenido lugar este mes de junio: las elecciones generales en India.
La mayor democracia del mundo (más de tres veces la población total de la UE) ha celebrado elecciones en un largo proceso que ha durado desde el 19 de abril hasta el 1 de junio y que ha permitido renovar los 543 miembros de la cámara baja del parlamento.
Los resultados han sido finalmente anunciados el 4 de junio, y con la sorpresa de muchos analistas, el actual primer ministro nacionalista, Narendra Modi, ha perdido la mayoría absoluta de la que había disfrutado en sus dos primeros mandatos, iniciados en 2014 y 2019, sucesivamente.
El consenso parece situarse en que Modi volverá a formar gobierno, aunque esta vez tendrá que contar con socios externos a su partido, el poderoso Bharatiya Janata Party (más conocido por sus siglas BJP), que venía ejerciendo una influencia sobre la sociedad india cada vez más dominante.
Efectivamente, el clima político en el que tuvieron lugar los comicios fue tenso y los partidos opositores no gozaron del mismo grado de libertad que las listas del BJP. Pese a ello, el resultado ha demostrado que las instituciones electorales han permitido a unos 650 millones de electores acudir a las urnas sin intimidaciones ni fraudes destacables.
No es de extrañar que numerosos comentaristas hayan afirmado que el gran vencedor en las urnas haya sido la democracia como tal.
Modi protagonizó un primer mandato caracterizado por sus reformas económicas, pero su segundo gobierno ha estado marcado por una agenda nacionalista, religiosa y cultural agresiva. Además, ha intentado extender la influencia del BJP a instituciones públicas y privadas como el Tribunal Supremo, los principales medios de comunicación y las grandes empresas del país, aunque con grados de éxito irregulares.
Además, a pesar de un crecimiento económico muy robusto, los hogares han sufrido en estos últimos años una serie de desajustes, como precios de la alimentación excesivos y una elevada tasa de paro juvenil, que se han traducido en una demanda interna flaqueante. Algo extremadamente problemático en un país que se encuentra en pleno proceso de formación de su clase media .
En contraste, en la escena internacional, Modi ha logrado posicionarse como una bisagra política y económica entre los dos polos cada vez más irreconciliables, que son Estados Unidos y China.
Modi ha sabido explotar a favor de los intereses nacionales indios la creciente desconfianza estadounidense hacia China para atraer inversiones en el sector industrial. Por otra parte, la posición de la India, tradicionalmente cercana a Rusia, le ha permitido convertirse en un hub mundial de refinamiento y reexportación de petróleo, explotando su beneficio las sanciones occidentales.
En definitiva, la pérdida de escaños del BJP podría en último término permitir a la India reanudar el camino de las reformas internas que necesita para seguir escalando posiciones en los rankings de la economía mundial y también de desarrollo humano.
La búsqueda del consenso a la que Modi parece obligado a recurrir podría desbloquear ciertas reformas cruciales que la India tiene pendientes, como por ejemplo en la propiedad de la tierra y la ley laboral. Su futuro gobierno también debería fijarse como prioridad mejorar la educación de los jóvenes adaptándola a las necesidades de las empresas y concentrar el crecimiento en sectores intensivos en mano de obra.