La opinión publicada y la política muestran un gran consenso al señalar en la misma dirección. Illa quiere ganar el centro político, asimilando este concepto al que representaba Convergència i Unió. Es evidente que la autodestrucción —porque esto es lo que llevaron a cabo Mas y buena parte de sus seguidores— de un espacio político tan grande, que además gobernó Catalunya desde el primer momento del autogobierno, ha significado un trauma político y social que, ni mucho menos, está resuelto.
Ahora, desde el Círculo de Economía y otros sectores empresariales, empezando por Foment del Treball, y el propio Duran i Lleida de forma muy explícita, comparten este punto de vista, que ha sido propiciado por los gestos de Illa y por declaraciones. Que se decante por la política de gestión, como destacó en su discurso en el Parlament, era necesario y no constituye ninguna sorpresa. Por el contrario, después de tanto tiempo de desastre gubernamental con los dos partidos independentistas principales primero, y después con Esquerra Republicana, era evidente que lo que necesitaba Catalunya a espuertas era una buena gestión de sus recursos.
Pero dicho esto, cabe añadir que, incluso para aquellos que sólo esperan gestión, siempre se confía en abrir la puerta a algo más y presentar un horizonte aspiracional de mayor entidad. Quedarse sólo en la gestión puede contribuir -y digo contribuir, no ocasionar- a seguir el camino hacia el declive catalán. Este país, para que funcione bien, obviamente necesita una gestión bien hecha, pero también un horizonte colectivo ambicioso, como mostró Pujol, sin caer en el planteamiento simplista de la independencia.
La gestión de Illa y la centralidad política
Bienvenida la gestión de Illa, pero necesitamos mucho más para que el viaje hacia la centralidad, que recupera la idea pujoliana de Catalunya, funcione. Si no es así, lo único que se conseguirá es una especie de provincialismo o regionalismo bien hecho. Llama la atención que esta exigencia de la segunda parte del proyecto sea ignorada por aquellos que en su momento siguieron a Pujol y que ahora se decantan por Illa, a menos que el denominador común entre ambas posturas sea simplemente el seguimiento de las prebendas del poder.
El segundo aspecto es que la gestión, obviamente, no es un discurso. A diferencia de otras cuestiones, el relato al respecto suele ser corto y de motivación débil. Lo que cuenta de la gestión son los resultados, y eso es lo que está por ver. No ha transcurrido tiempo suficiente, pero la paciencia para esperar su resolución es, necesariamente, corta, después de tantos años de espera y acumulación de poder socialista.
Cuestiones a resolver: financiación, infraestructuras y educación
Algunos temas han sido exhibidos como pieza central de la razón por la que gobierna Illa, como la financiación. El problema comienza cuando el pacto entre Esquerra y los socialistas, a estas alturas, todavía nadie sabe en qué consiste, y las versiones de unos y otros son incompatibles. Esto no puede prolongarse indefinidamente, y el Gobierno de Cataluña debe explicar y poner sobre la mesa cuál es su proyecto de nueva financiación, se llame como se llame. No puede permanecer en el silencio esperando a que Madrid lo defina. Esto no sería coherente con el intento de ocupar el espacio que dejó Convergència i Unió, y sería una clara manifestación de que es el PSC de siempre quien gobierna, y, por tanto, un partido formalmente independiente, pero en realidad una federación más del PSOE, que ni siquiera dispone de grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados.
La lista de cuestiones a resolver, grandes cuestiones, es larga. El desastre de Renfe es inmenso y, por ahora, con las obras en la línea de Tarragona —por muy justificadas que estén— sólo empeora la situación, porque había varias formas de abordar el problema y la que se ha escogido es la peor. En consecuencia, el tema del traspaso y la mejora del servicio ferroviario está funcionando en sentido contrario al esperado. Es un primer y provisional balance negativo.
Otra cuestión clave es el hundimiento del sistema público de enseñanza en Cataluña. Con pésimos resultados PISA, y con indicadores que señalan que no funciona el ascensor social, es falso que se sacrifique un nivel más alto para avanzar todos juntos, porque este “juntos” no existe. Quien viene de familias con mejores niveles educativos obtiene mejores resultados y quien no, se hunde. La gestión de la propia administración es otra gran asignatura pendiente, como también lo es el estado de la sanidad pública.
Lengua e inmigración, otra asignatura pendiente
Illa debe plantearse necesariamente el tema de la lengua y la inmigración. No es suficiente crear un departamento específico para el catalán y “hacer cosas”. Cuando sólo una tercera parte de los habitantes de Barcelona tienen el catalán como lengua habitual, es necesario actuar a fondo, porque el indicador de la caída es demasiado grande para pensar sólo en “hacer cosas”. La lista de gestión debería continuar, pero lo dejaremos aquí para no alargar más el tema, que indudablemente merece una atención detallada.
El factor Sánchez: una objeción a la centralidad de Illa
Tercera cuestión, que constituye una objeción total a la idea de que Illa representa la centralidad: se trata de Sánchez. El presidente del Gobierno es un político extremista, constructor de muros, que califica a sus adversarios de “fachosfera”, que desacredita a la crítica como “máquinas del barro”, que considera que no hay alternativa a él, que coloniza las instituciones públicas en aras de su particular visión, y que ha llevado a cabo leyes radicales sobre temas muy sensibles para una posición central. Algunas de estas leyes han tenido la intervención directa de Illa, que fue Ministro de Sanidad durante la aprobación de la Ley de la eutanasia y otras reformas importantes.
Sánchez ha aprobado leyes extremas, como la tercera ley del aborto, la del «sí es sí», la ley «Trans», y ha continuado sorteando tragedias terribles como el abordaje integral de la violencia sexual contra menores. Ha sido clave en todas estas cuestiones porque era, y es, el secretario general del Partido Socialista de Catalunya, que a su vez es el bastión que le queda a Sánchez para mantenerse en el poder. Sus votos son decisivos; podría haber suavizado el tono, pero no lo hizo, siendo un fiel y silencioso acólito de todas las decisiones de Sánchez.
España sigue siendo uno de los pocos países europeos que no tiene una política de ayuda a la familia digna de ese nombre, e Illa lo ha aceptado calladamente. En definitiva, no puede estar al mismo tiempo con Sánchez, con Illa y en la centralidad. Una de las tres piezas de la ecuación no encaja.